Efectivamente.
Impresiones y sobre todo de un lector, es decir, de alguien no especializado en
teorías o literatura comparada, sino de quien gusta de esa práctica tan especial, tan íntima
y gozosa como es la lectura; una práctica que no hace sino confirmar la
diversidad de los mundos y la capacidad humana para consignar y articular tal
diversidad bajo ficciones de tipo y género distintos.
La
curiosidad de los mundos de la que nos hablan las literaturas no depende tanto
de formaciones técnicas como del propio gusto, de la curiosidad personal y la
capacidad individual para disfrutar, para aceptar lo insólito o lo bello en sus
más varios registros.
Por
ello mismo, el que estos escritos carezcan de la pretensión formal de la
crítica y emerjan desde la inmediatez de la impresión personal confirma la
autenticidad de su elección y la libertad del lector que ha optado por tales
obras, por tales textos, motivado, únicamente, por el gusto personal, en
definitiva, por el placer.
Roland
Barthes, en su conocida obra El placer
del texto, reivindicaba la lectura,
independientemente de las teorías, en rigor, que pudieran explicarla, como práctica
individual del placer. Si la escritura puede tener un fin y un comienzo, la
lectura es esa acción que nunca acaba; si se escribe para ser reconocido, para
llevar a cabo un cometido ideológico o contra-ideológico, la lectura inicia un
viaje de desciframiento potencialmente infinito. También es verdad que existiendo un gran conocimiento de
la historia de la escritura, de sus técnicas y variaciones, resulta mucho más
complejo hablar de una historia de la lectura. A fin de cuentas, la lectura no tiene
tantas normas como la escritura y deviene en algo, en suma, misterioso debido a
los confines de la subjetividad en que se sumerge y evoluciona.
Todo
esto hay que valorar cuando lo que se nos ofrece son “las perlas” no del
escritor o del autor, sino del lector. Ese lector anónimo, ese personaje que
hace una cosa tan rara como es, en definitiva, leer, se encarna en este volumen
en la persona de Javier Puig. Cosa también cuasi extraña sería reivindicar, a
propósito de este libro, no tanto el impudor de escribir sino el atrevimiento
de una praxis tan secreta como voluptuosamente compensatoria: la de leer.
Kafka, Irene Nemirovsky, Thomas Man, Azorín, Cristina Fernández Cubas, Sandor Marai, Ian Mcwean, Stefan Zweig, Hermann Brosch, o Ramón Gaya son alguno de los hitos sobre los que planea la curiosidad adictiva de nuestro amigo lector, Javier Puig.
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