Tras unos ocho o nueve años, vi
ayer noche, "de nuevo", Gritos y susurros de
Bergman, una auténtica delicia y una película de las más representativas y redondas
del autor sueco. Sorpresa doble tras ver la película: por un lado, cómo el paso del tiempo te hace
ver detalles que antes no percibías o no valorabas, en este caso, los finales
de signo esperanzador de los films de Bergman, que como una temblorosa gota de
luz, abren una perspectiva a la dicha tras la larga exposición dramática
anterior. El no habernos fijado en lo significativo de estos finales es lo que
creó hace años el estereotipo negativo del arte de Bergman (cine nórdico,
pesimista, etcétera). Por otro lado: las grandes obras artísticas siempre nos
ofrecen sorpresas cada vez que nos acercamos a ellas, ya sea a través de la
lectura, la audición o el visionamiento. Funcionan como máquinas semióticas, seres realmente
vivientes, que producen nuevos mensajes o emiten aspectos distintos, con cada
aproximación del receptor a su universo de formas.
SOBRE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO O NO.
Antes,
las manifestaciones personales sobre lo paranormal eran algo políticamente
correcto porque conectaban con la apertura de miras que las movilizaciones
sociales de los años 60 y 70 habían provocado a través de la oposición política,
y cosas más específicas como el uso de las drogas, la psicodelia, el movimiento
hippie o las obras de Castaneda. Todo aquel mundo se alimentaba de su propio
vigor al presentarse como alternativa revolucionaria. Hoy que la izquierda,
tras su triunfo social, tiende a pervertir un gran número de sus valores, al
dogmatizarse y convertirse en mero discurso
impositivo a través de lo que se denomina "lo políticamente correcto", lo
paranormal es visto como una fruslería o es rechazado como cualquier otra
tentativa de nueva metafísica.
Los
independentistas catalanes juegan con "lo políticamente correcto", pues la gran
idea madre que engloba a todas las otras que pueblan la convivencia democrática
es la libertad. Es políticamente correcto, pues, reclamar derechos, y en este
caso, el derecho a la autodeterminación, resultando autoritario negar tal
derecho. Si los catalanes que no desean la independencia se movilizaran de
igual modo que los que sí la quieren y salieran a la calle en manifestaciones
igual de masivas que los otros, el debate independentista quedaría reducido a
unas sosegantes tablas o perdería fuelle, notablemente. Que los
independentistas están manipulando a su favor "lo políticamente correcto" se
percibe en el impudor con que se mueven, seguros de tener siempre la razón, o
no importándoles si la tiene o no, porque están sumidos en la ebriedad, en la
pasión nacionalista, contando además con que la democracia, la garante de lo
políticamente correcto, está con ellos, y por tanto, toda la sociedad, mientras
que los catalanes que no son independentistas no están igualmente estimulados y
sí se ven condicionados por el pudor a la hora de manifestarse abiertamente en
contra de lo que supuestamente, se reclama en su territorio, siendo allí, ellos, políticamente
incorrectos.
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