viernes, 24 de abril de 2020

PUERTO OSCURO. Mark Strand





Entiendo que cada poeta es una oferta nueva de territorios y de palabras, de ambientes y aventuras. De modo distinto a un novelista, el poeta ofrece todo esto dentro de una densidad simbólica específica.
Conocía el nombre de Mark Strand a través de algún artículo de Octavio Paz, pero no su poesía. Lo que nos ofrece esta estupenda colección alternativa de la editorial Kriller 71 es la oportunidad de aproximarnos a uno de los poemarios más significativos del autor norteamericano.
En Puerto oscuro se insinúa una historia común, es decir, compartida con unas personas, con amigos, parientes, o con… elegidos, que pronto se  atiene a escenarios concretos, o se diluye en frustraciones y sueños. Las evocaciones del poeta tienen su enclave en la memoria, en los lugares en los que se ha cimentado la experiencia personal, pero tales puntos de una geografía reconocible, terminan siendo interrogados por el ansia especulativa que pretende interrogar a lo ya vivido para comprobar si la metamorfosis que trascienda nuestros límites es posible o bien, ratificar que es en tales límites donde se nos debe hacer firme la idea de ubicar nuestro hogar definitivo, sin otras  revelaciones que esperar. 

Tales puntos finales son experiencias de amor y de vida comunitaria, pero también remiten a lugares físicos: casa en el bosque, montañas, nieve, invierno, luces del alba, lagos, elementos que me han hecho recordar ciertos ambientes líricos de filmes norteamericanos. En la poesía de Strand existe, sin rasgos identitarios, este elemento junto a un interrogante, digamos, más elevado o más puramente poético ante el desenlace de los destinos finales de las cosas. A veces el poeta más que interrogar, finalmente ruega con total transparencia para que lo extraordinario no se cifre sino en la perduración de lo ordinario y vivido. Dime que no he vivido en vano, que las estrellas no morirán, que las cosas permanecerán como son, que durará lo que he visto, que no nací en pleno cambio, que lo que he dicho no se ha dicho para mí.

En Puerto oscuro pareciera invocarse una aventura común, la experiencia de cierta humanidad consciente de su soberanía, no obstante, también destinada a sumirse en la amenaza de la nada. Pero es finalmente la voz personal del poeta la que particulariza sensibilidades y ensoñaciones frente a las aspiraciones legítimas de todo grupo.
En Strand la aspiración mística se mueve en un ámbito naturalista que legitima aspiraciones de transparencia íntima sin mayores liturgias que la comparecencia de la luz y de entornos verdes. Quisiera salir y estar al otro lado y ser parte de todo lo que me rodea. Ser ingrávido, anónimo.

Lo cotidiano fluye junto a evocaciones profundas en la memoria que parecen dilatarse mágicamente. Las imágenes de Strand vibran con un misterio ligero y real; es en las incidencias de la trayectoria humana donde hallamos  tramos que se niegan a mostrar su sentido último: un fuego que señala el camino hacia un mundo del que nadie vuelve, pero al cual todos viajan, es decir, la muerte como destino común e indescifrable. 

Como golpe de efecto narrativo, como colofón súbito que sorprende tanto al lector como al poeta, el poemario concluye con la sorpresiva aparición de un ángel: su trémula eclosión en el horizonte, más allá o más acá del puro simbolismo de su acontecimiento,  confirma la naturaleza superior de las inquietudes del poeta y lanza un manto de esperanza a todo lo que resulta común y humano en las inquisiciones que cada poema ha ido escenificando. ¿Es una frivolité retórica a la que Srand se arriesga, o es que experimentó algún tipo de  confirmación de orden insólito que se atrevió a incluir de semejante modo, admitiendo que una luz nos espera para despejar sombras en puertos oscuros?  

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