El otro día tenía la radio
puesta y entrevistaban a alguien que, entre otras cosas, había publicado un
libro de poesía. De buenas a primeras, el entrevistador le espetó con la
frasecita que ya se ha convertido en un tópico sobre el tema, para que la comentara: La poesía sólo la leen los poetas. Yo
creo que a quien ideó o se le ocurrió la frase debieron aletearles las orejas
como a Dumbo, y de creerse tan inteligente, llegaría al techo de puro gusto. La
frasecica pretende acusar a la poesía actual de ininteligibilidad, de ser un
discurso hermetizante, cerrado sobre sí mismo y ajeno al interés del público, y
por lo tanto, carente de interés. Pienso yo que al inventor de la frase no sé
si también le parecerá ininteligible e impopular la poesía metafísica inglesa
del siglo XVII, o la obra de Góngora, o la de Mallarmé, importantes jalones de
la historia de la literatura. Pienso yo que por qué no aplica su genial frase a
la pintura, a la novelística, al cine e incluso a la filosofía moderna, pues me
parece que ostentan parecidos y complicaditos semblantes. Pero no está ahí la
historia. El que inventó la frasecica demuestra una torpeza de fondo porque
podemos invertir la dirección de su acusación y decir que es la sociedad y la
realidad de todos los días lo que se ha vuelto ininteligible y que la poesía no
hace otra cosa que reflejar tal estado de cosas. Así de simple y de
contundente. Y si la poesía carece de interés para el público en general es
porque no hay poeta que la cante (a esa
sociedad). El devenir social imposibilita un vínculo transparente entre
sociedad y poeta: este ha sido expulsado de aquella por el orden de prioridades
sociales, económicas y conceptuales. Y a pesar de todo, el poeta sigue
descubriendo belleza y significado a través de todo lo que ocurre y es. El que
los críticos, hacedores de frasecicas, no sepan percibir los márgenes de esos
acontecimientos densos y fugaces que el poeta sigue advirtiendo, no es culpa,
desde luego, de este sino de las impericias prejuiciosas que salen al aire cuando creemos haber despachado algo delicado con una ocurrencia aparentemente incisiva.
Acuso yo a la frase de
pedantería y necedad, de carencia de audacia y chulería tonta.
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