martes, 29 de mayo de 2018

AFORISMOLANDIA



 
 

Nicolás Gómez Dávila. BREVIARIO DE ESCOLIOS

 
Uno se pregunta si el arte aforístico es un género literario más o si supone un tipo de escritura parafilosófica que, preocupándose, supuestamente, por la verdad, acote de este modo territorios de crítica o de veneración intelectual; es decir, si el aforismo lo que pretende es divertir de un modo inteligente o si se propone producir pequeñas revelaciones a tener en cuenta. Imaginando que lo ideal sería que ambas cosas convergieran, digo lo dicho para ubicar preferencias y justificar aproximaciones lectoras. Por ejemplo. Se entiende que la obra aforística de Dávila llamara la atención de Jünger. El escritor colombiano, más que meramente dejar entrever, manifiesta sin pudor y a través de pensamientos agudos su rechazo de la democracia moderna y de las culturas que ha producido. Ese aire reaccionario que sabe muy bien justificar su posición ante los desmañamientos de la libertad social y su baño de relatividades sin fin, no hace sino asegurar su verbo vinculándolo a un estatus que se define por su contrario: el mundo sin forma y vulgar de ahí fuera, el universo, intelectualmente, pobre y mayoritario de la masa. Dávila es un exquisito rodeado de libros y a veces, las puyas aforísticas lanzadas al mundo de la cultura popular son algo previsibles, aunque siempre audaces. Los aforismos de esta clase, los que resueltamente, critican los modos y consecuencias democráticas en la sociedad y, sobre todo, los que desprecian la industria cultural moderna son los más claramente ideológicos y se “degustan” formalmente. El resto de los distintos escolios son un acerado cribamiento de posturas morales y devenires varios de la realidad, con rachas de una atrevida perspicacia que pueden suscitar reacciones en el lector, de signo contrario al descrito.  


Ni pensar prepara a vivir, ni vivir prepara a pensar.

La clave sexual sólo descifra enigmas subalternos

Lo que no es complicado es falso

Las palabras no comunican, recuerdan

 
 
 

 
 

VOCES. Antonio Porchia.

Las lecturas de Alejandra Pizarnik me han llevado a este autor que conocía confusamente y cuya biografía era yo,  hasta ahora, incapaz de ubicar. De origen italiano y radicado definitivamente en Argentina (1885-1968), los aforismos cuya totalidad el autor recogió bajo el epígrafe de Voces en varias ediciones, son, quizás, la producción en este género y en lengua española, de los más singulares que conozco. La escritura de Porchia sorprende por su equívoca transparencia, por su desnudadora intimidad, por la sutileza de su formulación. Porchia escribe desde una proximidad, desde una franqueza de espíritu que resulta difícil manipular o engañar. La pureza de su iniciativa es de una autoría inconfundible, es decir, no resulta fácil confundirlo con un aforista cualquiera. La sutileza se encuentra en lo que de un modo transparente se expresa,  ese “ahí mismo” que desdeña toda otra estrategia de comunicación que no sea la de la límpida cercanía. Porchia evita las retóricas, precisamente, para colocar a la palabra en su sitio, aquel que les corresponde para no interrumpir la comunicación. Muchos de sus aforismos son para recordar o memorizar, conforman verdaderas revelaciones por la forma en que Porchia deslinda su pensamiento y  sin levantar la voz ni crispación, nos muestran lo que pretendía permanecer secreto ante el mundo, ante nosotros mismos.  

No me llevaré tu alma. Me bastará saber que la tienes.

No me hables. Quiero estar contigo.

Cuando haya dejado de existir, no habré existido nunca.

Quiero por lo que quise, y lo que quise, no volvería a quererlo.

 

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