miércoles, 22 de abril de 2020

IMÁGENES Y GLOSAS



Un grabado de índole romántica con un motivo también romántico y cósmico. El gesto de la muchacha parece decirnos que se  interroga sobre el misterio del universo ante la captación de uno de sus mensajeros fulgurantes: el meteoro que pasa. El dibujo minucioso de la vegetación que se enrosca en la balaustrada, ratifica la fascinación ante los misterios de la naturaleza que de repente, avanzan hacia nosotros.






Otro motivo romántico. Aquí los ciudadanos italianos se han visto reducidos a estereotipos puros: el marinero que canta con su mandolina las bellezas y melancolías de la vida en el mar junto a su compañera. La humildad de la escena, también podríamos decir, delicadeza, me sumen en un velado estupor no muy lejano a la lágrima: esa escena ya no existe, ya no hay marineros que canten junto a su amada, esa belleza pertenece, estrictamente, al pasado. Quizá sea esta la protesta que el artista ha logrado introducir en la imagen: la temporalidad de un modo de vivir o de sentir.






Esta foto de Jean Baudrillard tiene cierto dinamismo. El crítico francés se permitía el lujo de ejercer de fotógrafo aficionado, al ser muy consciente de las especificidades gestuales que definen al trabajo visionador del fotógrafo. Reivindicador de la fotografía analógica, Baudrillard pone el grito en el cielo denunciando que la fotografía digital es el fin de la imagen distinguida, propia de la sensibilidad del fotógrafo. La imagen digital ya no necesita, casi, al fotógrafo, se produce por sí misma. Gran parte de las ritualidades que acompañan  al trabajo del fotógrafo, desaparecen con la fotografía digital. La lúcida crítica de Baudrillard no percibe, quizá, que la aparición de la fotografía digital no tiene por qué suponer el fin de la presencia del fotógrafo, pues este sigue siendo imprescindible para la elección de perspectivas y motivos, y, además, podemos estar ante la apertura de un nuevo y complejo diálogo con la imagen, con sus principios creativos y alquímicos, lo que implica decir que la creatividad se replanteará procedimientos y resultados. En ello estamos ahora.     






Recuerdo que esta imagen venía en muchas de las contraportadas de los comics que yo compraba de pequeño, allá, a mediados de los setenta: Vampus,  Crepy o Dossier Negro. Se trataba de la publicidad de un muñeco de Frankestein a tamaño natural que podías adquirir por correo. Me producía una gran rareza porque era algo así como una versión primitiva o salvaje del Frankestein tradicional que todos hemos visto en el cine. ¿De dónde salía este personaje con semejante pinta, este Frankestein de las cavernas? Recuerdo cómo me fijaba en los trazos maestros del dibujo, cómo unas líneas, meramente, entrecruzadas entre sí, podían hacer el efecto de un poderoso monstruo.





 El título de la foto, La hora del fantasma, no puede ser más adecuado. Para el imaginario nórdico existe cierta asociación entre lo fantasmagórico y el reino total de la luz en el sur.  Los primeros viajeros alemanes, austríacos o daneses que visitaban el Mediterráneo y los países colindantes, al encontrarse con las calles y avenidas desiertas de las ciudades en el momento en que el sol era más contundente, recibían una impresión paradójica. El mediodía era “la hora de los espectros”, como recordaba Jensen en su novela Gradiva, el primer texto objeto de exámenes psicoanalíticos. Con toda evidencia, el fotógrafo recrea el motivo del paso de los difuntos a la otra orilla a través de la laguna Estigia. La foto recuerda, claro está, el motivo representado por tantos artistas de fines del XIX: la Isla de los muertos. Aquí un lenguaje artístico – la fotografía -  hace suya una composición de otro lenguaje artístico,- la pintura – dando su propia versión, incorporando estructuras foráneas.  La fotografía imita a la pintura, lo que ratifica una jerarquía representacional: es la pintura quien,  primeramente, crea los escenarios que otros tipos de arte, copiarán.      

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