Hace años publiqué una
reseña algo durilla sobre un ensayo de Agustín Fernández Mallo, Pospoética. Esta obra llegó insólitamente
a ganar el premio de ensayo de la editorial Anagrama, y me pareció no sólo un bluf, - el autor era
inconsecuente ante lo que pretendía mostrar – sino un engaño dialéctico que
alcanzó cierta notoriedad durante unos días- el tiempo en que la crítica le
puso a caldo – más por su apariencia novedosa que por el análisis profundo de
lo que se supone, exponía: diagramas insulsos y bibliografía pedantesca. Yo que
he leído todo Barthes, percibí enseguida que Mallo, que lo citaba un par de
veces, no lo había leído, o al menos, que lo citaba muy torpemente. Recientemente
ha publicado Teoría general de la basura en una editorial
importante, Galaxia Gutenberg. El volumen tiene presencia, con todas las pretensiones
de convertirse en libro de referencia dentro del mundo de la abundosa
bibliografía de vanguardias, postvanguardias y transvanguardias artísticas. He
tenido la tentación de comprármelo. No guardo ninguna animadversión por Mallo,
es más, me ha gustado, sin volverme loco, desde luego, algún libro suyo de
poemas y remakes, además de parecerme injusta la demanda que le puso María
Kodama por plagio: lo que hizo con El Hacedor fue homenajear a Borges no mera y
vulgarmente copiarlo; pero el recuerdo del fiasco de su anterior obra
ensayística me ha parado por el momento. Para comprar un libro, este tiene que
seducirme. Cuando ocurre esto, no siento el dinero que gasto, es decir, no me
duele lo que pueda valer el libro en cuestión. Hasta ahora, con respecto a esta
teoría del desperdicio tal cosa no ha acabado de ocurrir, y eso que me
interesaría saber qué nos tiene que decir Mallo sobre el tema. Con Mallo me
ocurre que su “personaje” me produce cierta atracción, (a ello hay que sumarle
el atractivo que reviste la profesión que ejercía antes de convertirse en
escritor); pero al leerlo es cuando la desilusión chafa las expectativas que
uno se había hecho. La crítica puso bien su última novela. Pero yo no leo
novelas. En fin ya me enteraré por otros de qué va esta teoría quizá no
teorética, aunque el título ya se me antoje un anzuelo engañoso y la intención
de definir- otra vez – en qué ha consistido el arte de las últimas décadas, una
pretensión algo cansina y pedante para quien no es profesionalmente un
filósofo.
Miguel Espinosa,
quizá por la proximidad geográfica del personaje y ser Murcia una ciudad
frecuente en mis peregrinaciones y flanêries, me produce una fascinación difícil
de definir. Su inventiva verbal resulta sorpresiva siempre y esta impresión de
intensidad tiende a crecer y a seguir ofreciéndonos hallazgos en cada rincón o
vuelta de esquina de un párrafo. Por mucho que uno pueda referirse al paso del
tiempo como factor atenuante sobre su obra, esto no acaba de eliminar el
atractivo de ese poderío escritural, de esa constante originalidad. Espinosa
descubrió un modo de pensar y de escribir y ello resulta a día de hoy
inmarcesible. En vida, él ya tuvo que escuchar críticas a su estilo - fatigoso,
teórico, barroquizante - pero no parece que ello obrase sobre él persuasivamente.
Sabía lo que tenía que hacer y siguió haciéndolo. Estoy leyendo su epistolario
amoroso y desde luego, lo vuelvo a confirmar, la originalidad de su persona y
de su creatividad lingüística, aparecen aquí también, uniendo de modo
irresoluble y brillante, literatura y vida. ¿Cómo serían las cartas de su
destinataria? ¿Igual de sorpresivas, ensortijadas, densas y pasionales? Yo diría
que una de las características de Espinosa es su indiferencia ante lo moderno,
es decir, ante lo literariamente funcional, comestible, vendible. Uno de sus
modelos fue cervantes. Con tal de escribir como él, qué más da todo lo demás,
incluso el tipo de literatura que forzosamente o no pudiera producir a partir
de tal domeñamiento del verbo. Espinosa me hace recordar por generación y
escritura novelística, incluso casi por temperamento, a Benet, pero al autor murciano lo veo más lírico,
más poeta, más próximo a los clásicos, menos pedregoso. Espíritu infrecuente y
admirable, Espinosa, que vivió aquí al lado, en otra ciudad levantina como la
mía, llena de luz y de razón transida. Qué sensación de mágica melancolía
pensar que cuando de niño visitábamos mis hermanos, mis padres y yo la ciudad
de Murcia para ver a nuestros añejos tíos y tías a finales de los setenta,
Miguel Espinosa se encontraba por allí, vivo y pensante, emitiendo frases
gustosas como pámpanos y precisas como enunciados matemáticos.
Internet y algunas
especulaciones barthesianas.
La editorial Ediciones Godot
publicó recientemente, bajo el nombre de Un mensaje sin código, todos los
ensayos y artículos que Barthes publicara en la famosa revista Communications. En uno de esos
artículos, Barthes habla de las distintas formas lingüístico-comunicativas que
podrían gestarse en el seno de la
sociedad actual. Dice que a la semiología, confinada ridículamente en el sistema
de signos del código vial – estamos a inicios de los sesenta - le esperaban desarrollos insospechados e
inexplorados. Teniendo en cuenta, advierte , que todo sistema semiológico se mezcla con el lenguaje, explica que tarde o temprano la sociedad que
utilice la semiótica como instrumento de conocimiento y análisis, terminará
topándose con el lenguaje en sí, y no como modelo o pretexto cualquiera de la
semiótica, sino como significado, como expresión.
La semiótica, entonces,
posiblemente se subsumirá en una translingüística, que asuma la transversalidad
diciplinaria de la nueva semiótica. Dice que el lenguaje que en ese nuevo modo
de analizar o pensar o escribir, podría adquirir formas de lenguaje secundario,
cuyas unidades ya no son los fonemas o
los monemas, sino fragmentos más extensos de discurso, que remiten a objetos o
episodios que significan por debajo del lenguaje pero nunca sin él.
Yo, al leer esto he pensado,
un poco precipitadamente, en internet y en facebook en lo que respecta a esas
formas secundarias. La gran esfera internética que supone una red cuasi infinita
de comunicantes lanzándose mensajes unos a otros de modo continuo e indeterminado,
unen a la utilización del lenguaje otros tipos de elementos comunicativos
complementarios o principales: imágenes y videos. La gran comunicación
internáutica es un hecho global, una representación multidimensional del hecho
de la comunicación infinita, cuya naturaleza virtual explica precisamente el que
sea mundial e interminable. Barthes habla de un estado evolutivo de la
semiótica como instrumento de conocimiento y del estado que el lenguaje
adoptará ante nuestras nuevas evoluciones y exigencias.
Por ello, ¿no es en cierto
aspecto, internet no sólo una plataforma de acción masiva sino la imagen futura
de las posibilidades comunicativas? Ya lo es, clara y obviamente. Lo que nos
queda saber es si supone una potenciación perenne de los recursos expresivos y
comunicativos del lenguaje, o si no tiene nada que ver con su sustancia o
destino, sino con la mera tecnología. ¿Es internet algo espiritual, materializa
contenidos que ya existían germinalmente en nuestra imaginación? Si como
Heidegger decía: la esencia de la técnica no es algo tecnológico, y el famoso
dicho ratifica: el medio es el mensaje, está claro que internet marca nuestra vida
actual e ilustra el devenir acerca del
tipo de naturaleza operativa que la sociedad ha adoptado.
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