LA CANTIDAD REÑIDA CON LA CALIDAD. EUROVISIÓN Y LA DECADENCIA.
La cantidad de países que
tras la caída del muro de Berlín y la Unión Soviética se sumaron al festival de
Eurovisión no trajo consigo ni más riqueza artística ni pluralidad musical a
tal evento. Paradójicamente, antes, en los sesenta y setenta, cuando los países
que acudían al concierto de Eurovisión eran la mitad de la mitad que ahora, Eurovisión
sí que constituía un evento y emergían estrellas musicales internacionales de
las citas anuales. A Eurovisión le ha ocurrido lo que a las cadenas de
televisión: a mayor cantidad de cadenas, menor calidad de la oferta televisiva.
Eurovisión no tiene nada que
ver con la riqueza folklórica y musical de Europa, sino que refleja la
celebración uniformante de un estilo de canción ligera que es, a su vez,
expresión de unas formas culturales predeterminadas por lo pop. Eurovisión está
a años luz de las espléndidas músicas nacionales de cada uno de los países que
conforman Europa. Las estupendas músicas de países como Hungría, Bulgaria,
Ucrania o Rumanía pertenecen a otro universo, es decir, a Europa, y tienen poco
que ver con el canon de vulgaridad perfumada e impersonal aborregamiento que
identifica a Eurovisión. Habría que inventar un festival que verdaderamente
premiase las nuevas creatividades que se dan en los distintos países de esta
constelación única en el mundo llamada Europa, y que fuese verdadera expresión
de lo que a nivel nacional se produce en todos estos lugares, tan distintos en
sus registros sonoros como unidos en un mismo proyecto político. El que Europa
ignore su propia riqueza cultural a través de la aceptación representativa de
festivales como Eurovisión y el que este se haya convertido tras el delirio de
cursilería en que ha degenerado con los últimos años, en mito gay, nada menos,
confirman ese grado de decadencia que el mundo cultural estereotipado que nos
rige, se permite.
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