Lo
que impresiona es la literalidad de la imagen, su contundencia: las calles
vacías. Si la gente se recluyera por amor al prójimo, esta soledad de las
calles sería una imagen de la consecuencia de amar, una imagen mística.
Si
esta pandemia se hubiera producido, por ejemplo, en las década de los ochenta,
y no perteneciéramos a una generación de teleadictos, de consumidores de redes
sociales, ¿el confinamiento en las casas de toda la población, hubiera sido tan
fácil como, en realidad, ha sido?
Un
virus colapsa al planeta. Vivimos globalmente y sufrimos los inconvenientes de
ello, también, globalmente.
Whitehead
decía que no se puede triunfar en la vida sin la ayuda de los demás. Con una
elocuente evidencia, el personal sanitario, básicamente, junto a los otros que
gravitan sobre este y los pertenecientes
a seguridad y mantenimiento, materializan una derivación del sentido de
esa observación. No se puede vivir sin los demás. Resulta un grato recordatorio
de que somos un cuerpo social y de que
el necesitarse los unos a los otros no
es una formalidad o una frase hecha.
Si no
se detuviera a la gente que sale injustificadamente a la calle, si la amenaza
de la policía no existiera ¿la reclusión se efectuaría con total tranquilidad,
sería total? Se dice, un poco retóricamente, que el coraje es quedarse en casa.
Quizá sólo haciéndose una idea del número insólito de muertos, sea el miedo lo
que provoque que busquemos la sensatez.
Admitimos
el poder del virus sin preguntarnos sobre su naturaleza. Qué mecanismo
biológico es este que ha brotado del azar y condiciona países enteros. Por qué
el comportamiento del virus produce mal y no lo contrario. Este virus es uno
más de los bichos y males que se escaparon de la caja abierta por Pandora. Si
la curiosidad hizo que la caja sagrada fuera abierta, que sea también la
curiosidad y el interés lo que nos impulse a conocer, dominar y acabar con el
virus y con los restantes secretos de la naturaleza.
La
naturaleza se ha convertido en un reservorio de sorpresas y azares que pueden
ejemplificarse en el descubrimiento de una nueva energía, o en la formación de
virus que se expandan planetariamente. Si prescindimos de mitos, teogonías y
teologías, la naturaleza no es buena ni mala. Su principio es el de
reproducirse. El odioso virus no tiene otro impulso ni otra motivación que esa.
Historiadores
y sociólogos vinculan el florecimiento de la cultura a la derrota de grandes
epidemias. Por ejemplo, el origen del Renacimiento estaría causado, en parte
importante por la experiencia de la peste, es decir, por su derrota y
trascendencia posterior en el ánimo de la gente. Este enorme fastidio del
coronavirus ¿significará algo más que eso, que un mero fastidio, nos hará
redescubrir la calle, la libertad, los parques y cafés, el grado de bienestar
que habíamos alcanzado y que de pronto,
repentinamente, se había velado, lo habíamos perdido?
Independientemente de que este virus nos fuerce a emplear la imaginación y la paciencia durante la duración de la cuarentena, en un nivel profundo es un reto al conocimiento.
Independientemente de que este virus nos fuerce a emplear la imaginación y la paciencia durante la duración de la cuarentena, en un nivel profundo es un reto al conocimiento.
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