LIBROS Y OBRAS MÁS O MENOS
RECÓNDITOS
Paseando un día por Murcia,
en los cajones que la librería La candela,
a un costado de la catedral de la ciudad,
expone en la puerta llenos de
añejas ediciones y sutil morralla, me encontré con este volumen y con este
poeta, es decir, descubrí, en ese momento, al poeta romántico José Martínez
Monroy (1837-1861), nacido en Cartagena y desde luego, muy poco o nada nombrado actualmente
y no sé si institucionalmente algo más
recordado. Al leerlo, francamente, me pareció un excelente poeta. Subrayo lo de
“francamente” porque el descubrimiento de este autor, teniendo en cuenta su
olvido o su cuasi destierro en el ámbito de las letras y las citas literarias, suscita
en mí, al menos, cierto debate. O bien, las palabras, al ser sometidas a una
adecuada dosificación y altura rítmica alcanzan cierta homogeneidad brillante y,
sobre todo, en el espacio de la poesía hacen algo indistinguibles su autoría, o
bien, personalmente he llegado a una saturación de lecturas tal que me parecen igual
de malas o igual de interesantes ciertas producciones literarias en según qué
épocas sin tener que detenerme en los nombres de los autores. A estas alturas
de la película de la vida ya no me importa tanto si Monroy, por ejemplo, tiene
tantos hallazgos geniales en su escritura como Rimbaud, que el lograr a través
de la escritura de “alguien” la consecución íntima de una experiencia grata sin
perder de vista las circunstancias de donde procede esa escritura.
Quiero decir, que si bien
las asignaciones que un Rimbaud asigna a
las vocales, me sorprenden y despiertan en mí la compleja y estimulante imagen
de una relación esotérica entre las cosas, el poema por ejemplo, que Monroy
dedica al Mediterráneo, o cuando escribe: ..los
ángeles aquel día/dejaron formado el cielo,/y lo extendieron en pos/por los
ámbitos profundos/para dosel de los mundos, produce en mí semejante estado
de satisfacción y deleite internos, reconociendo el mayor formalismo del
español. Creo que para ambas lecturas hay que tener una imaginación receptiva y
que ambas pertenecen a distintas regiones de lo literario. Las lecturas de las poesías de Monroy,
simplemente, me han procurado instantes de delicia sensitiva y verbal. Con eso
basta. No ha hecho falta que fuera un genio
de la literatura y hubiese revolucionado no sé cuántas tradiciones. Creo que este poeta cumplió con
su sino e hizo muy bien su trabajo. Reivindico a través de su nombre la
creación literaria o artística de todo aquel que en cualquier época o lugar
lucha contra su entorno y se las tiene que ver con los misterios de la belleza,
donándonos lo mejor de sus resultados finales.
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