jueves, 2 de enero de 2020





PUNCIONES II

Es algo común constatar que con la perspectiva que da el tiempo sobre las cosas, estas parecen hacerse más claras o inteligibles. Aplicada esta visión a los artistas, por ejemplo,  la distancia temporal se convierte en generosa fuente de sugerencias e imágenes. El azar me ha puesto ante los ojos, últimamente, a dos creadores distintos incluso de género: a Colette, la escritora francesa y a Santiago Rusiñol, el pintor y escritor catalán. No he descubierto nada que no supiera ya de estos personajes: lo que supone un placer nuevo es el recorrer sus vidas y los parajes por los que se movieron y vivieron al ritmo de la navegación internáutica.  De este modo, distinto a si consultara una enciclopedia impresa, el eje de experiencias y de mundos que cada protagonista  suscita en torno a sí, se percibe de un modo más efectivo y fluyente. Cada personaje, produce una red móvil de situaciones, de parajes o de personajes afines que forman un todo vivo, y que nos hace considerar cómo vivieron su época, escenificándose la relevancia histórica que protagonizaron. Esta es la impresión internética, ya digo, distinta a la  más estática de una enciclopedia, pues la red incorpora de modo continuo nuevas informaciones, actualización de datos, fotografías inéditas, etc.,  En torno a Colette gravitan imágenes de cocotte de cabaret, con las de la mujer escritora, aplicada a su folio con su pluma, en la habitación donde trabajaba; imágenes mundanas o  de infancia junto a crónicas periodísticas del escándalo que provocó en una atrevida pantomima; filmaciones en la que publicita la crema que inventó o a la que puso nombre, junto a otras en las que contesta las preguntas del periodista en un documental filmado poco antes de su fallecimiento. Todo estro en un solo envase, en un todo que fluye en la memoria archivada. De Santiago Rusiñol también hay filmaciones, además de fotos y artículos internáuticos: la filmación que recoge momentos del homenaje que le dieron en los años veinte. Examinando todos estos documentos percibimos la riqueza, la cuasi exuberancia de motivos, ocasiones y circunstancias que una persona, y de un modo especial si pertenece al ámbito de la creación o del arte,  puede producir. Todo ese conjunto de situaciones o anécdotas gravitan como imágenes satélites sobre el sujeto y es ahí cuando ello nos obliga a afirmar la soberanía y la dignidad de la persona que ha vivido consecuentemente su vocación y la vida.




Examinando fotografías antiguas y daguerrotipos de desnudos, me encanta comprobar cómo las mujeres al posar sin ocultar el rostro y mirando con tranquilidad, con esa cuasi soberanía a la cámara, demuestran un distanciamiento de su tiempo,  no ser cómplices de las poquedades de su época. Aunque se rodeen de trapos en las imágenes, en realidad no tienen nada que ver con los corsés que les atenazaban el cuerpo ni con la frondosa indumentaria del momento. Al desnudarse, mostraban su verdadero ser, su no militar en las capas prejuiciosas del XIX.   




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