miércoles, 25 de marzo de 2020

Lecturas coronavíricas: MEDEA. Chantal Maillard





Chantal Maillard lo ha conseguido de nuevo. Con este, su último poemario, nos ofrece un producto para la reflexión y el goce estético, lanzando, de paso, una  nube de lanzas envenenadas contra todo tipo de conformismo moral o religioso.
Chantal utiliza la experiencia trágica, extrema de la figura de Medea para, poniéndose en su piel, desde una exclusión social de tal calibre, poder hablar de lo que evoluciona antes y después de toda sentencia, del sufrimiento de un alma que asume su destino pero que también lucha contra él, además de soportar las iras impostadas de su prójimo.

La condena y el aborrecimiento social que caen sobre este personaje mítico, son convertidos por Chantal en ingredientes de un modelo de sufrimiento y aniquilación, aparentemente sin esperanza, que es capaz de erigir su propio discurso contra el violento rechazo que recibe,  llegando a cuestionar las razones de la ley que la sanciona tan irremisiblemente.

Pareciera que el crimen de Medea tenga pocos visos de comprensión o piedad, pero la Medea del poemario de Chantal no es que busque una presunta justificación de lo que hizo – matar a sus propios hijos – sino que denuncia la posición moralmente acomodaticia de la sociedad que la juzga.

La estrategia de Chantal es clara y frontal, aunque el punto desde el que emite su reivindicación y crítica (Medea), resulte tan unánimemente condenado por los que tiene enfrente. Precisamente, lo que a través de Medea, discute Chantal, es tal unanimidad, la supuesta solidez de nuestros juicios, de nuestros convencimientos, de nuestra panoplia conceptual.

En el poemario de Chantal es el criminal ajusticiado quien habla, el marginado no ya de la sociedad sino de la misma vida, quien eleva un parlamento de revelaciones y fulguraciones.
Los versos de Chantal son tan meridianos como solemnes, es decir, tan precisos como harmónicamente henchidos de su decir y contenido. Es por ello que en mi lectura haya abusado del subrayado a la hora de identificar la trayectoria y alcance de los poemas.

El yo inventa sus fantasmas / y los dioses aplauden, dice, criticando las servidumbres interiores a que nos sometemos, producto de un pervertido concepto del remordimiento y de las creencias.
En algunos pasajes se advierte la huella de los principios budistas, al menos, la influencia de la sensatez oriental. Por ejemplo, y en la misma línea que la cita anterior, denunciando las peligrosas imaginerías que provoca una entelequia mayor, el yo, dice:
Sin precisión el yo no tiene/consistencia. Y ahí donde no hay quién/no hay pasto para el fuego.
A veces, la lectura de los versos de Chantal se vuelve agradable por lo sugerentemente que describe estados sensoriales como reflejos de estados mentales o morales. Véase el fragmento 11.

El interrogante más sencillo es el más engorroso de satisfacer: ¿Por qué desaparecen los que amamos?
Con el mismo carácter directo denuncia las tesituras más complejas y establecidas: Veneráis /la lengua muerta de lo escrito.
En ocasiones, el carácter belicoso del verso exige la presencia del aludido o precisa de una contextualización al punto, si no quiere correr el riesgo de volverse discutible o impetuoso: el que se apiada no padece, obedece.

"Entender” lo que la poeta expone consiste en comprender que no se injuria sin más una doctrina o unas actitudes sino que se denuncia la perversión de su carácter impositivo y vitalmente cerrado: Creer es la suerte del necio/el recurso del torpe la coraza/de estiércol/bajo la que germina la discordia. (Hemos de explicitar, con respecto a esta cita y otras, que la autora prescinde del signo de la coma). Es decir, la creencia como militancia, como cerrazón ideológica, como única y rígida respuesta a la indigencia de la imaginación,  implica una alienación profunda de lo que se supone que se cree, malogrando todos sus cimientos.  

 La misma poeta arregla posibles malentendidos con respecto a lo afirmado: Compasión:/ la parte que heredamos/de los ángeles caídos./ Culpa: La parte que heredamos de los dioses.
La templanza y la razón asoman en estos versos de inspiración helénica que nos dan la clave de la complejidad de lo real y de su adecuada actualización: En cada instante/la necesidad se disfraza de circunstancia. Las formas externas y temporales que adquiere la realidad son a veces metáforas sobre el funcionamiento de las profundidades.  

Ante los ejemplos más complejos y moralmente más indiscernibles, ante la probable intercambiabilidad de las culpas, ante las ejecuciones de una ley que a veces no parece tan imparcial como teóricamente se pretende, Chantal eleva una queja y una interrogación, implícitas en la naturaleza de todo el poemario: En este mundo ¿quiénes somos/las víctimas y quiénes los culpables?    
Lo que finalmente reclama el poemario es un saber verdaderamente libre, originario, reacio a todo lo instituido, olvidad las palabras, recomponed el magma, por ello la invitación y el atrevimiento de Chantal es el de retarnos a que comprendamos, a que nos internemos en una naturaleza tan dolorida y golpeada como la de Medea: penetrad en mis tinieblas. Se invita, pues a visitar un gran dolor antes que emitir la condena, que nos alejaría automáticamente, de toda probabilidad de discernimiento, de empatía.    

1 comentario:

Ciruela dijo...

Gracias! Gracias a esta entrada descubrí a una filósofa y poeta increíble.

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