Tras la noticia de un
atentado, siempre me ocurre lo mismo: primero, espanto e incredulidad ante lo
que acaba de ocurrir; segundo, un lúgubre estupor pensando en la maldad
absoluta de quienes lo han perpetrado y elaborado, es decir, reparando que tras
el mal hay una ideología, una mentalidad y una autoría, concretas; luego, una
repulsión específica por tal autoría y por tal mentalidad, en este caso la
musulmana, con todas las implicaciones históricas que ya conocemos. Luego, la
imaginación y la indignación se ponen a trabajar, ideando aniquilaciones
absolutas del enemigo; y con el paso del tiempo, gradual descenso de la indignación
y la repulsión, hasta que otro atentado reproduzca de nuevo el proceso. Con los
atentados en Bruselas volverá a ocurrir lo mismo. Y así, como diría Borges, hasta el infinito. Y
nosotros dándonos cuenta, angustiados, del talante de este bucle de horrores,
de impotencia y de rabia. ¿Hasta cuándo?
miércoles, 23 de marzo de 2016
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