El
artista produce mundos habitables. Esa es una de las maravillas de su don.
Precisamente,
cuando el mundo se vuelve inhabitable, uno busca el refugio de la música, de la
literatura, de la pintura buscando un tipo, un tono, un tempo de universo que
habitar.
Curiosamente,
y sin que tengamos que adelantar análisis psicológicos para el caso como
pretexto, la melancolía, incluso, la desolación, son también, estéticamente,
habitables. El otro día descubrí la obra de Atkinson (1836 -1893 )y
experimenté algo muy curioso, quizá nada misterioso, incluso común: que las imágenes de alguna de mis
fantasías más secretas y con las que, en soledad, me solazaba, intensamente, en
una época determinada de mi vida, las
estaba viendo reproducidas bastante fielmente delante de mis ojos.
Hace
años, cuando lloviznaba, cogía mi grabadora y salía a la calle. Solía salir de
la ciudad andando y perderme por la
huerta, grabando "ambientes". Cuando me encontraba alguna casa solitaria con luz
dentro, sentía cierto placer masoquista al pararme frente a ella, grabando,
bajo la lluvia, sabiendo que su habitantes estaban calentitos, resguardados de
la lluvia, mientras que yo estaba ahí fuera, solitario y mojándome. Las ventanas
encendidas estimulaban las fantasías eróticas: en el dormitorio, cuya ventana
emitía un fulgorcillo naranja, se encontraba una bella dama que al fin se
apiadaría de mí y me dejaría entrar....
Algo
de todo esto - el estado contemplativo del caminante solitario próximo a la deriva
surrealista, el paisaje crepuscular o nocturno
como espacio habitable, las afueras de la ciudad, incluso, las ventanas
encendidas y la lluvia - se encuentran entre los motivos que componen la obra de
Atkinson.
El
pintor inglés es preciso en el detalle, en las rugosidades, excoriaciones y texturas de cielos, superficies, barro y vegetación.
Esa minuciosidad en el detalle, no sólo equilibra la escasa y dispersa
presencia humana, sino que nos indica la preferencia psíquica del artista y el
tipo de mundo que desea y del que nos quiere hacer partícipes: la soledad es
frondosa, la luz de la luna se destila, vibratoriamente, a través de las nubes,
la lluvia recientemente caída, acribilla de reflejos extensiones
considerables de suelo.
Las desolaciones de Atkinon me han hecho recordar otras, las de un pintor español: Modesto Urgell. Los temas, las atmósferas son casi los mismos, varía el estilo: mientras que el inglés resulta más vivo en los matices, Urgell es más nebuloso y grave.
Las desolaciones de Atkinon me han hecho recordar otras, las de un pintor español: Modesto Urgell. Los temas, las atmósferas son casi los mismos, varía el estilo: mientras que el inglés resulta más vivo en los matices, Urgell es más nebuloso y grave.
El
hombre viaja por los espacios que articula su imaginación. Sea ciudad o campo, el paisaje es un marco
espacial en el que la figura humana puede perderse voluptuosamente para nuestra
mirada. Los cuadros de Atkinon son las grandes habitaciones naturales o artificiales en
donde el hombre postromántico
evoluciona, y donde la soledad es un festín de soledades, gratas de visitar. La soledad es un lugar.
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