Podríamos
decir que el formato breve es hijo de la hiperlucidez, o, al menos, que tal
técnica de escritura pareciera asegurar efecto semejantes en sus productos por
la mera disposición formal. Lo espectacular de su efecto - certeza y rapidez - reside en esa colaboración
tan esplendente entre forma y contenido incidiendo uno sobre el otro en una fusión
impresionadora: el fogonazo verbal.
González
Serrano aprovecha estas “ventajas previas” para intentar multiplicarlas, conocedor,
también, de que lo breve no excluye la densidad.
El
reiterativo epígrafe , leves alas al
vuelo, nos ofrece un muestrario de formas breves – dísticos, haikús,
aforismos, poema cortos – cuyo pulimento métrico refuerza y confirma la unidad
conceptual del libro.
Toda
poesía es trabajo formal y González Serrano recurre al empleo de la métrica
rigurosa para asegurar la redondez del libro, el trazado de la “virguería” poética.
Lo
que cabría preguntarse cuando la cuestión técnica resalta de modo especial en
una obra literaria es si el producto final confirma a través de su calidad, tal
presunto dominio.
Serrano
consigue con regularidad un nivel, pero los hallazgos y revelaciones hay que
buscarlos en el curso de estas repeticiones formales, pues hay que admitir que el
mero y diestro empleo del formato breve no asegura porque sí una infalibilidad
del pensamiento o la ejecución del haikú inolvidable.
Leves alas al viento se lee con gusto y ritmo, y si la lectura es
recolectora de cualidades, podemos encontrarnos, por ejemplo, con cierto uso común de la paradoja: la suerte es un azar buscado;
con
la complicada verificación: En el
fanatismo habita la cruel locura que, al domesticarse, deviene satisfecha
creencia; con
la gracia poética: a dos pasos del /deseo,
una daga/vuelta amapola; con
la precisión casi matemática del sueño: en
los perdidos edenes del estío/ se extravía la memoria del ahora.
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