Recuerdo,siendo un
crío, en la década de los setenta, cómo me fascinaba comprobar que llegaría a
vivir en el año 2000. Era algo que comentábamos los compañeros de colegio, entusiasmados: íbamos a alcanzar en vida, siendo adultos,el mito del año 2000.
Después, pasados los años y décadas y traspasada la meta del siglo, nada mágico
ha pasado. A excepción de la universalización comunicativa de las redes,
conceptuada como acontecimiento cultural y social, ni volamos por el aire a
voluntad ni atravesamos paredes ni poseemos ningún supercuerpo, ni poseemos la
inmortalidad ni , por otro lado, sospechábamos para nada el mundo de lo virtual en que andamos
sumidos hoy. El mito futurista del 2000 no se cumplió, al menos con respecto a las
fantasías adolescentes de toda una generación; incluso, tal cosa se convirtió, bien pronto, en una antigualla relativa a la mística de los números y cifras.
Esa melancólica comprobación, tuvo un vaticinador: el tan agudo como
prontamente relegado escritor francés Jean Baudrillard. Quien hizo famoso el
enunciado “La guerra del Golfo no ha tenido lugar”, sometió a minucioso
análisis los últimos años del siglo, pronosticando muchos de los males que
ahora se han instalado en la sociedad. Entre tales pronósticos se encontraba la
desmitificación del año 2000 y el cambio de siglo. Resulta extraño el que su
obra se haya diluido tan pronto,como si fuera producción específica de la
época, y por lo tanto, sólo fuera válida para ese tiempo, pero recuerdo bien la extrema lucidez que manaba de sus balances, expresada con una elocuente escritura nada especulativa.
El palimpsesto
cibernético.
Qué curioso resulta
comprobar cómo persisten nuestros datos en internet, de qué modo pueden ser relativamente,
borrados, sin dejar de existir, por ello. El procedimiento por el cual se
inicia el borrado de nuestro nombre consiste no en la supresión, sin más, del
mismo, sino en su ininteligibilidad por acción acumulativa, es decir: sobre nuestro
nombre se coloca, se escribe, se consignan otros nombres o palabras; sobre
estos, otros y sobre estos últimos, otros más, y así, indefinidamente. Cuando
la palabra o nombre soporta sobre sí
tal número de nuevas inscripciones sucesivas que lo convierten en una maraña
indescifrable, en un denso borrón de hilos y urdimbres de cifras, es cuando, al
parecer, tus datos, al menos tu nombre, comienza a desaparecer de la red. Aunque
sospecho que el poder que permite la estancia originaria de los nombres
personales y datos, siempre tendrá alguna manera de hacer regresar la serie de inscripciones
que los han ido sepultando. Escribir un texto sobre otro es lo que,
primariamente, genera lo que llamamos palimpsesto. La memoria cibernética consiste
elementalmente en el procedimiento del palimpsesto, aunque, obviamente, los
circuitos de las cifras que nuestros nombres activen, funcionarán y se archivarán de otro
inescrutable modo.
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