Entiendo
que cada poeta es una oferta nueva de territorios y de palabras, de ambientes y
aventuras. De modo distinto a un novelista, el poeta ofrece todo esto dentro de
una densidad simbólica específica.
Conocía
el nombre de Mark Strand a través de algún artículo de Octavio Paz, pero no su
poesía. Lo que nos ofrece esta estupenda colección alternativa de la editorial Kriller 71 es la oportunidad de
aproximarnos a uno de los poemarios más significativos del autor
norteamericano.
En Puerto
oscuro se insinúa una historia común, es decir, compartida con unas
personas, con amigos, parientes, o con… elegidos, que pronto se atiene a escenarios concretos, o se diluye en
frustraciones y sueños. Las evocaciones del poeta tienen su enclave en la
memoria, en los lugares en los que se ha cimentado la experiencia personal,
pero tales puntos de una geografía reconocible, terminan siendo interrogados
por el ansia especulativa que pretende interrogar a lo ya vivido para comprobar
si la metamorfosis que trascienda nuestros
límites es posible o bien, ratificar que es en tales límites donde se nos debe
hacer firme la idea de ubicar nuestro hogar definitivo, sin otras revelaciones que esperar.
Tales puntos finales
son experiencias de amor y de vida comunitaria, pero también remiten a lugares
físicos: casa en el bosque, montañas, nieve, invierno, luces del alba, lagos,
elementos que me han hecho recordar ciertos ambientes líricos de filmes
norteamericanos. En la poesía de Strand existe, sin rasgos identitarios, este
elemento junto a un interrogante, digamos, más elevado o más puramente poético
ante el desenlace de los destinos finales de las cosas. A veces el poeta más
que interrogar, finalmente ruega con total transparencia para que lo
extraordinario no se cifre sino en la perduración de lo ordinario y vivido. Dime que no he vivido en vano, que las estrellas no morirán, que las cosas
permanecerán como son, que durará lo que he visto, que no nací en pleno cambio,
que lo que he dicho no se ha dicho para mí.
En Puerto oscuro pareciera invocarse una
aventura común, la experiencia de cierta humanidad consciente de su soberanía,
no obstante, también destinada a sumirse en la amenaza de la nada. Pero es
finalmente la voz personal del poeta la que particulariza sensibilidades y
ensoñaciones frente a las aspiraciones legítimas de todo grupo.
En
Strand la aspiración mística se mueve en un ámbito naturalista que legitima
aspiraciones de transparencia íntima sin mayores liturgias que la comparecencia
de la luz y de entornos verdes. Quisiera
salir y estar al otro lado y ser parte de todo lo que me rodea. Ser ingrávido,
anónimo.
Lo
cotidiano fluye junto a evocaciones profundas en la memoria que parecen
dilatarse mágicamente. Las imágenes de Strand vibran con un misterio ligero y
real; es en las incidencias de la trayectoria humana donde hallamos tramos que se niegan a mostrar su sentido
último: un fuego que señala el camino
hacia un mundo del que nadie vuelve, pero al cual todos viajan, es decir,
la muerte como destino común e indescifrable.
Como
golpe de efecto narrativo, como colofón súbito que sorprende tanto al lector como
al poeta, el poemario concluye con la sorpresiva aparición de un ángel: su trémula eclosión en el horizonte, más allá o más acá del puro
simbolismo de su acontecimiento, confirma la naturaleza superior de las inquietudes
del poeta y lanza un manto de esperanza a todo lo que resulta común y humano en
las inquisiciones que cada poema ha ido escenificando. ¿Es una frivolité retórica a la que Srand se
arriesga, o es que experimentó algún tipo de confirmación de orden insólito que se
atrevió a incluir de semejante modo, admitiendo que una luz nos espera para
despejar sombras en puertos oscuros?
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