Me ha ocurrido por segunda
vez en los últimos dos años. Escuchaba
música semidormido y de pronto, un fulgor extraño me ha despertado. Claro está
que no se trataba de ninguna luz real de mi entorno. Esta vez, la fulguración se
produjo sobre el marco superior de la puerta y como en la vez anterior, lo que
veo es el entorno de la gran luz, mientras que lo que es el centro permanece a
oscuras. La impresión ha sido muy vívida pero el silencio de la imagen la hace,
también, remota. Era una fulguración soñada, claro está, si hubiera escuchado
algo lo hubiera asociado a la luz, es decir, al instante inmediato de darse. La
viveza ha sido tan próxima que, en el mismo instante de generarse, me ha
despertado.
Visiono en Youtube filmaciones
antiguas callejeras. Son grabaciones de los años diez y veinte, realizadas en
distintos lugares públicos de New York y París. Me quedo fascinado viendo cómo
reacciona la gente ante las cámaras y calculando el pedazo de historia que se
ha producido desde el momento de la grabación hasta ahora. La gente pasa y se
queda mirando extrañada. Hay otros que sonríen y saludan cortésmente quitándose
el sombrero, un gesto que me fascina verlo aquí filmado porque ya no existe y
menos dirigido a una cámara. Los niños reaccionan todos igual ante el curioso
artefacto: sonríen, hacen muecas o siguen, en jolgorio, al camarógrafo si este decide desplazarse. Al
cabo de un rato de estar viendo estas filmaciones, se me crea una fuerte y
numinosa sensación: el pasado existe realmente, se está dando en algún lugar
fuera del tiempo. Lo que acabo de ver es, funcionalmente, el despliegue de la
cinta de la eternidad.
Leo los poemas de Hugo
von Hofmansthal. Las expectativas que me
había creado desde que, sin leerlo, me había hecho de su persona como poeta, se
ven más que satisfechas. Son unos poemas densos, filtrados de una espectralidad
que no alcanza la crudeza de lo expresionista. Ese leve toque le da al poema un
aire lo suficiente extraño. El poeta sospecha de presencias ocultas irrigando
sus emociones. Algo tan encantador y poco sospechoso como la aproximación de la
primavera, viene acompañado de una morbidez inquietante. Lo enfermo está en
todas partes como un signo típico del espíritu visionario germánico.
¿Por qué no sorprendemos al
cielo, a los que habitan, quizá, los limbos en transición? ¡Por qué no lanzamos
un chorro de energía furibunda desde esta demolida tierra al mismísimo más
allá? Cómo me gustaría hacer un concierto de música, de música rabiosa y
fulgurante para protestar por la muerte de mi madre, de amigos y conocidos, de
tanta gente, un concierto que estremeciera al paraíso para recordarles que aquí
todavía hay vida, espíritu, alma, ira
contra la injusticia y el olvido.
El pensamiento consiste en hablar.
Emmanuel Levinas.
El pudor, la educación, la
autorepresión, crean una segunda naturaleza dentro de uno que imposibilita la
expresión totalmente libre de los sentimientos como no sea en momentos de
especial relajación o cuando han encontrado una justificación obvia para ello.
Cuando no me dedico a vivir,
a estar ocupado con algo o comunicándome con alguien, mi mente no hace otra
cosa que constatar obsesiva y masoquistamente
el paso del tiempo sobre todo: sobre mis vecinos, familiares, amigos,
entorno, ciudad, rincones entrañables de la ciudad, sobre lo que antes creía
con inocente entusiasmo, sobre mí mismo, etc… Que el tiempo ha pasado es cierto
y que esto, ante el fenómeno convulsivo, emocionante, fulgurante de la vida es una
minucia, también lo es. Lo que se convierte en una miseria como signo de
derrota es que tal paso del tiempo nos haya enterrado en vida, que echemos la
toalla al ruedo de los sucesos, que
hayamos perdido nuestra capacidad tanto de asombro como de escandalizarnos ante
lo que ocurre, que nos sintamos mayores o directamente viejos y no nos
rebelemos contra ello. Si todavía nos queda una pizca de deseo, de imaginación,
de honor, esa vida que se debate allá afuera, nos requiere todavía, para que
destrencemos sus remolinos de injusticia y de pobreza y sigamos siendo en la
medida de lo posible partícipes del espíritu de la vida, se empeñe el tiempo en
ajarnos o no.
La filosofía es una egología.
Emanuel Levinas.
Desde luego vivir la vida no
depende del conocimiento de no sé qué concepto raro, o de aquella enfurruñada
teoría de mutaciones genético-espaciales aplicada a ya no me cuerdo qué. Nos acercamos
a lo conceptuoso, a lo técnico, todo lo que nuestras profesiones, gustos o
curiosidades nos dejen, pero todo ello nos sigue pareciendo extraño cuando
recuperamos el contacto habitual con los demás y decidimos pasear o irnos a la
playa. Estudiamos los enigmas de la naturaleza y del hombre, podemos sentir
incluso pasión por tales cuestiones, pero siguen siendo cosas que estudiamos, que
merodeamos con nuestras investigaciones, no las hemos creado ni redactado nosotros.
No soy todavía converso de
mí. Me rebato, me discuto, me rechazo, me prolongo en la no aceptación.
La confusión alucinada como
un estado latente de la atención.
Percepciones en el sueño de
estados fuera de toda memoria, anteriores o posteriores a la existencia. No puedo
definirlos de otro modo. La presencia de estos sueños parece decirme que he
quemado parte importante de mi etapa existencial, que he atravesado más de la
mitad de la vida. Si no fuera porque también utilizo este material para "literaturizar" mi vida, me mataría el espanto.
Sólo lo
espiritual es lo real.
Hegel
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