Chantal
Maillard lo ha conseguido de nuevo. Con este, su último poemario, nos ofrece un
producto para la reflexión y el goce estético, lanzando, de paso, una nube de lanzas envenenadas contra todo tipo
de conformismo moral o religioso.
Chantal
utiliza la experiencia trágica, extrema de la figura de Medea para, poniéndose
en su piel, desde una exclusión social de tal calibre, poder hablar de lo que
evoluciona antes y después de toda sentencia, del sufrimiento de un alma que
asume su destino pero que también lucha contra él, además de soportar las iras
impostadas de su prójimo.
La
condena y el aborrecimiento social que caen sobre este personaje mítico, son
convertidos por Chantal en ingredientes de un modelo de sufrimiento y
aniquilación, aparentemente sin esperanza, que es capaz de erigir su propio
discurso contra el violento rechazo que recibe, llegando a cuestionar las razones de la ley
que la sanciona tan irremisiblemente.
Pareciera
que el crimen de Medea tenga pocos visos de comprensión o piedad, pero la Medea
del poemario de Chantal no es que busque una presunta justificación de lo que
hizo – matar a sus propios hijos – sino que denuncia la posición moralmente acomodaticia
de la sociedad que la juzga.
La
estrategia de Chantal es clara y frontal, aunque el punto desde el que emite su
reivindicación y crítica (Medea), resulte tan unánimemente condenado por los
que tiene enfrente. Precisamente, lo que a través de Medea, discute Chantal, es
tal unanimidad, la supuesta solidez de nuestros juicios, de nuestros
convencimientos, de nuestra panoplia conceptual.
En el
poemario de Chantal es el criminal ajusticiado quien habla, el marginado no ya
de la sociedad sino de la misma vida, quien eleva un parlamento de revelaciones
y fulguraciones.
Los
versos de Chantal son tan meridianos como solemnes, es decir, tan precisos como
harmónicamente henchidos de su decir y contenido. Es por ello que en mi lectura
haya abusado del subrayado a la hora de identificar la trayectoria y alcance de
los poemas.
El yo inventa sus
fantasmas / y los dioses aplauden, dice, criticando
las servidumbres interiores a que nos sometemos, producto de un pervertido
concepto del remordimiento y de las creencias.
En
algunos pasajes se advierte la huella de los principios budistas, al menos, la
influencia de la sensatez oriental. Por ejemplo, y en la misma línea que la
cita anterior, denunciando las peligrosas imaginerías que provoca una
entelequia mayor, el yo, dice:
Sin precisión el yo
no tiene/consistencia. Y ahí donde no hay quién/no hay pasto para el fuego.
A
veces, la lectura de los versos de Chantal se vuelve agradable por lo
sugerentemente que describe estados sensoriales como reflejos de estados mentales
o morales. Véase el fragmento 11.
El
interrogante más sencillo es el más engorroso de satisfacer: ¿Por qué desaparecen los que amamos?
Con el
mismo carácter directo denuncia las tesituras más complejas y establecidas: Veneráis /la lengua muerta de lo escrito.
En
ocasiones, el carácter belicoso del verso exige la presencia del aludido o
precisa de una contextualización al punto, si no quiere correr el riesgo de
volverse discutible o impetuoso: el que
se apiada no padece, obedece.
"Entender” lo que la poeta expone consiste en comprender que no se injuria sin
más una doctrina o unas actitudes sino que se denuncia la perversión de su
carácter impositivo y vitalmente cerrado: Creer
es la suerte del necio/el recurso del torpe la coraza/de estiércol/bajo la que
germina la discordia. (Hemos de explicitar, con respecto a esta cita y
otras, que la autora prescinde del signo
de la coma). Es decir, la creencia como militancia, como cerrazón ideológica,
como única y rígida respuesta a la indigencia de la imaginación, implica una alienación profunda de lo que se
supone que se cree, malogrando todos sus cimientos.
La misma poeta arregla posibles malentendidos
con respecto a lo afirmado: Compasión:/
la parte que heredamos/de los ángeles caídos./ Culpa: La parte que heredamos de
los dioses.
La
templanza y la razón asoman en estos versos de inspiración helénica que nos dan
la clave de la complejidad de lo real y de su adecuada actualización: En cada instante/la necesidad se disfraza de
circunstancia. Las formas externas y temporales que adquiere la realidad
son a veces metáforas sobre el funcionamiento de las profundidades.
Ante
los ejemplos más complejos y moralmente más indiscernibles, ante la probable
intercambiabilidad de las culpas, ante las ejecuciones de una ley que a veces
no parece tan imparcial como teóricamente se pretende, Chantal eleva una queja
y una interrogación, implícitas en la naturaleza de todo el poemario: En este mundo ¿quiénes somos/las víctimas y
quiénes los culpables?
Lo
que finalmente reclama el poemario es un saber verdaderamente libre, originario,
reacio a todo lo instituido, olvidad las
palabras, recomponed el magma, por
ello la invitación y el atrevimiento de Chantal es el de retarnos a que
comprendamos, a que nos internemos en una naturaleza tan dolorida y golpeada
como la de Medea: penetrad en mis
tinieblas. Se invita, pues a visitar un gran dolor antes que emitir la
condena, que nos alejaría automáticamente, de toda probabilidad de
discernimiento, de empatía.
1 comentario:
Gracias! Gracias a esta entrada descubrí a una filósofa y poeta increíble.
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