martes, 24 de octubre de 2017

LOS TOROS Y ORIHUELA. José Ruiz Cases "Sesca"


 
 

Examinando esta publicación de mi amigo Sesca, Los toros y Orihuela (1383 – 2015), experimento, curiosamente, dos cosas: por un lado, y a pesar de todos los estereotipos y proximidades geográficas y populares, sorpresa todavía, extrañeza ante la existencia de una fiesta semejante, esa extrañeza admirativa que nos recordaría la que quizá sentirían los viajeros extranjeros en el período romántico ante las idiosincrasias de la literaturizada y mítica España; y, por otro lado, o mejor dicho, como consecuencia de  esta primera sensación, misterio, sí, misterio ante la pregunta elemental de: qué es esto, qué son estos personajes, estos trajes, qué significado tiene burlar a un animal tan poderoso con la intención final de sacrificarlo a un dios sin nombre, corriendo el riesgo real de un embiste mortal.
Uno se plantea, ante una puesta en escena tan espectacular, ante la representación de lo que quizá fuese, antaño, una ceremonia religiosa, que esta fiesta no puede ser cualquier fiesta, que todo esto no puede ser banal o meramente caprichoso. Algo tan específico, tan singular, tan localizado e insólito, es, dese luego, algo digno de historiarse y considerar. Digo todo esto desde la perspectiva del no aficionado, del absolutamente ajeno a las corridas y a su mundo. Porque quisiera destacar que a veces, el que pertenece a una cultura suele ser el que menos entiende las formas especiales en que esa cultura se manifiesta. Cuántas veces un foráneo  a los usos y costumbres del lugar, analiza aspectos reveladores de los mismos, ignorados u obviados por los nativos.

Independientemente de la impresión global que suscite la fiesta, resulta también muy interesante examinar en este volumen, el desenvolvimiento histórico de la  corrida en la localidad oriolana y comprobar cómo, desde tiempos medievales hasta el mismo siglo XX, se encuentra elocuentemente ligada a la vida social a través de una nutrida serie de festejos que jalonan los años de todos estos siglos.  En fiestas patronales, en conmemoraciones y efemérides varias, hasta ligadas a procesiones de índole religiosa, las corridas aparecen como corolario final, pretexto o celebración consagratoria de la hilera de festejos en cuestión. Observando este protagonismo jubiloso y popular de la corrida, uno no puede evitar cierta melancolía al comparar tal pretérita realidad con el desamparo o decadencia actual de la fiesta por estos pagos. Es demasiado tópico decir que las sociedades cambian o las cambian. Uno se preguntaría qué se ha perdido, qué valores o formas de valorar la vida se disipan con la pérdida de la fiesta, qué singularidad entrañable se vivía con una celebración como esta y qué ánimo tendría que resurgir de la convención social para que se fuera articulando cierta afición “menos abstemia” que la que procuran los distintos poderes hoy.    
 
 

La autopublicación de Sesca no solo repasa minuciosamente, tras previo y trabajoso examen documental, la historia de las corridas en la comarca, mencionando toreros y ganaderos locales, o los orígenes de la plaza de toros de la ciudad, sino que refleja el impacto de la fiesta en ámbitos literarios, pictóricos y musicales. También dedica unas líneas al asunto de la objeción ética y los antitaurinos. Aprovecho este quite para decir algo al respecto de tan chirriante asunto: resulta verdaderamente lamentable esta inoculación de pensamiento puritano protestante en la sociedad española. Los antitaurinos se me antojan los nuevos conversos y como tales, tan fanáticos como cretinos. Aún recuerdo aquellas imágenes bochornosas  en Madrid de gente corriendo detrás del coche en que se encontraba el perro que las autoridades habían decidido sacrificar al creer que portaba el virus del évola. Aquella escena escapaba a mi comprensión. El contacto con todo animal me estremece. Pero no puedo respetar a estos individuos que les importa un pimiento la vida del torero y muestran un ánimo tan enajenado ante la entidad intocable y sacralizada de lo animal. Hay algo incoherente y burdo en sus protestas. Se podrían haber asociado para defender cualquier otra cosa y esclarecer sus problemas de identidad, pero ante la escasa imaginación del concurrente, parece que el animalismo pretenda presentarse como algo más que una para -religión.

La fiesta supone la existencia de toda una serie de personajes e indumentarias: banderilleros y peñas taurinas, toros y toreros, picadores y jerarcas en los palcos, monosabios y espontáneos, peinetas y sombreros por las gradas... En fin, una suerte de mitología popular, una iconografía singularísima es la que emerge de una fiesta como esta que algunos desnortados sueñan  prohibir y destruir.   

Sesca aporta en esta obra un conjunto exhaustivo de documentación escrita y gráfica. Muy peculiares resultan las transcripciones de las crónicas antiguas sobre las incidencias de la fiesta, así como las referencias  a toreros locales, todo ello acompañado de fotos y reproducciones de los carteles. Teniendo en cuenta los tan pocos o inexistes precedentes, y especulando sobre las dificultades bibliográficas que parecen dibujarse en el futuro, Los toros y Orihuela, se convierte en referente obligado sobre materia tauromáquica en la comarca.   
 

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