Habiéndonos
alejado ya lo suficiente de las fiestas de Navidad, sospechaba que algo debiera
haber en la sala de Las Verónicas. En efecto, cuando volví la esquina de
penetrante olor, mezcla de pescado y verduras, de la Lonja, divisé un cartel oscuro en la
altura y respiré aliviado: durante, al menos, unos minutos, no me comería el desasosiego:
tenía un motivo positivo, con el que entretenerme y proyectar un artículo que
satisfaciera mi prurito productivo de textos.
La
exposición que inaugura la temporada, es de Sonia Navarro. Con lo que me topo
en primer lugar es con la exposición de grandes patrones y mezclas de
tejidos, destacándose, entre ellos, el esparto, con su entrañable rusticidad. La
primera reacción fue de cierto sopor o aburrimiento. En una exposición, uno
siempre prefiere la viveza de las imágenes a la presencia de materias primas. La
impresión inmediata que produce el
visionamiento de patrones o muestras de tejido no radica tanto en los atractivos de la forma visible
como en el hecho de su complicada factura. La noción de tiempo se impone,
relacionada con el trabajo que ha costado enhebrar la aguja que ha creado estas
densas muestras de memoria pura.
La cosa cambia en el espacio disponible de lo que fue el altar de la sala. Aquí,
el hilo como motivo metafórico se ha convertido en un trayecto luminoso, en una
brecha de luz que recorre metros de altura hasta llegar al mismo techo y, que tras reproducir largas puntadas, pretende regresar al punto de
salida. El hilo que teje, que une, conexiona y urde la gran masa del tejido, se
convierte en un delirante itinerario de luz que
nos abisma al escapar e izarse sobre nuestras cabezas. El poder de las
madres, de las Parcas tejiendo el hilo de nuestras vidas, se evoca aquí,
independientemente de toda reivindicación ideológica o feminista. El hilo que
sube y baja, que se retuerce y gira y emprende de nuevo el viaje, posee la energía
de los dones primeros, del artificio sagrado que ratifica las semejanzas entre
tejer y escribir, entre tejido y texto, entre la función de urdir y la
escritura.
En la
cámara del fondo de la sala, resguardada por grandes celosías, se encontraba la
monumental pieza final: una suerte de gran fetiche, de exvoto de esparto
emergiendo de sí mismo, del propio brotar de este material. La pieza, de
considerable trabajo manual, también parecía reivindicar el prestigio de una
industria local, aparte de las significaciones femeninas vinculadas a la tradición
de tejer y el mantenimiento de estas técnicas y tipos de tejidos.
Posteriormente
he tenido una fantasía o sueño semiconsciente con esta pieza: un ser parecido a
los héroes del espacio de Marvel, de aspecto sofisticado y estelar pero sin
rostro, se encontraba en la sala donde se exponía la gran figura de esparto: era
una suerte de representante no humano de
la técnica de trabajar el esparto, pero no podía aprovecharse de las singularidades
de este material, por lo que se veía obligado a dormir de pie, ante dicha obra,
sin poder recostarse en ningún sitio.
Aunque
no me encontraba especialmente lúcido, salí de la exposición con buenas
sensaciones: constatando la excelencia que la labor de los artistas mantienen
todavía, al preservar el vínculo con lo arcano de las grandes tradiciones.
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