OBRA PIANÍSTICA DE ERIK SATIE.
LA LENTITUD PROPICIA DE REINBERT DE LEEUW
Reinbert
de Leeuw toca lento, a veces desesperadamente lento. Sin embargo, ante la obra
pianística de Satie, esta lentitud no supone un desastre, sino todo lo
contrario: el pianista holandés exhibe su lentitud como toda una demostración
maestra de profesionalidad. Con la obra de un Prokofiev, un Hindemith o un
Bartok es absurdo proponerse interpretar lento: desfiguraríamos la pieza,
estaríamos tocando la obra de un autor desconocido. También, es cierto, con
algunas obras de piano de Satie, la lentitud afecta a la identidad de dichas
obra. Por ejemplo, las zarabandas, según las toquemos lento o rápido, estaremos
creando obras distintas de una misma partitura. Lo bueno de Satie, de todos
modos, es que la lentitud añade magia a la mayoría de sus piezas, siendo menor
el porcentaje que exige, de modo ineludible, que se ejecute dinámicamente. Me
refiero a sus miniaturas pianísticas, no a sus obras orquestales. Vuelvo sobre
las zarabandas: la frase alargada, buscando casi convertir la música en eco de
sí misma, produce en la audición de estas piezas un efecto de hipnosis, de
arrobo semejante al éxtasis místico, al abandono de sí en la meditación.
En
las Gnosianas y en Ojivas, el tempo de De Leeuw es
admisible y emotivo. Sólo en las famosas Gymnopedias,
tal tempo atrasa el efecto- y el afecto – que se desprende de ellas, notándose
demasiado la impronta del pianista.
Cuando
más magistral sea la interpretación de una obra musical menos hablaremos del intérprete.
En este caso, solo puntualmente, debido a la larga duración que implica la
recepción de los dos discos, se le podría poner peros.
Con
respecto a Satie, decir que a pesar de su popularidad, del estereotipo de
excentricidad que nos hemos hecho sobre su figura, de lo conocidas que son
algunas de sus composiciones, su música aún espera una glosa igual de suculenta.
Cosa que no es fácil, pues la música, como los sueños, no puede traducirse a
otro lenguaje.
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