Sorprende la delicadeza con que
el Tribunal supremo está tratando a los independentistas. Es como si se temiera
que algún gesto inoportuno se deslizara demasiado obviamente, haciendo
sospechar de talantes autoritarios por la sala.
Este cuidado se explica cuando,
sin mucho rodeo, los independentistas han criticado la falta de moralidad del Tribunal
que los juzga por no respetar el derecho a la autodeterminación.
Lo que los independentistas
pretenden con esta acusación es que realicemos una suerte de inciso en la
interpretación de las leyes, que ampliemos tal interpretación de modo tan
subjetivo que lleguemos a comprender lo que ellos, con toda naturalidad,
desean: ni más ni menos que la fragmentación del estado.
Lo que llaman moralidad
consiste en que se haga con ellos una excepción extraordinaria, que pasemos de
largo su insolidaridad y su enrocamiento, que empaticemos alegalmente con su
causa hasta el punto de admitir lo que quieren llevar a cabo: una ruptura.
Ante la rigidez de las leyes,
los independentistas exigen un gesto de libre sorteamiento de las mismas ya que:
“antes que las leyes están las personas…”
Lo que resulta inadmisible es
la cándida ignorancia de los
indenpendentistas con respecto a las consecuencias legales, culturales y
sociales de sus aspiraciones, ese estratégico engastamiento en las posturas
puramente teóricas que les distancia de comprobar in situ las tensiones que se han originado en el seno de la
sociedad catalana.
Hablan de la no moralidad del
tribunal que los juzga, como si la actitud de su nacionalismo excluyente y empobrecedor fuera una actitud ejemplar.
Los independentistas juegan,
además, con lo políticamente correcto: ante el resto de España y el resto de
los catalanes, ellos serían una minoría, y por lo tanto parecería una flagrante
injusticia negarles su famoso derecho a la autodeterminación. Por ello, en este
ámbito de la estricta discusión ideológica, ellos parecen tener algo de razón,
claro, si no contamos con el despropósito de sus intenciones y con ese resto de
catalanes, marginados por no alienarse de la manera en que lo están los
independentistas, y que han sufrido la indiferencia ideológica de la izquierda
de Podemos y de la de los socialistas.
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