Hace
poco que conozco a Mirko Lampi.
Tengo una obra suya que he comenzado a leer: Tratado de semiótica escéptica.
Deduzco que el libro ha sido escrito en español por el autor italiano, pues no
figura nombre de traductor. La cosa es explicable, pues el autor ha residido en
España y obtuvo un doctorado en la Universidad de Granada. Conforme lo voy
leyendo, tengo la impresión de que, quizá tengamos al continuador de Umberto Eco en su persona, pues ya son
varios los interesantes volúmenes sobre la ciencia de los signos que forman
parte de su curriculum: Tratado de semiótica caótica, y la
que presento aquí. Siempre he considerado la semiótica como una disciplina del pensamiento
que desde el ámbito estricto de las Humanidades puede emitir balances
fidedignos sobre los procesos culturales de la actualidad. Para mí es como un
referente de la valoración compleja del mundo desde la perspectiva de la
significación, teniendo en cuenta que se trata de un saber que se define a
través de los movimientos sociales y culturales, es decir, no se trata de una
ciencia meramente formal o estática: la semiótica va cambiando paulatinamente
de estrategias porque los signos cambian también con el tiempo, tanto el tipo
de signos como la relación que establecen entre los distintos fenómenos.
Precisamente
este Tratado nos habla de ello, de la necesidad de variar los cánones
interpretativos, de la historia filosófica del escepticismo, del constatar los
momentos en que el sentido de lo que se produce es ambiguo, del enfrentamiento
de saberes. Lampi advierte que la duda metódica no sólo es contraproducente
sino que es anticientífica. Es imposible dudar de todo constantemente, pues
destruiríamos el más mínimo sustrato en el que la comprensión y la cultura
pudieran dilucidarse. Pero claro está, esta consideración, este negar la
viabilidad de lo propuesto un poco ingenuamente por Descartes, no implica que la racionalidad resuelva
cualquier proceso o fenómeno definitivamente. Pensar implica tantear, y por
esas fronteras, súbitamente temblorosas, se mueve la semiótica escéptica:
admitiendo los instantes en que los marcos del sentido resultan conflictivos,
convirtiendo tal admisión en una imagen eventual del caos que se pretende, cognoscitivamente,
franquear.
Leo
a la poeta peruana Blanca Varela.
Por momentos, cruda, inventiva, aguda. Brillante, herméticamente escribe: en el centro de todo está el poema/intacto
sol/noche ineludible. Los poetas
todavía tienen el privilegio de conocer lo que la grandes elipsis mimetizan en
el vacío. El poder de las palabras no es nada baladí. Aunque cierto es que
`pocos poetas se encuentran en primera línea de acción aquí, en Europa. Ante la
expansión informática, las palabras de la literatura, de la poesía, de la
filosofía son nuestra memoria.
Los
momentos de éxtasis no son describibles. Me ha ocurrido hoy al dar con una obra
de la semióloga, ensayista y psicoanalista Julia
Kristeva sobre Santa Teresa de Ávila.
Mientras veía el video de la editorial Paso
de Barca, comentando las intenciones de la autora
búlgaro-francesa al escribir este libro, he experimentado un entusiasmo y una
fascinación intelectivo-espiritual que no comentaré más allá de su mención por
no estropearlo. Inteligencia notable la de Kristeva al atreverse a establecer
relaciones, puntos convergentes entre la vida y la obra de la santa española y
aspectos de la sensibilidad moderna como el feminismo y el erotismo; palabras y
confesiones brillantes las de Kristeva para justificar su interés, su cuasi
pasión por la compleja personalidad de santa Teresa.
Vi
el otro día un fragmento largo de Plácido, la película de Berlanga. Sentí dos cosas. 1º, temblosa
y compleja fascinación ante la ambientación y los personajes. Me recordaba los
años sesenta, su pobreza y extrañeza específica. Lo entrañable era que esa
experimentación imaginaria de la pobreza encontraba un eco al estar ambientado el film en una nochebuena,
aquellas nochebuenas de cuando éramos niños y la televisión tenía, todavía,
escasa andadura. Aquellos años en blanco y negro.
2º:
en algunos momentos, y esto me ha ocurrido con el visionamiento reciente de
otras películas de Berlanga, la película me parecía más italiana que española,
no por lo que dicen u ocurre, sino por la excesiva preponderancia de los
personajes a lo grotesco o exagerado. Por otro lado, gran ritmo de Berlanga en
la dirección. No sabía que la película fue aspirante al óscar.
Lecturas
tranquilas de algunas páginas de Paisajes del alma, de Unamuno. Los de la generación del 98,
especialmente Unamuno y Azorín, se dedicaron a redescubrir España, paseándose,
bloc en mano, por plazas, pueblos, calles, monumentos, ciudades… Se
convirtieron en secretos caballeros andantes de la escritura, atravesando los
sedimentos de la historia y del espíritu al surcar el espacio urbano y el
natural. En definitiva, hacían como Walter
Benjamin con su famoso Libro de los Pasajes, en el que
sometía a un análisis marxista, materialista aderezado de onirismo, la ciudad
de París y sus más ocultos escondrijos. El visionamiento de cualquier punto del
país de estos escritores, no escapa, ciertamente, a la alucinación: Unamuno
contempla en los cabreros castellanos a los cabreros que vieron pasar al
Quijote por sus campos, o describe el
impacto de un monumento del siglo XVIII encontrado en una modesta plaza,
ejerciendo un poder evocador que trasciende el tiempo. Me pregunto yo si esta
entrega al paisaje, a los universos locales sería posible con la misma
franqueza, hoy, en los escritores actuales o si ya resulta imposible
“redescubrir” el lugar nativo. Unamuno quería rescatar, en definitiva, la
memoria de un país con una historia tan singular, heroica y dispareja y
contradictoria como es la de España.
Me faltan pocas líneas para terminar de leer el ensayo La persona y lo sagrado de Simone Weil. Me sorprende la inspiración de la ensayista. Fragmentos admirables y pasajes enteros del texto convertidos en luminosos aforismos, en auténticas revelaciones. Con una claridad pasmosa y sutileza definidora, Simone Weil diferencia entre el derecho y la justicia, entre lo que supuestamente puede conceptualmente el lenguaje y la verdad que queda fuera de su capacidad de relación, entre la historia y la demanda de voz de los desdichados. El análisis de Simone va más allá de lo que meramente puede dilucidar la razón: lo sobrenatural, lo que se pide a los cielos no es sólo una opción legítima sino la más ardiente y secreta tendencia del hombre.
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