Hojeando Los decorados del olvido de José María Álvarez,
en las páginas en que critica la inexistencia de una literatura específicamente
murciana, me encuentro con que tilda a
Miguel Hernández de “esforzado ciudadano y poeta mediocre”, es decir,
intenta equilibrar la mala calidad literaria, según él, de Hernández, considerando su compromiso político. Quizá
hubiera sido más catastrófico decirlo al revés: entonces, al priorizar lo
que le pareciera la obra del poeta, su juicio hubiera sido aplastante:
Hernández, sin discusión, es un mal poeta pero un ciudadano comprometido. Seré más sutil que mi peripuesto tocayo. Por
regla general, cuando, en el ámbito literario o artístico, alguien denomina a otro como mediocre, es con la intención de achicar su fama o de humillarlo
ante el concepto pretendidamente superior que del arte o de la
literatura tiene el que lanza la pulla. Esto lo he comprobado en bastantes
casos y este ejemplifica lo que pienso. Álvarez pretende dejar allá abajo a
Hernández con una mención casi de pasada en su libro autobiográfico. A mí lo
que me parece curioso es que Álvarez, que tiene un concepto elitista del Arte,
y que él mismo es poeta, presente un gran conocimiento de la poesía pero no de
la experiencia y del hecho poéticos. Su
elitismo me parece en este punto, torpe y parcial. Y se supone que quien se
cree muy exquisito tiene que ofrecer una comprensión especial de las circunstancias que rodean a la obra artística o literaria, en la defensa de la belleza. Miguel Hernández creó belleza y fue
voz del pueblo. Álvarez es posible que cumpla con la primera cuestión, dudo
bastante que haya conseguido lo segundo. Combativamente, yo podría decir: el
culturalismo que practica Álvarez, si lo comparamos con la relevancia histórica
de una figura como la de Hernández, es tornasolada cáscara que se lleva el
viento. Me molesta enfrentar poéticas, creo que es estúpido a estas alturas de
la película. A mí me gusta la obra de Álvarez pero me sorprende su desdén
clasista y encima, con un personaje de la entereza moral y lírica de Hernández.
No pretendo que a Álvarez le guste la obra de Hernández. Seamos más lógicos, pues. Cómo puede un poeta “mediocre” como Hernández, levantar admiración en un poeta como René Char… No creo que el poeta francés, que estuvo en la lista de los nobel, le parezca a Álvarez un sujeto poco inteligente. Hace algunos años recibimos una misiva de Char en la redacción de la revista literaria que sacábamos, Empireuma. En la breve carta, René Char, nos hablaba de la admiración que sentía por la obra de Hernández y por su coherencia y compromiso. Me parece que Álvarez tiene un concepto demasiado formal de la poesía o que sólo es admisible para él, la alta cultura, cuando en el universo expresivo no hay, finalmente, jerarquías, o al menos no las hay que produzcan exclusión automática entre sus protagonistas, es decir, entre los autores, sus vidas y sus obras.
3 comentarios:
Totalmente de acuerdo. Uno puede (y debe) criticar la poesía de Hernández o de cualquier otro poeta; tatar de explicar los puntos positivos y negativos, gustarle o no gustarle pero tildar de mediocre al poeta de las nanas de la cebolla es colocarse uno mismo en el siento de los dioses con toda la falta de humildad que conlleva.
Alvárez no es que sea un poeta mediocre, es que habría que cuestionar si se merece la palabra "poeta".
Su pretendido dandismo es completamente ridículo, tan falso como sus sortijas. No hay más que verlo con sus corbatas de Oxford cuando jamás ha asistido a esa universidad ni ha dado clase en ella.
Alguien como él en Inglaterra sería considerado un falsario y una persona de baja estofa, que es lo que debería suceder aquí.
Como persona me ha dado pruebas de ser un miserable de marca mayor. Por un azar quedó grabado en un contestador de los de antes una conversación que mantuvo con un novelista de Cartagena que vive en Barcelona y una estudiante universitaria de esa ciudad, que pretendía hacer un homenaje a Benet en una revista de su facultad.
No hacía ni un mes que había muerto Juan. La muchacha me había telefoneado a casa de Marisa Torrente y al colgar se había confundido dejando el teléfono abierto. La conversación parecía el diálogo de un rebaño de demonios.
Las calumnias que vertió sobre mí, soeces a más no poder, ( " ¿ para qué la llamas si estará tirándose a medio Madrid" empezaba la cosa), con el fin de hacerse el cercano a Benet y protagonizar el homenaje en la revistilla fueron escuchadas por Javier Marías y Vicente Molina Foix, que lo reconoció. No sólo me injuriaba a mí, sino que presumía de un montón de falsedades que tanto Marías como Vicente conocían de primera mano.
Durante años no pudo aparecer por Madrid, ya que ambos, literalmente, lo querían machacar.
Su relación con Benet, en los 10 años de mi matrimonio, brilló por su ausencia, ya que Benet lo despreciaba. Fue él quien me hizo reparar en su corbata Oxford, por cierto.
A todo esto, hasta ese día, cuando coincidíamos, me "hacía la pelota" hasta extremos inusitados.
Este es Alvarez, un hipócrita redomado, una persona capaz de calumniar, no ya por el premio Nobel, sino para obtener un minúsculo pedacito de gloria en una revista de quinta regional.
A todo esto, su traducción de Kavafis, como todo el mundillo lietrario nom ignora, también es falsa, puesto que no sabe griego. La quie sabía griego era su novia de entonces.
En fin. José María Alvarez es, francamente, alguien "de lo mejor que se puede esquivar".
Efectivamente. La posición de Álvarez es antipática y pedante. Sobre todo pedante, por lo que comentas. Gracias.
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