Navegando
por internet, en algún sitio me había topado con esta foto de aire enigmático.
Precisamente lo enigmático radicaba, para mí, en la localización del cuándo se
hizo la foto, más que en la averiguación del personaje retratado. Parecía una
foto antigua, pero ese aire tan sofisticado de la puesta en escena, me
desorientaba. Por decirlo de alguna manera: la imagen parece demasiado
consciente de sí misma. La supuesta modelo posa con una determinación, precisión
y una exquisitez tal que no parece un mero retrato antiguo, donde estas
características no son tan expresamente frecuentes. La imagen ostenta una
lucidez estética tan redonda que llegué a suponer que era una fotografía
actual, simulando ser una antigua, es decir, una recreación. Cuando logré
identificar la fotografía, todas las incógnitas se despejaron y creció ante mí otro
misterio: el de la condesa de Castiglione.
Esta mujer,
cuando dejó de ejercer toda función política o social, se retiró, solemnemente, a sus aposentos, tal
y como dice el lugar común, pero lo que ya no es tan común es al obsesivo
ejercicio de narcisismo a que se entregó durante décadas junto con su fotógrafo
privado. Al parecer hay centenares, cerca de 700 imágenes de la turbadora
condesa, en las más variadas poses, posturas y atavíos. Observando las fotos y
la laxa gestualidad que las atraviesa con la condesa envuelta en armiños,
sedas, corpiños y ropajes varios, y deteniéndonos en cómo nos observa ella a
nosotros con esa mirada veladamente temible, uno piensa que lo que se despliega
aquí no es meramente el resultado de un pasatiempo, sino una suerte de especulativa
puesta en escena del propio yo de la condesa. Esta, cuando advirtió un obstáculo
entre ella y el exterior de sus palacios, cuando comprobó que la habían
retirado de la vida social, se dedicó a estudiarse a sí misma, segura de que su
propia persona, se convertiría en el más suculento espectáculo psicológico que
el confinamiento, ante su presunta locura, le iba a procurar con recóndita
generosidad.
La condesa,
en estas fotografías, se ausculta a sí misma, se investiga de soslayo o
totalmente de frente, amenaza a sus observadores, se disfraza de sí misma por
medio de todos las prendas posibles o existentes en sus armarios, adopta poses
místicas, se sume en la decadencia o juega al gato y al ratón con su fotógrafo
y con nosotros que la observamos cientos de años después.
Si está
loca, ella lo sabe perfectamente y nos invita a que entremos en el juego
teatral de esa locura que al exhibirse, se afirma y se niega a sí misma.
Al parecer,
la condesa de Castiglione, pensaba en hacer públicas sus fotos en la Exposición
Universal de 1900, pero falleció un año antes. Menudo atrevimiento y engorro
para los colegas aristócratas hubiera sido.
Por su
audacia, por su insólita auto-exposición a lo largo del tiempo, por esa suerte
de psico-drama que supone el conjunto de sus imágenes, las fotografías de la Castiglione
superan el encasillamiento de mera rareza y vienen a sustituir al libro que la
condesa hubiera escrito sobre las incidencias personales de su sutil
confinamiento.
1 comentario:
Es curioso: cuando he visto la foto, antes de leer lo que has escrito, he sentido aversión. Me ha dado la impresión de que se trataba de una mujer fría y encastillada. Al leer tu texto he comprendido porqué. El narcisismo es frío como el agua abisal.
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