lunes, 17 de septiembre de 2018



 
 
 CUANTO ABARCAN LOS OJOS.
TAKAHAMA KYOSHI.
 Colección maestros del haikú.

 

La comprensión del haikú nos integra en el homocentro de una percepción harmonizante y nos hace descansar de las profusiones barrocas en que se mueve el espíritu occidental. Esta es meramente una impresión que luego se esfuma o se contrasta – Japón rabiosamente occidentalizado, los occidentales produciendo haikús por docenas -  pero que deja una sorpresiva nota pendiente de confirmación con respecto a las distintas dosificaciones de la razón y los tipos de comunión estética.

Porque está claro que el que un poeta japonés emplee todo un día, o una semana entera en escribir: Se va fluyendo/y en rápida corriente/la hoja del nabo, no puede tratarse de una broma o de un error, que en esa operación de poiesis hay tanto un cálculo formal como una imagen, e ínsita, toda una fenomenología. El haikú es algo serio, delicado, su aparente escuetez es ilusoria pues se trata de la percepción de una imagen poética que representa el movimiento de todo un cosmos. Ante el haikú, el rayo fulminante de la razón occidental, debiera detenerse un poco, examinar qué notable invisibilidad ontológica lo rodea, a qué tipo de liturgia y de certeza pertenece este dosificadísimo registro, a qué sutil espiritualidad responde.

Creo que lo que la razón occidental obtiene de su examen del haikú es una nueva y grata valoración de las categorías, basada en intensiones, gradaciones y redefiniciones. La discreción del haikú no es un juego caprichoso, es la respuesta a una contemplación, a un orden que hay que saber comprender para instalar sus términos y, aunque solo sea con la imaginación, justificar la selección que haya realizado el haikú frente a la diversidad del universo.

Me veo en la obligación de hacer estas observaciones, a estas alturas, yo, que ni soy adicto al haikú ni lo pervierto con imitaciones para pasar el rato, porque advierto la delicada complejidad de este tipo de poesía, que reside no tanto en la mera imagen sino en la filosofía en la que se encuadra. (Remito al lector al seminario publicado por Siglo XXI, La preparación de la novela, de Roland Barthes, donde pueden encontrarse un puñado de observaciones bien agudas sobre   el haikú)  
Ciertamente al poeta japonés de hace un siglo, quizá le parecerían ininteligibles textos nuestros barrocos: a nosotros lo que nos parece ininteligible es la sencillez del haikú.
Quizás haya pocas maneras de ilustrar tan óptima y entretenidamente la aproximación al haikú en nuestro mercado editorial como en esta colección, Maestros del haikú, de la editorial Satori. La selección consta de la edición bilingüe del poema, - en japonés y español -  una breve explicación del contexto de cada composición y detalles puntuales pero precisos acerca de los versos traducidos y cuestiones gramaticales. Todo ello está tan proporcionadamente repartido entre las dos páginas que obtenemos al abrir el libro,  que tales páginas funcionan conceptualmente como una sola, adquiriendo una apariencia tipográfica por la que la mirada hace eso, mirar, además de leer. La página izquierda contiene el texto en japonés, bajo el que figura la transcripción en nuestro alfabeto de cómo suena el poema en su lengua original; en la página derecha  figura la traducción, las indicaciones circunstanciales de cada poema y las explicitaciones sintáctico-semánticas.  

Esta edición recoge la obra de Takahama Kyoshi (1874-1959) que nos muestra un repertorio muy tradicional aderezado de algún detalle curioso. En la lectura de los haikús llama la atención la fidelidad del poeta a lo que observa de la realidad, no a lo que inventa.  La presencia de adjetivos en los haikús más clásicos sería un desastre, un pecado contra esta liturgia del detalle específico, del mini episodio. Podríamos decir que cada haikú sería como un cromo, como una postal. Aquí la relación profunda del haikú con la fotografía  quizá esté pendiente de analizarse. 
 

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