Un
grabado de índole romántica con un motivo también romántico y cósmico. El gesto
de la muchacha parece decirnos que se
interroga sobre el misterio del universo ante la captación de uno de
sus mensajeros fulgurantes: el meteoro que pasa. El dibujo minucioso de la
vegetación que se enrosca en la balaustrada, ratifica la fascinación ante los
misterios de la naturaleza que de repente, avanzan hacia nosotros.
Otro
motivo romántico. Aquí los ciudadanos italianos se han visto reducidos a
estereotipos puros: el marinero que canta con su mandolina las bellezas y
melancolías de la vida en el mar junto a su compañera. La humildad de la
escena, también podríamos decir, delicadeza, me sumen en un velado estupor no
muy lejano a la lágrima: esa escena ya no existe, ya no hay marineros que
canten junto a su amada, esa belleza pertenece, estrictamente, al pasado. Quizá
sea esta la protesta que el artista ha logrado introducir en la imagen: la
temporalidad de un modo de vivir o de sentir.
Esta
foto de Jean Baudrillard tiene
cierto dinamismo. El crítico francés se permitía el lujo de ejercer de
fotógrafo aficionado, al ser muy consciente de las especificidades gestuales
que definen al trabajo visionador del fotógrafo. Reivindicador de la fotografía
analógica, Baudrillard pone el grito en el cielo denunciando que la fotografía
digital es el fin de la imagen distinguida, propia de la sensibilidad del
fotógrafo. La imagen digital ya no necesita, casi, al fotógrafo, se produce por
sí misma. Gran parte de las ritualidades que acompañan al trabajo del fotógrafo, desaparecen con la
fotografía digital. La lúcida crítica de Baudrillard no percibe, quizá, que la
aparición de la fotografía digital no tiene por qué suponer el fin de la
presencia del fotógrafo, pues este sigue siendo imprescindible para la elección
de perspectivas y motivos, y, además, podemos estar ante la apertura de un
nuevo y complejo diálogo con la imagen, con sus principios creativos y
alquímicos, lo que implica decir que la creatividad se replanteará
procedimientos y resultados. En ello estamos ahora.
Recuerdo
que esta imagen venía en muchas de las contraportadas de los comics que yo compraba
de pequeño, allá, a mediados de los setenta: Vampus, Crepy o Dossier Negro. Se
trataba de la publicidad de un muñeco de Frankestein
a tamaño natural que podías adquirir por correo. Me producía una gran rareza
porque era algo así como una versión primitiva o salvaje del Frankestein
tradicional que todos hemos visto en el cine. ¿De dónde salía este personaje
con semejante pinta, este Frankestein de las cavernas? Recuerdo cómo me fijaba
en los trazos maestros del dibujo, cómo unas líneas, meramente, entrecruzadas
entre sí, podían hacer el efecto de un poderoso monstruo.
El título de la foto, La hora del fantasma, no puede ser más adecuado. Para el imaginario
nórdico existe cierta asociación entre lo fantasmagórico y el reino total de la
luz en el sur. Los primeros viajeros
alemanes, austríacos o daneses que visitaban el Mediterráneo y los países
colindantes, al encontrarse con las calles y avenidas desiertas de las ciudades
en el momento en que el sol era más contundente, recibían una impresión
paradójica. El mediodía era “la hora de los espectros”, como recordaba Jensen en su novela Gradiva,
el primer texto objeto de exámenes psicoanalíticos. Con toda evidencia, el
fotógrafo recrea el motivo del paso de los difuntos a la otra orilla a través
de la laguna Estigia. La foto recuerda, claro está, el motivo representado por
tantos artistas de fines del XIX: la Isla de los muertos. Aquí un lenguaje
artístico – la fotografía - hace suya
una composición de otro lenguaje artístico,- la pintura – dando su propia
versión, incorporando estructuras foráneas.
La fotografía imita a la pintura, lo que ratifica una jerarquía representacional:
es la pintura quien, primeramente, crea
los escenarios que otros tipos de arte, copiarán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario