A
los del pensamiento animalista se les nota lo animales que son cuando,
transidos de dolor y espanto ante un lomo con banderillas, se muestran
indiferentes ante la posibilidad de que el torero muera en la plaza.
La
muerte es demasiado terrible para ser pensada. Pero ello mismo, el que la
muerte sea impensable, nos libra de la tortura interminable de asumirla
exhaustivamente, aunque no atenúe en nada, evidentemente, el dolor de la pérdida .
Para
constatar la decadencia europea sólo hay que echar un vistazo a esa cosa cursi
y pegajosa, homogénea y repetitiva, que
ya no ofrece acontecimiento estético, como sí ocurría en el pasado, que es el
festival de eurovisión. Con la cantidad de folklore diverso, de fascinantes
músicas que se dan en países como Armenia, Irlanda, Bulgaria, Hungría o
Rumanía, por ejemplo, y asistimos a un
desfile de acarameladas baladas pop de corte británico, que parecen hechas por
una misma máquina de elaborar canciones. Con Eurovisión, Europa traiciona absurdamente
su propia riqueza musical. Dicho lo dicho, resulta significativo que se haya
convertido en un festival de seguimiento gay.
Pensar es sentir, decían audazmente los sensualistas franceses del
XVIII. Curiosamente, lo opuesto, sentir
es pensar, no parece tan claro ni tan incisivo, aunque el sentir lleve
incorporadas imágenes y representaciones diversas del mundo y de las cosas.
La
veracidad de los conceptos no exime de una bulimia de las palabras.
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