martes, 31 de marzo de 2020

MEDITACIONES CORONAVÍRICAS





Lo que impresiona es la literalidad de la imagen, su contundencia: las calles vacías. Si la gente se recluyera por amor al prójimo, esta soledad de las calles sería una imagen de la consecuencia de amar, una imagen mística.


Si esta pandemia se hubiera producido, por ejemplo, en las década de los ochenta, y no perteneciéramos a una generación de teleadictos, de consumidores de redes sociales, ¿el confinamiento en las casas de toda la población, hubiera sido tan fácil como, en realidad, ha sido?


Un virus colapsa al planeta. Vivimos globalmente y sufrimos los inconvenientes de ello, también, globalmente.




Whitehead decía que no se puede triunfar en la vida sin la ayuda de los demás. Con una elocuente evidencia, el personal sanitario, básicamente, junto a los otros que gravitan sobre este y los pertenecientes  a seguridad y mantenimiento, materializan una derivación del sentido de esa observación. No se puede vivir sin los demás. Resulta un grato recordatorio de  que somos un cuerpo social y de que el  necesitarse los unos a los otros no es una formalidad  o una frase hecha.


Si no se detuviera a la gente que sale injustificadamente a la calle, si la amenaza de la policía no existiera ¿la reclusión se efectuaría con total tranquilidad, sería total? Se dice, un poco retóricamente, que el coraje es quedarse en casa. Quizá sólo haciéndose una idea del número insólito de muertos, sea el miedo lo que provoque que busquemos la sensatez. 


Admitimos el poder del virus sin preguntarnos sobre su naturaleza. Qué mecanismo biológico es este que ha brotado del azar y condiciona países enteros. Por qué el comportamiento del virus produce mal y no lo contrario. Este virus es uno más de los bichos y males que se escaparon de la caja abierta por Pandora. Si la curiosidad hizo que la caja sagrada fuera abierta, que sea también la curiosidad y el interés lo que nos impulse a conocer, dominar y acabar con el virus y con los restantes secretos de la naturaleza.


La naturaleza se ha convertido en un reservorio de sorpresas y azares que pueden ejemplificarse en el descubrimiento de una nueva energía, o en la formación de virus que se expandan planetariamente. Si prescindimos de mitos, teogonías y teologías, la naturaleza no es buena ni mala. Su principio es el de reproducirse. El odioso virus no tiene otro impulso ni otra motivación que esa.  

  
Historiadores y sociólogos vinculan el florecimiento de la cultura a la derrota de grandes epidemias. Por ejemplo, el origen del Renacimiento estaría causado, en parte importante por la experiencia de la peste, es decir, por su derrota y trascendencia posterior en el ánimo de la gente. Este enorme fastidio del coronavirus ¿significará algo más que eso, que un mero fastidio, nos hará redescubrir la calle, la libertad, los parques y cafés, el grado de bienestar que habíamos  alcanzado y que de pronto, repentinamente, se había velado, lo habíamos perdido?    


Independientemente de que este virus nos fuerce a emplear la imaginación y la paciencia durante la duración de la cuarentena, en un nivel profundo es un reto al conocimiento.    


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