martes, 24 de enero de 2017

SURREALISTA TEXTO






Acierto a ser de mi opinión cuando se admite que ningún astro hipnotizador ejerce su influencia entre la membrana que separa articulaciones terrestres posibles y magias no mecánicas, aunque pueda juzgarse toda secreción astral como germen originario del mundo primero. Las leyendas se han tornado, de pronto, láminas intercambiables entre este espolón y aquella pirámide. Las congratulaciones íntimas podían sublimar charcos inoportunos pero más difícilmente bloques de granito que se obstinan en no bailar. Se piensa en los bordes de aluminio, en las axilas peinadas por las corrientes submarinas, en las masas de reflejos de un escaparate, se arriesgan, de todas maneras, sobre el tapete de las alternativas,  mundos microscópicos, esos en los que la bisectriz juega harmoniosamente a crear urdimbres de cubículos vacíos sin los que el aire plisaría cada instante con su pisada de elefante invisible. De todos modos, en este país de cristal fúnebre, lo que importa, a pesar de lo dilucidado y del asedio de otras lujurias, es el reino de las palabras. Reino más grávido que cualquier rueda de molino, reino más luminoso que todo brillo de gemas ignotas, reino más suntuoso que cualquier recepción regia al borde del abismo. Reino glacial y preciso, cegadoramente osificante, inusitadamente proteico. Los días cotidianos son o una línea recta o un laberinto de líneas, me dices. Y aún así, tras una suerte de trémulas confesiones de este tipo, no acertamos a definir el oscuro diamante que salta de nuestra lengua, ofreciendo lo mejor de nosotros mismos tras el vespertino dosel de la media hora. 
 
 
 

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