martes, 12 de julio de 2016

OBSERVATIONS


 


 


Están los poetas y los que se dedican a escribir poemas.

 

Por mucho que se rompan la cabeza ciertos cineastas reivindicativos, la incursión en las circunstancias de un amor homosexual  sólo será una curiosidad más o menos morbosa para una sensibilidad no homosexual.  La relación de Romeo con Romeo no da el relato que sí da la relación de Romeo con Julieta. En la relación entre Romeo y Julieta hay diferencia real no sólo de cuerpos sino de caracteres, fantasías, y energías; hay incluso una oposición que se convertirá en convulsiva y luminosa convergencia final. La relación heterosexual entre ese Romeo y Julieta hipotéticos es de tal calibre que podremos extraer de ella una ejemplaridad vital; mientras que la aventuras de un Romeo con otro Romeo, por muy pasionales que puedan ser, no trascenderán un relato cerrado sobre sí, monosémico porque, a fin de cuentas, se reduce a la relaciones de lo mismo con lo mismo.

   

Cada vez que me he enamorado, todo lo que he escuchado sobre las relaciones entre hombre y mujer, todas las historietas sobre sexo vistas en películas, todos los chistes y leyendas, chascarrillos y estereotipos, todas esa literatura, toda esa basura, ha volado por los aires fulminado por una sola y virginal realidad: la que constituye mi amor.  

 

Estoy leyendo una obra de García Bacca sobre Parménides y Mallarmé, y dos libros de viajes al mismo destino - Roma, Italia - de Castelar y Henry James. Considerar o calcular cuál resulta más importante o profundo, incluso, resulta, finalmente, banal y poco interesante. El gozo de la lectura de estos libro no compite entre sí, aunque sí debo admitir que es más fácil, más inmediatamente grato dejarse llevar por las obras de viajes, es decir, por el despliegue sensorial de impresiones y fascinaciones temporales, que por la exposición precisa y rígida de la teoría. En un caso se analiza un objeto vivo, móvil, repleto de reflejos y conexiones vivas, y en el otro es la intensidad erótica del examen conceptual lo que identifica el placer lector. En el primer caso el texto se hace flexuoso, se impregna de lo que habla, paisajes, personas, colores, y en el otro, es la propia capacidad del pensamiento la que informa un texto sobre lo que este revela y define.   

 

La gran historia, la historia de los acontecimientos, la historia dramática y excelsa del siglo XX está escrita en las mejores sinfonías de los grandes autores. No me estoy refiriendo a Shostakovich y compañía, por ejemplo, sino a esos otros compositores que por una suerte de azar mimetizante, han quedado relegados a un penumbroso segundo lugar. Escucho en este momento a Charles Koechlin y su música me parece de una calidad que no se corresponde con ese puesto secundario que le ha tocado en suerte. Percibo esos matices, esas espesuras, esa intemperie sentimental que suena a aire de familia y nos hace recordar que el mito salvaje del siglo XX se encuentra singularmente cifrado en en estas soberbias músicas.

 
 
 

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