Las fotografías tomadas secretamente por Carl Stormer en la década de 1890, mientras, supuestamente, “paseaba” por las calles de Oslo, confirman algo mágico e inercial a la vez: el paso de la cinta del tiempo con sus personajes y atuendos característicos.
Allí están, bajo el sol rotundo de la primavera noruega, las
parejas de paseantes femeninas con sus sombrillas y corsés; el caballero que
responde inocente y educadamente al saludo que el fotógrafo emboscado le hace;
el militar o el famoso profesor universitario que, en ese momento, pasa; la
enigmática paseante solitaria que mira con una ligera hosquedad a quien se le aproxima sin sospechar jamás que
ese tipo porta una cámara escondida y acaba de hacerle descaradamente, una
foto; o bien, el mismísimo Ibsen, el
famoso escritor noruego, que es “pillado” en uno de sus paseos matinales, con
ese aspecto algo extrafalario que nos hace recordar al doctor Caligari de la
película de Wiene.
Cómo se le ocurrió al matemático Stormer adquirir una cámara fotográfica muy pequeña y camuflarla entre sus ropas u otros objetos que llevara entre las manos parece que obedece más a su instinto inventor que a una idea de realizar gráficamente investigaciones sociales. Lo chocante, lo sorpresivo de la ocurrencia es que nos permite entrar súbitamente, en un fragmento de vida, y observar desde ese enclave el desfile azaroso de una serie de personajes que no representan conscientemente ningún papel porque ya lo son históricamente .
Las
fotografías de Storm son un asomo, con la duración de un parpadeo, a un mundo
que ya no existe y que nos muestra su más corriente simplicidad como su más
curiosa rareza. La normalidad callejera que observamos en las imágenes
adquirirá otro talante, bien diferente, cuando la sensibilidad mórbida de otro
artista de la imagen pero con herramienta diferente interprete, a distinta hora
del día, el mismo espacio urbano que
Stormer frecuentara por las mañanas.
Stormer
realiza sus curiosas instantáneas en la famosa calle Karl Johan de la capital noruega, exactamente el
mismo lugar que el pintor Edward Munch escogerá
para realizar algunas de sus pinturas más intensas, aunque sea a la hora del
crepúsculo el momento en que la musa se muestre más activa. El contraste es evidente
e ilustrativo de las componendas de la realidad y de las intencionalidades que
la naturaleza artística desea extrovertir.
Las
imágenes fotográficas de Storm son la contrapartida de las imágenes pictóricas
de Munch. No podemos maginar ninguna convergencia, ninguna vinculación entre
ambos flujos aunque provengan del mismo lugar real. El crepúsculo de la tarde,
ofrece a Munch la posibilidad de visionar conjuntos de cadáveres andantes,
grupos de hipnotizados desplazándose como una masa espectral. En la obra
pictórica se ejecuta una interpretación de la sociedad, en las fotografías,
simplemente, se muestra esa sociedad. Las soleadas mañanas de las imágenes de Stormer,
antitéticas de las de Munch, son la
pequeña memoria gráfica de la vida de la burguesía noruega en su momento de
asueto diario.
Las
fotos de Storm y las pinturas de Munch nos colocan en el debate ya sabido de
que las cosas ofrecen una naturaleza imaginaria y otra meramente real, con idea
de dirimir cual de ambas resulta más verdadera o duradera en el tiempo. Aquí y
a estas alturas, tal debate es ilusorio. Ambas imágenes aunque verificada una
pertenencia común a un lugar, no tienen nada que ver entre sí, entre sus respectivas
representaciones y expresividades.
La obra de Munch es un salto más allá del mero documento, un ahondar en la umbría psique individual y social; las imágenes de Stormer ofrecen otro género de fantasmidad no menos denso: la del tiempo.
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