Como
en tantas otras ocasiones me ha ocurrido, este libro estaba esperando a un
lector y ese lector era yo. Simplemente, entré en la Casa del Libro de
Alicante, me acerqué a uno de los estantes, alargué la mano y lo saqué de su nicho
de madera. Ni conocía al autor ni a la editorial, pero sospechaba que había
acertado en su elección, como, en efecto, confirmé después, apenas me puse a
leer.
Si
los conceptos nos ayudan a entender la realidad y no al contrario, confiemos,
por un momento en ellos, o mejor dicho, confiemos en lo que el pensamiento
pueda dirimir a través de su utilización menos retórica. A menudo olvidamos qué
es la doxa y quiénes la componen. Digo todo
esto a propósito de aquello de que pensar lo hacemos todos pero pensar bien, es
decir, de modo profesional sólo lo hacen
los que estudian para ello: los filósofos. Este libro es un libro de aforismos filosóficos
y su bello título, que va numerado, parece augurar próximas entregas que,
esperemos, sean tan apetecibles como esta.
Quien
haya acaudalado muchas lecturas en su vida, con toda seguridad habrá alimentado
un notable criterio sobre las cosas. No obstante, el pensar filosófico es,
además de lectura, reflexión sobre otras lecturas, es decir, sobre las interpretaciones que los pensadores, a través
de la historia o de la sociedad en devenir, van haciendo de conceptos clave
como puedan serlo: el perdón, la moral, el amor, la muerte, etcétera.
Todos
estos conceptos, todos estos temas surcan el libro de Joan Carles Mélich.
Sus
aforismos son precisos, exentos de preciosismos divagatorios, directos,
manifestando así el grado de madurez que ha alcanzado su escritura filosófica,
y en casi todos ellos, nos encontramos con la tranquila sorpresa: la sorpresa
que supone el que una segunda mirada defina, ponga palabras reveladoras a eso que
confusamente vislumbrábamos o que teníamos delante de nuestras narices y no se
nos había ocurrido pensarlo dos veces.
A veces
el aforismo se torna hallazgo precioso: acariciar
no es poseer, sino ir en busca de lo desconocido; otras, juego de
paradojas necesarias : no hay sentido sin
posibilidad de sinsentido; Sin olvido no hay memoria.
Mélich
opone ética a moral. Mientras aquella improvisa y se acerca más al
desenvolvimiento sorpresivo de la vida, esta se convierte en un asunto
normativo, en conjunto de reglas, en algo estático.
Del
mismo “dinámico modo”, cree que una filosofía menos pendiente de las prescripciones de la razón que
de la relación narrativa de los hechos, estará más cerca de la verdad de esos
hechos, convirtiéndose toda metafísica en un absoluto ajeno a las vulnerabilidades de la vida. En este
punto, discretamente discrepo: la metafísica también podría convertirse en una
narrativa si nos atreviéramos a leerla-interpretarla menos académicamente y más
literariamente. Adjunto sucintamente el dato de que me parece una superstición
rechazar la literatura como un modo específico de filosofar falso: todos sabemos que las
grandes obras literarias se han convertido en objetos selectos del pensamiento
crítico.
Mélich
dice algo interesante: si la lectura consistiese en un mero descodificar, en el
momento que lleváramos a cabo tal descodificación, el texto analizado dejaría de tener interés, y
la cultura se convertiría en un objeto inercial pendiente de esa
operación más o menos mecánica. De ahí que la literatura, tras los mil y
un análisis y estudios, resulte un misterio, pues su descodificación es imposible
o infinita e interminable.
No creo que el aforismo fragmente el pensamiento, ni
que se reduzca a un mero ejercicio virtuoso de lingüisticidad; como tampoco que
suponga la imposibilidad de estructuraciones mayores del sentido a través de la
formulación teórica. Si el pensamiento adopta formas, es porque la realidad, la vida ya lo ha hecho, por lo tanto son estas las que determinan estilos
y tempos en la escritura, no al revés, aunque, quizás sea artificioso o difícil saber cuál de ambas cosas se produjo antes. El aforismo detecta una relación de cosas, y de ese modo fulminante lo expresa.
Esa es su función y en ello radica su característica y atractivo.
No
sé si la era del pensamiento débil ya pasó, o está pasando o si fue un invento
chocante de la crítica de los ochenta Pero creo que todavía es posible que el
pensar estrictamente filosófico ilumine caminos y nos sorprenda.
Este libro de Joan Carles Mélich es una obra accesible y seria, no le
sobra ni le falta nada. Y lo que se dice
en ella, materia de interés para todos. Lo aforístico no dispersa el
pensamiento: al final, el aforismo también crea una continuidad y una
inteligibilidad luminosa.
Lo
dicho: esperamos con impaciencia la próxima entrega.
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