Están los poetas y los
que se dedican a escribir poemas.
Por mucho que se rompan
la cabeza ciertos cineastas reivindicativos, la incursión en las circunstancias
de un amor homosexual sólo será una curiosidad
más o menos morbosa para una sensibilidad no homosexual. La relación de Romeo con Romeo no da el relato
que sí da la relación de Romeo con Julieta. En la relación entre Romeo y Julieta
hay diferencia real no sólo de cuerpos sino de caracteres, fantasías, y energías;
hay incluso una oposición que se convertirá en convulsiva y luminosa convergencia
final. La relación heterosexual entre ese Romeo y Julieta hipotéticos es de tal
calibre que podremos extraer de ella una ejemplaridad vital; mientras que la
aventuras de un Romeo con otro Romeo, por muy pasionales que puedan ser, no
trascenderán un relato cerrado sobre sí, monosémico porque, a fin de cuentas,
se reduce a la relaciones de lo mismo con lo mismo.
Cada vez que me he
enamorado, todo lo que he escuchado sobre las relaciones entre hombre y mujer, todas
las historietas sobre sexo vistas en películas, todos los chistes y leyendas,
chascarrillos y estereotipos, todas esa literatura, toda esa basura, ha volado
por los aires fulminado por una sola y virginal realidad: la que constituye mi
amor.
Estoy leyendo una obra
de García Bacca sobre Parménides y Mallarmé, y dos libros de viajes al mismo
destino - Roma, Italia - de Castelar y Henry James. Considerar o calcular cuál resulta más importante o profundo, incluso, resulta, finalmente, banal y
poco interesante. El gozo de la lectura de estos libro no compite entre sí,
aunque sí debo admitir que es más fácil, más inmediatamente grato dejarse
llevar por las obras de viajes, es decir, por el despliegue sensorial de
impresiones y fascinaciones temporales, que por la exposición precisa y rígida
de la teoría. En un caso se analiza un objeto vivo, móvil, repleto de reflejos
y conexiones vivas, y en el otro es la intensidad erótica del examen conceptual
lo que identifica el placer lector. En el primer caso el texto se hace
flexuoso, se impregna de lo que habla, paisajes, personas, colores, y en el
otro, es la propia capacidad del pensamiento la que informa un texto sobre lo
que este revela y define.
La gran historia, la
historia de los acontecimientos, la historia dramática y excelsa del siglo XX
está escrita en las mejores sinfonías de los grandes autores. No me estoy
refiriendo a Shostakovich y compañía, por ejemplo, sino a esos otros compositores
que por una suerte de azar mimetizante, han quedado relegados a un penumbroso
segundo lugar. Escucho en este momento a Charles Koechlin y su música me parece
de una calidad que no se corresponde con ese puesto secundario que le ha tocado
en suerte. Percibo esos matices, esas
espesuras, esa intemperie sentimental que suena a aire de familia y nos hace
recordar que el mito salvaje del siglo XX se encuentra singularmente cifrado en
en estas soberbias músicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario