Este
mundo que habitamos es, por fortuna, diverso pese a todo: pese al acoso
informativo de los medios, pese a la tontuna tecnológica, pese al
empobrecimiento lingüístico. Incluso hemos llegado a la perversión de
considerar que lo raro no era lo extraño sino lo bueno..
El
poeta Carlos Oroza es un raro o ha
sido uno de esos raros por lo infrecuente de su andadura y la gestación de
su poética. Y en su caso también lo raro es lo bueno: Lezama Lima definía al poeta como un posibilitador: de mundos,
de lenguaje, de libertad creativa. Oroza es un ejemplo meridiano de ello:
autonomía y libertad desde muy temprano, cuando a los 14 años se escapa de casa
y desde entonces, convierte su biografía en un largo y variopinto poema. Viaja
por España, convertido en uno de los primeros poetas beatnik del país,
convierte sus recitales en happening y hace “entradas triunfales” en las universidades
montado en un burro y provocando a las élites del saber del momento.
Graba
versiones musicales de sus poesías – el famoso Évame Malú, grabado en
1975, escuchado hoy parece una vibrante anticipación de los raps neoyorkinos –
y viaja a Estados Unidos, donde conoce a
Bob Dylan y recibe el premio de
poesía Underground.
En
el año 86, estuvo en Orihuela. Por
iniciativa de unos amigos gallegos, el grupo de los que entonces formábamos la
revista Empireuma lo trajimos a este punto de levante, y realizó un notable
recital en el Instituto Gabriel Miró. Pintura fluorescente y efectos especiales
de luz y sonido, fueron los elementos que acompañaron a su representación. Recuerdo
que yo me encargué de ambientar la sala con pastillas de incienso. También recuerdo
el paseo nocturno que nos dimos por las calles de Orihuela, pegando los carteles
que anunciaban su recital.
Ayer
nos enteramos que este sábado pasado, nuestro amigo poeta había muerto.
Oroza
no era un poeta adepto a la escritura, es decir, amigo de producir libros de
poesía y sumar bibliografía de este
modo. Demasiado libre como para preocuparse en editar libros, demasiado
desprendido como para que la idea de una obra le preocupase más allá de lo
necesario. Oroza habitaba la poesía, no la comentaba o analizaba meramente, por
ello podemos decir que siempre estaba trabajando, atento al canto, a la musa. Su
sensibilidad era su actividad.
Recuerdo
a Oroza como un ser aéreo, ingrávido. Parecía una hebra: levemente tenso,
atento a los conjuros rítmicos más que a embargos conceptuales, siempre más
cercano al canto que a las disquisiciones textuales. Y en este punto, la pureza
de Oroza, si me permite la palabra, lo distingue notoriamente, porque en su
obra y en su persona se confirma aquello de que la poesía no es escritura, sino
algo que la precede. Ahora, el poeta de los vientos no alisios, ha emprendido
el viaje definitivo a través de las galaxias.
Ay,
amigo, ya nos encontraremos, en la música, al otro lado del tiempo.
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