lunes, 28 de diciembre de 2020

EL DON DE LA SIESTA. Miguel Ángel Hernández



Este escritor y profesor universitario se me ha adelantado al escribir sobre semejante tema: la siesta.

Durante la siesta he tenido los sueños más insólitos, realizado las lecturas más intensas (fue en el transcurso de unas cuantas siestas como leí La lógica del sentido, de Deleuze, con auténtica gula intelectual); ha sido durante la siesta cuando he confirmado en mi percepción espacio temporal aquella definición canónica de Macedonio Fernández, conceptuando la siesta como la hora del Panteísmo. Efectivamente en el transcurso de la siesta ha sido cuando he experimentado una disolución voluptuosa del tiempo, cuando el sopor llamaba a un lánguido retiro en el interior, en la habitación sombría, en la frescura de las sombras….

La siesta entendida como un lapsus producido en medio del día, como una suerte de agujero negro reversible, como un contexto específico, valga la redundancia, de la sensorialidad y del imaginario ligado a tal sensorialidad,  como un modo de sentir el tiempo y el cuerpo, y sobre todo, como una forma individual de distanciarse del ritmo impuesto afuera, en el exterior, en la calle, en el trabajo, en la automatización de la vida.

Si la siesta es un don, nos dice Miguel Ángel Hernández, ¿en qué términos hay que entender tal valoración, cómo darle tan alto significado en la historia de la salud y de la psique del sujeto?

La siesta sería un modo soberano de rehuir o evitar la enajenación a que el trabajo somete al individuo,  un modo súbito de sustraerse al control  que los sistemas modernos de vida pretenden ejercer sobre la persona.

De este modo, podemos articular una lectura mueva y hasta revolucionaria, si se nos permite la pedantería, de la siesta, tan popular como a veces denostada, que ya no sería entendida tanto o meramente, como un hábito de los calurosos pueblos del sur, como un particular modo del cuerpo de reorganizarse, una pausa biopísiquica, un terapéutico distanciamiento de la uniformidad de la vida común.

Miguel Ángel Hernández revisa breve e ilustrativamente los distintos efectos que la siesta puede producir en la vida y hábitos del cuerpo, así como su significación en el orbe de las tensas circunstancias  que la vida estresada e inauténtica tiende a llevar al hombre, al tiempo que expone su propia experiencia de la siesta como práctica iniciática, lo que le da al texto unas implicaciones biográficas convergentes con respecto al tema del que habla.   

Si la enajenación moderna consiste, en parte, en vampirizar el tiempo total del sujeto para incorporarlo a la producción, la siesta devendría un rompimiento, una fractura blanda, ejercida desde la domesticidad,  ante tamaña pretensión. La siesta, ante el trabajo o cualquier otro modo de enajenación, nos priorizaría a nosotros mismos,  guareciendo no sólo nuestra salud sino las facultades intelectivas.

En uno de los capítulos Miguel Ángel Hernández comenta la significación y el origen histórico de la hora sexta, la hora del mediodía, según el cálculo romano. Personalmente me trae recuerdos fascinadores de un remoto año 82, cuando un servidor creía realizado su destino confinado en los muros del monasterio franciscano de Santa Ana del Monte, en Jumilla, y, efectivamente, a la hora sexta, rezábamos inmediatamente antes de ponernos a comer. La hora del mediodía posee una densa mitología que hemos perdido, olvidado o transmutado. La hora del mediodía, la hora en que el sol está en lo más alto y el calor y la luz son más intensos, era la hora de los demonios y de los fantasmas, la hora propicia para que lo numinoso se produjera. Habría que buscar probables conexiones entre tal concepción del mediodía y ritos, creencias o mitos que son corrientes hoy para entender semejante perspectiva de aparición de lo sagrado. Recientemente, se ha publicado el volumen Los demonios del mediodía, de Roger Caillois, que trata, exhaustivamente, sobre el tema. ¿Podríamos establecer algún tipo de sorpresiva relación entre el momento de la siesta y el concepto sacro del mediodía? En tanto que el que toma la siesta renueva su capacidades imaginativas y la hora mítica del mediodía da paso a lo mágico, camuflado entre los pliegues de la luz más manifiesta, sí podríamos vislumbrar cierto parentesco simbólico  que potenciaría la aproximación de lo infrecuente en la hora meridiana de la siesta, aunque fuera tal y como  los poeta surrealistas concebían e insertaban lo fantástico en plena y profana vida urbana, confiando en azares objetivos. A propósito de esto, Itinerarios de la siesta fue el título que le puse a la exposición fotográfica que realicé en marzo del 2006, en la CAM de Orihuela: toda una serie de fotografías tomadas a la hora de la siesta en distintos tramos de Elche, Murcia, Torrevieja y Orihuela.  

Sigamos investigando y sesteando alrededor de la musa.       



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