El episodio de las hadas de
Cottingley ha sido mal interpretado por los romos seguidores de lo oculto que
son quienes se han apropiado de lo que creían que era suyo, cuando con lo único
con lo que tenía que ver era con la pura y libre fantasía, ni siquiera con lo
antropológico y, naturalmente, tampoco con lo esotérico ni con el folklore. Los
seguidores de lo paranormal han querido aplicar una suerte de descabellado
positivismo examinando las famosas fotos, allí donde no tenían sino que haber
recordado la frase de Nietzsche: “El hombre alcanzará su madurez espiritual
cuando obre con la seriedad con la que los niños juegan con sus juguetes”. Cito
de memoria, pero, más o menos, la frase del pensador es así. Es decir, que
aquello que debieran haber considerado es la experiencia fantástico-poética de
las niñas, no obsesionarse pueril y toscamente con unas pruebas – la
autenticidad o no de las fotografías – acerca de tal experiencia. Para unas
preadolescentes, la realidad está teñida de magia y lo que hicieron al emplear
la fotografía no fue sino aprovechar las capacidades tecnológicas de una
herramienta nueva para “representar” su sueño. Las figuras recortadas no
demuestran ni una broma ni ninguna farsa. Fueron elemento de atrezo que ayudó a
realizar la puesta en escena de aquella fantasía. Las niñas no mintieron, simplemente soñaron. O
jugaron. No se sueña falsamente, se sueña de verdad lo
que se sueña. Y lo fascinante aquí es cómo recuerda lo “ocurrido” en Cottingley
a las visiones marianas: fue una ensoñación compartida, es decir, creada por un
sueño común, de modo semejante a cuando la Virgen se ha aparecido a varias
jóvenes. La mente de cada una de las presentes convertida en Una sola.
¿Con qué grados de
superrealidad conecta la ensoñación de almas puras, que demiurgias secretas
puede provocar fenoménicamente en la realidad puntual la libre actividad de la
ensoñación?
Lo repito. Las hadas de
Cottingley no tienen nada que ver con lo paranormal ni con lo esotérico sino
más bien con la filosofía, con la poesía, incluso con la teología. Ha sido una interpretación errónea de los
juegos de unas niñas lo que ha colocado a estos en falseadores puntos de mira – falseadores ellos, no lo ocurrido – produciendo una literatura
tan fascinante, a veces, como tediosa y machacona.
Yo podría constatar la
naturaleza del episodio de las hadas comparándolo con una añeja experiencia
personal. Hace unos cuantos años, yo y un grupo de amigos nos aficionamos a las
psicofonías. Sobra decir, que practicábamos la mística del trabajo común, previa
a todo adocenamiento teórico, y como tal, absolutamente real. Nuestra pasión
por la música, la literatura, la naturaleza era una sola.
En abril de 1980 decidimos hacer nuestras primeras psicofonías fuera de casa. Escogimos una finca solitaria, surcada de senderos escoltados por una profusa masa de cipreses y palmeras. Estaba situada fuera de la ciudad de Orihuela y era nuestro “lugar de poder”. Atardeciendo, fuimos para allá y realizamos una larga grabación de más de media hora. Cuando más tarde, en casa, escuchamos la grabación, solos, con la luz apagada y con el volumen al máximo, tras el primer cuarto de hora o veinte minutos, en los que sólo se escuchaba el chasquido de alguna rama y el relajante zumbido de una moto lejana, apareció el sonido de una risa burlona. Todos pegamos un grito y saltamos en el aire: ¡un gnomo, la risa de un gnomo! Más adelante aparecieron algunas risas más junto a alguna voz ininteligible, semejante, tímbricamente, a la sorprendente risa.
En abril de 1980 decidimos hacer nuestras primeras psicofonías fuera de casa. Escogimos una finca solitaria, surcada de senderos escoltados por una profusa masa de cipreses y palmeras. Estaba situada fuera de la ciudad de Orihuela y era nuestro “lugar de poder”. Atardeciendo, fuimos para allá y realizamos una larga grabación de más de media hora. Cuando más tarde, en casa, escuchamos la grabación, solos, con la luz apagada y con el volumen al máximo, tras el primer cuarto de hora o veinte minutos, en los que sólo se escuchaba el chasquido de alguna rama y el relajante zumbido de una moto lejana, apareció el sonido de una risa burlona. Todos pegamos un grito y saltamos en el aire: ¡un gnomo, la risa de un gnomo! Más adelante aparecieron algunas risas más junto a alguna voz ininteligible, semejante, tímbricamente, a la sorprendente risa.
Resultaría muy difícil
definir aquí el grado de fascinación en que nos sumimos aquellos días, estando
convencidos de haber registrado las voces y risas de unos gnomos. Fascinación
porque para nosotros lo fantástico se estaba produciendo en lo real. Sentíamos
presencias misteriosas deslizarse en las frondas de aquella finca cada vez que
la visitábamos, nunca vimos nada extraño, pero las grabaciones confirmaban para
nosotros la realidad de aquellas presencias sospechadas. Allí había todo un
mundo oculto.
Por qué todos coincidimos a
la primera en asegurar que aquello que apareció en las cintas eran gnomos? Pues
no lo sé, la ingenuidad de entonces, el imaginario que compartíamos casi sin
saberlo conscientemente.
A partir de aquella
psicofonía reveladora, visitar, a la hora del crepúsculo de la tarde, el umbrío
lugar en que se había grabado, era todo un reto a nuestra valentía y una
invitación a la inmersión en un universo fantástico tan secretamente nuestro
como real.
Toda aquella mitología se
derrumbó cuando descubrimos que las “risas” y voces gnomiles no eran tales sino
ruidos del motor del mismo aparato de grabación…
Pero la intensidad de la
vivencia no se inhabilitó ni se suprimió por este motivo. Del mismo modo que
las fotos trucadas de las jóvenes inglesas no significaban la inexistencia de
la vivencia de sus ensoñaciones.
Lo importante aquí es la
vivencia que define un período de la imaginación del espíritu adolescente.
Nosotros soñábamos despiertos,
incluso después del gran fiasco. Las inglesas utilizaron la cámara como un
juguete sofisticado que potenciaba el juego. Nosotros, aunque nos dimos cuenta
de nuestra ingenuidad, continuamos visitando el lugar como peregrinación para
nuestras charlas y meditaciones poéticas. Las inglesas no vieron la necesidad
de informar a los adultos de sus fotos trucadas, perpetuando en lo posible un
sueño que había sido real en sus juegos. Y recordemos que lo más serio que los
niños hacen es jugar.
Entonces, se preguntará
algún crédulo, ¿no hubo ni hadas ni gnomos?
Los linderos de la
experiencia mágica son un misterio, porque cada vez que veo las fotos de las
niñas o se me ocurre escuchar las cascadas psicofonías de hace más de treinta
años, yo sigo viendo unas criaturas fantásticas evolucionar entre el ramaje, alrededor
de las niñas, o escucho la breve carcajada de un gnomo burlón, emerger
súbitamente, del margen penumbroso de un sendero olvidado junto a las acequias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario