martes, 5 de marzo de 2019

Diario de una sombra





Me ha ocurrido por segunda vez en los últimos dos años.  Escuchaba música semidormido y de pronto, un fulgor extraño me ha despertado. Claro está que no se trataba de ninguna luz real de mi entorno. Esta vez, la fulguración se produjo sobre el marco superior de la puerta y como en la vez anterior, lo que veo es el entorno de la gran luz, mientras que lo que es el centro permanece a oscuras. La impresión ha sido muy vívida pero el silencio de la imagen la hace, también, remota. Era una fulguración soñada, claro está, si hubiera escuchado algo lo hubiera asociado a la luz, es decir, al instante inmediato de darse. La viveza ha sido tan próxima que, en el mismo instante de generarse, me ha despertado.


Visiono en Youtube filmaciones antiguas callejeras. Son grabaciones de los años diez y veinte, realizadas en distintos lugares públicos de New York y París. Me quedo fascinado viendo cómo reacciona la gente ante las cámaras y calculando el pedazo de historia que se ha producido desde el momento de la grabación hasta ahora. La gente pasa y se queda mirando extrañada. Hay otros que sonríen y saludan cortésmente quitándose el sombrero, un gesto que me fascina verlo aquí filmado porque ya no existe y menos dirigido a una cámara. Los niños reaccionan todos igual ante el curioso artefacto: sonríen, hacen muecas o siguen, en jolgorio,  al camarógrafo si este decide desplazarse. Al cabo de un rato de estar viendo estas filmaciones, se me crea una fuerte y numinosa sensación: el pasado existe realmente, se está dando en algún lugar fuera del tiempo. Lo que acabo de ver es, funcionalmente, el despliegue de la cinta de la eternidad.




Leo los poemas de Hugo von  Hofmansthal. Las expectativas que me había creado desde que, sin leerlo, me había hecho de su persona como poeta, se ven más que satisfechas. Son unos poemas densos, filtrados de una espectralidad que no alcanza la crudeza de lo expresionista. Ese leve toque le da al poema un aire lo suficiente extraño. El poeta sospecha de presencias ocultas irrigando sus emociones. Algo tan encantador y poco sospechoso como la aproximación de la primavera, viene acompañado de una morbidez inquietante. Lo enfermo está en todas partes como un signo típico del espíritu visionario germánico.


¿Por qué no sorprendemos al cielo, a los que habitan, quizá, los limbos en transición? ¡Por qué no lanzamos un chorro de energía furibunda desde esta demolida tierra al mismísimo más allá? Cómo me gustaría hacer un concierto de música, de música rabiosa y fulgurante para protestar por la muerte de mi madre, de amigos y conocidos, de tanta gente, un concierto que estremeciera al paraíso para recordarles que aquí todavía hay vida, espíritu,  alma, ira contra la injusticia y el olvido.





El pensamiento consiste en hablar.
Emmanuel Levinas.

El pudor, la educación, la autorepresión, crean una segunda naturaleza dentro de uno que imposibilita la expresión totalmente libre de los sentimientos como no sea en momentos de especial relajación o cuando han encontrado una justificación obvia para ello.


Cuando no me dedico a vivir, a estar ocupado con algo o comunicándome con alguien, mi mente no hace otra cosa que constatar obsesiva y masoquistamente  el paso del tiempo sobre todo: sobre mis vecinos, familiares, amigos, entorno, ciudad, rincones entrañables de la ciudad, sobre lo que antes creía con inocente entusiasmo, sobre mí mismo, etc… Que el tiempo ha pasado es cierto y que esto, ante el fenómeno convulsivo, emocionante, fulgurante de la vida es una minucia, también lo es. Lo que se convierte en una miseria como signo de derrota es que tal paso del tiempo nos haya enterrado en vida, que echemos la toalla al ruedo de los sucesos,  que hayamos perdido nuestra capacidad tanto de asombro como de escandalizarnos ante lo que ocurre, que nos sintamos mayores o directamente viejos y no nos rebelemos contra ello. Si todavía nos queda una pizca de deseo, de imaginación, de honor, esa vida que se debate allá afuera, nos requiere todavía, para que destrencemos sus remolinos de injusticia y de pobreza y sigamos siendo en la medida de lo posible partícipes del espíritu de la vida, se empeñe el tiempo en ajarnos o no.


La filosofía es una egología.

Emanuel Levinas.






Desde luego vivir la vida no depende del conocimiento de no sé qué concepto raro, o de aquella enfurruñada teoría de mutaciones genético-espaciales aplicada a ya no me cuerdo qué. Nos acercamos a lo conceptuoso, a lo técnico, todo lo que nuestras profesiones, gustos o curiosidades nos dejen, pero todo ello nos sigue pareciendo extraño cuando recuperamos el contacto habitual con los demás y decidimos pasear o irnos a la playa. Estudiamos los enigmas de la naturaleza y del hombre, podemos sentir incluso pasión por tales cuestiones, pero siguen siendo cosas que estudiamos, que merodeamos con nuestras investigaciones, no las hemos creado ni redactado nosotros.  


No soy todavía converso de mí. Me rebato, me discuto, me rechazo, me prolongo en la no aceptación.




La confusión alucinada como un estado latente de la atención.

Percepciones en el sueño de estados fuera de toda memoria, anteriores o posteriores a la existencia. No puedo definirlos de otro modo. La presencia de estos sueños parece decirme que he quemado parte importante de mi etapa existencial, que he atravesado más de la mitad de la vida. Si no fuera porque también utilizo este material para "literaturizar" mi vida, me mataría el espanto.


  Sólo lo espiritual es lo real.
   Hegel   


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