Podríamos decir que un
conjunto seguido de impresiones crearía una narración, y que una narración consistirá
en la descripción y análisis de impresiones. Según el interés de la descripción
vaya del contexto de la impresión a las características de la impresión misma,
obtendríamos un producto literario más próximo a la narrativa, según el primer
caso, o a la poesía, en el segundo. Por
esto se hace posible diferenciar libros de viaje basándonos en dos modos elementales
e idiosincrásicos de contar: por un lado, el que se centra en la exposición de la impresión en sí, como si
fuera un microcosmos de relaciones, enumerando imágenes de lo visto, y otra,
que sin detenerse tanto en la poetización, nos hable de las singularidades
vividas constituyendo sobre todo, un relato de lo vivido o experimentado. Una
muestra de cada uno de los dos modos de contar encuentro en estas dos
publicaciones, estupendas muestras del género, que son el libro de Edith
Warton, Paisajes italianos, publicado
por Desclasados, y la obra Impresiones y
Recuerdos de F. G. Lorca que encontramos en Biblioteca Nueva.
En algún diccionario
internáutico he creído leer que lo contrario a la poesía es la narrativa y la
novelística, conceptuando a estas últimas como representantes clásicas de la
literatura, mientras que no recuerdo en qué límbico y numinoso puesto se
ubicaba la poesía.
Si la poesía, por su mayor
formalidad, guarda una relación más inmediata con la memoria, no hay duda de
que el texto de Lorca es más descriptivo que el de Warton. Lo sucinto en Lorca
consiste en la golosa precisión con que capta el detalle identificador de lo
visto. Warton describe lugares razonando
sus ascendencias culturales, Lorca secuencia imágenes al borde de lo numinoso.
El texto de Warton es una línea recurrente, el de Lorca se constituye de
fragmentos autónomos. La relación que define el estilo de cada uno resulta
clara: Warton es la prosa y Lorca la poesía.
La forma, como vemos, afecta
a lo semántico (recordemos la aportación cuasi fugitiva de Barthes cuando insiste
en que el significante no tiene referente, es decir, que significa por sí mismo
sin vinculaciones de sentido externas). El texto de Lorca, susceptible como
todo texto poético, de fragmentaciones de significado autónomo, recuerda la
gravidez del verso por la definición graciosa de la imagen, por la condensación
expresiva y esto se vincula a significaciones espacio temporales muy precisas y
absolutas en cuanto al grado de acuse semántico. El tiempo no transcurre en el
texto de Lorca porque su percepción es poética, porque describe espacios de
significación pura y no se diluye en accidentes o estos no adquieren una
extensión narrativa que llegue a alterar el diapasón, el nivel de valoración de
mundo.
Warton, naturalmente, no es ajena
a la impresión estética y la incluye en su descripción seria y pormenorizada
del lugar que visita. Pero lo estético, es decir, la condensación poética en un
detalle absoluto no es algo prioritario o determinante en su escritura. Warton
se desplaza junto a su descripción por el espacio que explora y su numen no
excluye aspectos sensoriales en tanto que privilegia otros o superlativiza uno en el que se
especializa o detiene. Su finalidad es la de redactar un informe culto en el
que la sensibilidad literaria no imponga especificidades sino que se amolde al
carácter general de la impresión.
En Lorca el adjetivo es casi
un sustantivo en tanto que soporta, lleva y trasluce la esencia específica de
algo. El nombre en poesía es numinoso, pero el adjetivo coloca la guinda final
a la obra de arte que va configurando la escritura y sus brillantes tramos. En Warton,
el adjetivo también es potente, pero se adosa al conjunto de las palabras que
se traslada continuamente en un conjunto móvil. De hecho, la prosa es un
continuum con principio y final creíbles y reales. El adjetivo pone aquí su calificación
a la cosa, revela la intensidad de la percepción.
Warton ejerce el periodismo
ilustrado, Lorca aprovecha la capacidad poética para convertir su viaje en una
fuente de imágenes preñadas de tiempo fuera del tiempo. Warton, en tanto que
tiene la misión de informar, compara, elogia y critica; Lorca tiene ante sí una
serie de “cosas”, de cuyas texturas, formas, colores, atmósferas, en
definitiva, realiza su redacción. Warton atraviesa la historia, Lorca,
sustancias.
En el texto de Lorca, la
imagen es imantación de toda potencia expresiva, homocentro de mundos, confín
vivo de relaciones. En el de Warton, la maestría escritural obedece al arte de
una lectora selecta que dispone de tiempo para esbozar historias y articular
perífrasis que la intención del artículo justifica.
Lorca, como poeta tenía un
trabajo por delante muy gustoso y fácil para él, ya que el viaje que realizaría
con su profesor para reconocer lugares históricos, se comprimiría en densas y
concretas imágenes que tan sólo tuvo que transcribir. El dato contextual, - el
juicio histórico - unido al perfil de la
imagen despliega el rosario de percepciones que Lorca generosamente distribuye.
Para Lorca, los conventos, los mesones, las criptas, los castillos, los
jardines conforman un compacto conjunto de conexiones que sin necesidad de
desglosar históricamente, analiza y describe con genio porque los percibe como
heredad del tiempo y como imagen real, aunque añeja, del país. Para Lorca cada
sitio visitado es “un lugar”, casi un lugar de poder, y toda la imantación
histórico-cultural está ahí mismo, frente a nuestros ojos y sensibilidad. Para
el genio de Lorca la condensación histórica equivale a la condensación
metafórica de tales lugares.
Para Warton tal condensación
histórica no es tan inmediata, o al menos, no funciona agotada en los límites exhibitorios
de su imagen. Warton visita un lugar y, respetuosamente, y con todo el interés del
mundo, decide recorrerlo a la búsqueda de la extrañeza repentina y estatuaria,
atributos de la sensibilidad de una civilización mítica y de la historia, preñada de empresas y hallazgos.
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