Este
escritor y profesor universitario se me ha adelantado al escribir sobre
semejante tema: la siesta.
Durante
la siesta he tenido los sueños más insólitos, realizado las lecturas más
intensas (fue en el transcurso de unas cuantas siestas como leí La lógica del sentido, de Deleuze, con auténtica gula intelectual);
ha sido durante la siesta cuando he confirmado en mi percepción espacio
temporal aquella definición canónica de Macedonio
Fernández, conceptuando la siesta como la hora del Panteísmo. Efectivamente
en el transcurso de la siesta ha sido cuando he experimentado una disolución
voluptuosa del tiempo, cuando el sopor llamaba a un lánguido retiro en el
interior, en la habitación sombría, en la frescura de las sombras….
La
siesta entendida como un lapsus producido en medio del día, como una suerte de
agujero negro reversible, como un contexto específico, valga la redundancia, de
la sensorialidad y del imaginario ligado a tal sensorialidad, como un modo de sentir el tiempo y el cuerpo,
y sobre todo, como una forma individual de distanciarse del ritmo impuesto
afuera, en el exterior, en la calle, en el trabajo, en la automatización de la
vida.
Si
la siesta es un don, nos dice Miguel Ángel Hernández, ¿en qué términos hay que
entender tal valoración, cómo darle tan alto significado en la historia de la
salud y de la psique del sujeto?
La
siesta sería un modo soberano de rehuir o evitar la enajenación a que el trabajo
somete al individuo, un modo súbito de
sustraerse al control que los sistemas
modernos de vida pretenden ejercer sobre la persona.
De
este modo, podemos articular una lectura mueva y hasta revolucionaria, si se
nos permite la pedantería, de la siesta, tan popular como a veces denostada,
que ya no sería entendida tanto o meramente, como un hábito de los calurosos
pueblos del sur, como un particular modo del cuerpo de reorganizarse, una pausa
biopísiquica, un terapéutico distanciamiento de la uniformidad de la vida
común.
Miguel
Ángel Hernández revisa breve e ilustrativamente los distintos efectos que la
siesta puede producir en la vida y hábitos del cuerpo, así como su
significación en el orbe de las tensas circunstancias que la vida estresada e inauténtica tiende a
llevar al hombre, al tiempo que expone su propia experiencia de la siesta como
práctica iniciática, lo que le da al texto unas implicaciones biográficas
convergentes con respecto al tema del que habla.
Si
la enajenación moderna consiste, en parte, en vampirizar el tiempo total del
sujeto para incorporarlo a la producción, la siesta devendría un rompimiento,
una fractura blanda, ejercida desde la domesticidad, ante tamaña pretensión. La siesta, ante el trabajo o cualquier otro modo de enajenación, nos priorizaría a nosotros mismos, guareciendo
no sólo nuestra salud sino las facultades intelectivas.
En
uno de los capítulos Miguel Ángel Hernández comenta la significación y el origen
histórico de la hora sexta, la hora del mediodía, según el cálculo romano. Personalmente
me trae recuerdos fascinadores de un remoto año 82, cuando un servidor creía
realizado su destino confinado en los muros del monasterio franciscano de Santa Ana del Monte, en Jumilla, y, efectivamente, a la hora
sexta, rezábamos inmediatamente antes de ponernos a comer. La hora del mediodía
posee una densa mitología que hemos perdido, olvidado o transmutado. La hora
del mediodía, la hora en que el sol está en lo más alto y el calor y la luz son
más intensos, era la hora de los demonios y de los fantasmas, la hora propicia
para que lo numinoso se produjera. Habría que buscar probables conexiones entre
tal concepción del mediodía y ritos, creencias o mitos que son corrientes hoy
para entender semejante perspectiva de aparición de lo sagrado. Recientemente,
se ha publicado el volumen Los demonios
del mediodía, de Roger Caillois,
que trata, exhaustivamente, sobre el tema. ¿Podríamos establecer algún tipo de sorpresiva
relación entre el momento de la siesta y el concepto sacro del mediodía? En
tanto que el que toma la siesta renueva su capacidades imaginativas y la hora mítica
del mediodía da paso a lo mágico, camuflado entre los pliegues de la luz más
manifiesta, sí podríamos vislumbrar cierto parentesco simbólico que potenciaría la aproximación de lo
infrecuente en la hora meridiana de la siesta, aunque fuera tal y como los poeta surrealistas concebían e insertaban
lo fantástico en plena y profana vida urbana, confiando en azares objetivos. A
propósito de esto, Itinerarios de la siesta fue el título que le puse a la
exposición fotográfica que realicé en marzo del 2006, en la CAM de Orihuela:
toda una serie de fotografías tomadas a la hora de la siesta en distintos
tramos de Elche, Murcia, Torrevieja y Orihuela.
Sigamos investigando y sesteando alrededor de la musa.
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