Precisamente es al arte a quien le
compete todo evento, la representación de lo humano y lo divino. Sin arte ni
hay testimonio ni autoconsciencia ni trascendencia de esa autoconsciencia. Sin arte
sólo la nada extendería sus dominios, pero tampoco, porque no habría nada.
De los geométricos y remotos tiempos íberos,
de la bisectriz de las épocas prerromanas, emerge esta imagen que suscita
nuestra simpatía. La imagen antigua de algo placentero y universal sobre la que
han pesado las oscuras e injustas oscuridades de la prohibición, se revela, de
pronto, cómplice de nuestros deseos más actuales de reivindicación y libertad. He
aquí la sorpresa y la secreta palpitación de la esperanza: el tiempo y la
historia, a pesar del ruido de batallas y horrores afines, no hacen sino velar
por los motivos universales. El peso ingrávido de un labio sobre otro labio, el
nexo fugaz pero de sabor duradero del beso vuelven a transmitirnos su delicado
gesto a través de los poros graníticos de este relieve de nuestros antepasados
peninsulares.
Todo el tiempo es nada cuando se efectúa
nuestro deseo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario