Toda la calle está
levantada. Están reponiendo las estructuras de las cañerías y tuberías. Se
aprovecha que la mayoría de la gente se encuentra de vacaciones para efectuar
las obras. La calle está sembrada de cascotes triangulares y de socavones
milimétricamente trazados. Cuando los trabajadores, a la tarde, se van, puede comprobarse cómo todo el
entorno ha cambiado de signo. Sensación de agradable desorden. Como se ha
cortado el tráfico para realizar las obras, a la noche los vecinos sacan sus
sillas y se colocan a las puertas de sus casas a charlar. La calle se hace
habitable. Resulta curioso observar el proceso que lleva a cualquier cosa alcanzar una forma: desmantelar, descomponer, esparcir, dispersar para, finalmente, volver a reunirlo todo y que no quede un solo cascote como prueba de lo que se ha producido.
Podríamos decir que para
Leibniz la estructura de la materia viene a ser fractal ya que todos sus
componentes guardan una correspondencia entre sí, relación que define el
principio de iteración existente en la generación de los fractales. Escribe el
filósofo: Cada porción de la materia
puede ser concebido como un jardín lleno de plantas; y como un estanque lleno
de peces. Pero cada ramo de la planta, cada miembro del animal, cada gota de
sus humores es, a su vez, un jardín o un estanque semejante. Lo fractal sería aquí la mecánica generadora
de la materia que hermanaría sus productos vivos a través del principio de la
semejanza por compartir un origen común.
La música, irresistible como
una mujer, podríamos decir. Pocos pueden
escapar a los efectos de la emergencia sentimental a través de una melodía. En una
ocasión, Buñuel llora al escuchar una jota. En otra, Borges y su madre, de
visita a Estados Unidos, lloran abundantemente al escuchar unos tangos en casa de
un amigo.
Sibaritas: habitantes de la
ciudad de Sibaris. Sensación de alivio, de agradable sorpresa tras enterarme
del origen del término “sibaritas” y fascinación con la historia final de este pueblo
que parece guardar una enseñanza secreta o moral. El bienestar ha venido
justificado porque no es una superconciencia, emplazada en no se sabe dónde,
expidiendo definiciones y conceptos implacablemente la que explique el devenir
universal sino que es la realidad misma, su azarosa y libre articulación la que
lo hace. Es decir, no hay nada estatuido. Las cosas no aparecen hechas ya. Lo elemental
posee muchas veces una razón originaria que justifica esa cosa, precisamente,
de tal ineludible modo, elementalmente. Y creo que esto puede ser general, que
el ejemplo de los “sibaritas”, las “razones etimológicas”, podría aplicarse a
muchos otros casos: razones biológicas, sentimentales, ontológicas, etcétera.
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