La habilidad de
Vila -Matas para hilar historias, convirtiendo cada fleco de la ficción en
germen de narraciones nuevas, convierte sus libros en un juego de espejos
infinito, en eclosión virtualmente interminable, en arborescencia continua de
relatos generados a partir de una sola circunstancia o de circunstancias
hábilmente convergentes. Supuestamente, Paris
no se acaba nunca es una memoria
de sus días de juventud, pasados en la capital francesa a mediados y finales de
los setenta, pero este cariz no exime a su escritura de la ya referida
tendencia a la invención metaliteraria, lo que tiñe de sospecha lo que cuenta
como reflejo fiel de lo que vivió entonces. Unas memorias falsas, si se convierten
en memorias literarias, legitiman lo que nos confiesen, pues todo ello ha sido
asimilado de este modo y hay que interpretarlo, como literatura. La duda
aparece cuando el autor no declara a qué género de escritura pertenece en realidad
lo que ha escrito, produciéndose esa confusión, que es terreno y simiente,
propicias a la ficción y a la ambigüedad. Lo que Vila –Matas hace en este libro
es alternar dos cosas distintas: por un lado, nos cuenta las memorias de sus
experiencias juveniles en París y, por otro, historias derivadas de su
condición de escritor, producidas tanto en el pasado como en el presente. Se articulan
de este modo, series de tiempo que pueden cruzarse, episódicamente, con lo que
ambas perspectivas o bien discurren paralelas o de pronto, parecen confundirse
en la lectura. Personalmente, esto es, en lo que a este libro concreto de Vila
Matas, se refiere, lo que me molesta: a mí lo que me interesa, en tanto que no
es ficción, es su estancia en París en aquellos años, los personajes que
conoció y lo que le ocurrió, no las historias que pertenecen a la ficción y que
pretenden convivir en el mismo espacio narrativo que la no ficción y que a
veces, las llego a experimentar como una
intrusión. Vila matas enfurruña voluntariamente lo que podrían ser unas
curiosas memorias, lo que me hace pensar que: o bien Vila Matas está tan enfermo
de literatura que prefiere que todo escrito suyo se contagie de ficción y pase
como tal, lo cual es una opción vital y creativa, ya que este modo desea
recordar toda experiencia y toda realidad, o bien que sus estancia setentera en París no
fue lo vibrante e interesante que hubiese querido para conformarse en un volumen
consecuente y precisaba del empujoncillo
de mentirijillas audazmente labradas.
Con Vila-Matas me
pasa lo siguiente. Me atraen sus libros, me siento en principio, seducido por
su mundo, pero me cuesta llegar al final, leérmelos todos: tanta metaliteratura
manando sin cesar me satura y me hace ansiar otra cosa más sustancial. Quizá se
trate de un defecto mío, de una mala aproximación a su literatura. Tendré que
verlo porque cada vez que leo a Vila-Matas experimento un gran entusiasmo, velado
al fin por la frustración. Diré, por último, que este París no se acaba nunca,
de tan encantador título, es un texto moteado de escritura, a mi modo de ver,
antagónica, en el que destacan los pasajes que –supuestamente - hacen alusión a
lo realmente vivido en un momento de entrañable autocreación del personaje del
propio escritor.
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