ADMONICIONES DE LA ESCRITURA
Cada
época posee sus repertorios literarios y simbólicos. El escritor que tenga
imaginación y una elemental maestría literaria, puede sellar instantes para la
memoria, sean estos de la naturaleza que sean: históricos, discusivos, emotivos...
El catálogo de Sijé es lo suficientemente preciso y evidente, a pesar de su
precocidad, para volverse entrañable en
la evocación de un mundo que, en parte, ya es irrepetible.
En el
Diario de Alicante, Sijé publica un
artículo que es un elogio al libro y a lo que la lectura de libros supone de
benéfico para la persona. Obviando que hay libros malos o meros productos
olvidables del mercado, Sijé solo ve lo sublime que un libro puede contener o
revelar y escribe sin afectación, imitando cierto famoso pasaje del Evangelio: Bienaventurados los que aman los libros porque
sabrán la verdad. Nótese que no dice bienaventurados los que leen, que,
quizá, ahí sí que hubiera sido ingenuo
al pensar eso. Especificar “los que aman” supone un detalle cualitativo más especial: se
valora el idealismo por un lado y por otro el gusto por el conocimiento. El que
ama los libros, lleva implícita la tarea de leerlos. Mientras que el que sólo
los lee, puede ser un lector ocasional y no participar del culto a los libros o
de un amor especial por sus contenidos. El que ama los libros se eleva a cierto
rango de universalidad, se inviste de buenas y fructíferas intenciones. El que
ama los libros no es precisamente un bibliómano, sino un alma que inaugura por
sí misma la mejor elite lectora: la que se entrega a la aventura conceptual y
sentimental que es el libro.
Resulta
curioso comprobar cómo para nuestros abuelos, ciertos autores procedentes del
período romántico, todavía poseían un prestigio que los convertía en referente
más o menos secreto de cierta concepción pasional de la literatura. Podríamos
decir que existía una complicidad en el elogio de ciertos nombres a los que se
hacía poseedores de valores espirituales y estéticos. Uno de estos nombres
famoso, todavía, en época de Sijé fue el de Alfred de Musset, figura de culto
para las almas románticas. En un artículo publicado en El Diario de Alicante, Sijé
le dedica unas reflexiones al escritor y poeta francés en el que tras evocar
ligeramente al personaje, actualiza el debate entre romanticismo y clasicismo. La
distinción crítica, la significación profunda de los caminos de un estilo al
otro, de una tendencia a la otra, fue materia de su famoso ensayo La
muerte de la flauta y el reino de los fantasmas. En realidad, en el
artículo, Sijé utiliza el nombre de Musset como pretexto parta hablar sobre el
romanticismo y sus derivaciones históricas. Sijé define muy bien las revoluciones
políticas como producto típico del romanticismo, recalcando el carácter anticlásico
y humano de estos grandes movimientos sociales. Advierte que esto es lo que
debe la humanidad al romanticismo, la apertura de un mundo nuevo y la lucha
contra las viejas estructuras a favor de lo vislumbrado o requerido con pasión.
Octavio Paz matizaba que debíamos al romanticismo, sobre todo, una nueva sensibilidad
y Bertrand Russell clasificaba al nazismo como revolución romántica. Pareciera que
la legitimidad de toda reivindicación hallara su contrario al extremo de tal
reclamo.
Sijé concluye
su artículo volviendo con más propiedad sobre la figura de los poetas
románticos a los que no duda en definir como ángeles a propósito de una aguda cita de Cocteau quien tilda a los
sufridos poetas como ángeles conminativos. Esa conminación tiene hoy un débil recorrido
en un mundo saturado de política y periodistas, en el que al literato se le
reserva un sosegado margen de diluido protagonismo social. Difícilmente pueden hoy ser los poetas la voz
del pueblo si no hay pueblo inteligible y las voces singulares están
secuestradas por las modalidades del discurso de lo políticamente correcto.
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