Nicolás Gómez Dávila. BREVIARIO DE ESCOLIOS
Uno se pregunta si el arte
aforístico es un género literario más o si supone un tipo de escritura
parafilosófica que, preocupándose, supuestamente, por la verdad, acote de este
modo territorios de crítica o de veneración intelectual; es decir, si el
aforismo lo que pretende es divertir de un modo inteligente o si se propone
producir pequeñas revelaciones a tener en cuenta. Imaginando que lo ideal sería
que ambas cosas convergieran, digo lo dicho para ubicar preferencias y
justificar aproximaciones lectoras. Por ejemplo. Se entiende que la
obra aforística de Dávila llamara la atención de Jünger. El escritor
colombiano, más que meramente dejar entrever, manifiesta sin pudor y a través
de pensamientos agudos su rechazo de la democracia moderna y de las culturas
que ha producido. Ese aire reaccionario que sabe muy bien justificar su
posición ante los desmañamientos de la libertad social y su baño de
relatividades sin fin, no hace sino asegurar su verbo vinculándolo a un estatus
que se define por su contrario: el mundo sin forma y vulgar de ahí fuera, el
universo, intelectualmente, pobre y mayoritario de la masa. Dávila es un
exquisito rodeado de libros y a veces, las puyas aforísticas lanzadas al mundo
de la cultura popular son algo previsibles, aunque siempre audaces. Los aforismos de esta clase, los
que resueltamente, critican los modos y consecuencias democráticas en la
sociedad y, sobre todo, los que desprecian la industria cultural moderna son
los más claramente ideológicos y se “degustan” formalmente. El resto de los
distintos escolios son un acerado cribamiento de posturas morales y devenires
varios de la realidad, con rachas de una atrevida perspicacia que pueden suscitar reacciones en el lector, de signo contrario al descrito.
Ni pensar prepara a vivir, ni vivir prepara a pensar.
La clave sexual sólo descifra enigmas subalternos
Lo que no es complicado es falso
Las palabras no comunican, recuerdan
VOCES. Antonio Porchia.
Las lecturas de Alejandra
Pizarnik me han llevado a este autor que conocía confusamente y cuya biografía
era yo, hasta ahora, incapaz de ubicar. De origen italiano y radicado
definitivamente en Argentina (1885-1968), los aforismos cuya totalidad el autor
recogió bajo el epígrafe de Voces en
varias ediciones, son, quizás, la producción en este género y en lengua
española, de los más singulares que conozco. La escritura de Porchia sorprende
por su equívoca transparencia, por su desnudadora intimidad, por la sutileza de
su formulación. Porchia escribe desde una proximidad, desde una franqueza de
espíritu que resulta difícil manipular o engañar. La pureza de su iniciativa es de
una autoría inconfundible, es decir, no resulta fácil confundirlo con un
aforista cualquiera. La sutileza se encuentra en lo que de un modo transparente
se expresa, ese “ahí mismo” que desdeña
toda otra estrategia de comunicación que no sea la de la límpida cercanía. Porchia
evita las retóricas, precisamente, para colocar a la palabra en su sitio, aquel
que les corresponde para no interrumpir la comunicación. Muchos de sus
aforismos son para recordar o memorizar, conforman verdaderas revelaciones por
la forma en que Porchia deslinda su
pensamiento y sin levantar la voz ni
crispación, nos muestran lo que pretendía permanecer secreto ante el mundo,
ante nosotros mismos.
No me llevaré tu alma. Me bastará saber que la tienes.
No me hables. Quiero estar contigo.
Cuando haya dejado de existir, no habré existido nunca.
Quiero por lo que quise, y lo que quise, no volvería a quererlo.
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