EL CONCEPTO DE NATURALEZA I
Alfred North Whitehead
Hace un par de años adquirí
este libro en una feria de libros de viejo y lo leí con pasión y sorpresa:
pasión porque conocía algo de la rareza intelectual y personal del autor; y
sorpresa por el tipo de lúcido y original abordamiento de la materia. He atravesado el libro de anotaciones y de subrayados, lo que me ha permitido
que pasado el tiempo no olvidara del todo los contenidos de la obra. Teniendo en cuenta tales anotaciones e
incisos sobre el mismo texto, baso el comentario oscilante y gratuito que viene
a continuación. No pretendo profundizar más allá pues tampoco deseo leer de
nuevo el libro. Sólo sé que se trata de una obra sobre filosofía de la ciencia,
notable y todavía conceptualmente novedosa.
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El texto es un concepto científico, o al menos,
epistemológico, y al mismo tiempo un valor crítico que permite una evaluación
de las obras en función del grado de intensidad de la significación que hay en
ellas.
Partiendo de esta cita de
Barthes, no pretendo tanto analizar la integridad del pensamiento de Whitehead
como llevar a cabo una digresión de los pasajes que he subrayado en el libro.
Invoco la libertad de lectura por un lado y por el otro la inexistencia formal
de toda pretensión académica ya que no se
me va a recompensar con ninguna buena o regular nota sobre lo que
escriba. Simplemente analizo fragmentos que me han interesado y he comprendido,
al menos, en su mayor parte. Me dejo llevar por la fascinación de un texto
lúcido.
En cierto sentido, la naturaleza es independiente
del pensamiento. Con esta declaración no se intenta hacer una afirmación
metafísica. Lo que quiero decir es que podemos pensar acerca de la naturaleza sin
pensar sobre el pensamiento.
Ubicación
ante la naturaleza como realidad-lo que perciben mis sentidos – y como
competencia del pensamiento. La naturaleza requiere una especificidad propia
del pensar, sin que la reflexión tenga para ello que potenciar su volumen, sino
centrándose intelectual y metodológicamente en lo que la naturaleza ofrece y
presenta.
El pensamiento acerca de la naturaleza es diferente
de la percepción sensorial.
Whitehead
llama “toma de consciencia sensorial” a la percepción del mundo sensorial
diferente del pensamiento. Es decir, una cosa es el pensamiento, con su
tendencia a la discriminación de elementos y análisis, con vistas a
definiciones finales de los resultados,
y otra el contacto del sujeto con el estricto ser físico de la naturaleza. Una
cosa es producción y asunción de componentes intelectuales y otra atañe a la
ubicación cognoscitiva formal e ineludible ante el fenómeno continuo de la naturaleza.
La naturaleza está cerrada a la mente.
La
naturaleza no se lee, simplemente, se estudia y cuando gracias al tiempo de
experimentación y observación hayamos alcanzado a definir cierta estadística o
regularidad, podremos decir que constatamos ciertos procesos como reales
efectuándose en la naturaleza. La naturaleza se ofrece a la investigación, pues
ha sido, efectivamente, estudiada, hasta el punto de descubrir sus leyes, pero
tales leyes no han sido permeables al primer vistazo. La ostensión de la
naturaleza requería de un horadar su superficie.
El pensamiento es más vasto que la naturaleza, de
suerte que hay entidades para el pensamiento que no son entidades naturales.
Lo dicho. Reparto de
competencias. A la física no le corresponde solucionar cuestiones de índole moral
del mismo modo que a la filosofía sí puede corresponderle definir las
incidencias ideológicas de un argumento puramente gramatical. La naturaleza es objeto
de investigación y estudio. El pensamiento puede trabajar en la definición de
leyes naturales e interesarse por otras cuestiones hipotéticas o teóricas.
Una de las cosas que más me
ha sorprendido del texto de Whitehead es la utilización del término acontecimiento. El filósofo inglés usa
esta palabra sin terminar de explicarla de un modo específico. Parece que le sea
suficiente con los aspectos dinámicos que sugiere, al colocarla en un contexto
de percepciones sensoriales integrales. Como si “acontecimiento” fuera todo lo
que dentro de la naturaleza se modificara, ocurriera por primera vez o sirviera
para alterar un paraje determinado de observación. Podríamos establecer una
correspondencia más o menos discrecional del término acontecimiento con el de “fenómeno” o “fenomenología”.
También me ha sorprendido la
utilización de este término en la obra de Whitehead porque un pensador como
Deleuze lo utilizaba con profusión en alguno de sus libros más notables y con,
más o menos, la misma significación.
Las conjeturas platónicas hablan mucho más
fantásticamente que el análisis sistemático de Aristóteles, pero en algún
sentido son más valiosas.
¿Son más valiosas por el
depósito lingüístico que guardan, por la riqueza elíptica de su lenguaje
polisémico, por su plasticidad futura?
El éter ha sido inventado por la ciencia moderna
como sustrato de los acontecimientos que se hallan esparcidos por el espacio y
el tiempo más allá del alcance de la materia ponderable ordinaria.
La filosofía occidental postula
que bajo lo que percibimos se halla una esencia. Las cosas son soportes de otras
cosas diferentes de ellas mismas. En el ámbito de la reflexión científica, la
lógica aristotélica ha inculcado esta tendencia: pensar que bajo la cosa percibida
se halla el sustrato que es lo que en realidad buscábamos de esa cosa, o al
menos, lo más importante. El éter, en este sentido, más que un error epistemológico
es un recurso explicativo, una idea que roza lo poético, y por ello,
temporalmente útil.
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