Confieso que todo lo
que había leído hasta ahora de Paul Valéry estaba motivado por la idea de
confirmar el estereotipo que me hice del autor francés a través de críticas y
semblanzas notoriamente elogiosas. Como es sabido, Borges adivinó el espíritu inquieto
y delicado de Valéry. En Valéry como símbolo, uno de los artículos incluidos en Otras Inquisiciones, Borges refleja estos
aspectos y define a Valéry como un
espíritu selecto que disfruta discretamente de las suntuosas complejidades del
pensamiento. También es verdad que el mismo Borges, en esta ocasión, oralmente,
se desdijo un poco de tales consideraciones, cambio relativo de opinión que vino a coincidir con el displicente juicio que
sobre el escritor galo, despachó sin contemplaciones, Ortega y Gasset.
Antes de encontrarme
con este volumen, Proust y otros estudios
literarios, que reseño brevemente, publicado por Antonio Machado en su colección La
balsa de la Medusa, mis lecturas de Valéry habían sido Monsieur Teste, poemas varios, “Estudios filosóficos”, los “Cuadernos
completos” de sus aforismos, escritos entre 1894 y 1945, publicados hace
algunos años por Galaxia Gutenberg y un libro más, Alfabeto.
En ninguno de estos
textos terminé de satisfacer los grados de genialidad con los que mis expectativas habían entronizado la figura intelectual de Valéry, teniendo en cuenta todo lo que sobre el autor francés, habían dicho y escrito tantos críticos y escritores. Monsieur Teste me decepcionó. En los
minuciosos Cuadernos encontré
notables intuiciones y rastreos interesantes para desarrollar, pero la escritura
me pareció seca, impersonal, que no celebraba lo que se supone que estaba
descubriendo y definiendo. Le faltaba, a mi modo de ver, cierta dimensión
literaria. Su poesía me gustó pero sin provocarme gran entusiasmo. ¿Qué le
faltaba al Valéry con el que me estaba encontrando: espectacularidad,
atrevimiento, huida de formalismos?
Señalo todas estas
cosas porque lo que le faltaba al Valéry de mis lecturas pasadas es lo que
encuentro, por fin, y brillantemente, en el Valéry que ostentan estas
abundantes páginas, más de trescientas, sobre sus temas de siempre: poesía y
poetas, filósofos y asuntos filosófico-literarios.
Quizá porque se
encontraba en los años de su más espléndida madurez, porque eran textos que se
iban a leer con interés al ser publicados inmediatamente tras ser escritos, porque la musa le visitaba con fructífera obstinación, o, ni más ni menos, porque yo había inflado hiperbólicamente la altura de su obra hasta provocarme la autoconfusión con respecto a otros escritos, estos artículos
ensayísticos despliegan con exquisita precisión y sutil argumento, análisis y
figuras sobre obras literarias, filosóficas y autores, franceses y no
franceses, sin abandonar ninguna de las cuestiones que trata en la ambigüedad
ni ahogarlos en la espuma puramente especulativa. Valéry se muestra justo en
sus apreciaciones, es decir, ni es exhaustivo en su estudio ni se estanca en
las apologías del objeto tratado – salvo, quizá, en el caso de evocar a
Mallarmé – lo que hace de estas páginas, junto al notable seguimiento analítico
del motivo elegido, un conjunto brillante de textos, destinados a provocar un
gran placer intelectual acompañado de una
bella y proporcional expresión.
Es notable en Valéry,
en estos trabajos, la intensidad digresiva y la conciencia de texto a la hora
de tratar autores y pensamiento. Resulta curioso cómo critica la posición
retórica de una figura como la de Pascal, relativizando la expresión angustiosa de su
pensamiento filosófico, a la que viene a tildar de tendenciosa.
Hay algo atípico en
Valéry, con respecto a la mayoría de autores de su entorno y época y que Borges
apreció con justeza: su respetuosidad con todo evento o persona y su falta de engreimiento,
ese gesto de humildad que se detecta en
él, enmarcado por el rigor intelectual
como un mandala protector. Valery despliega con harmónica efectividad su visor
reflexivo, admitiendo su admiración ante las propiedades de lo que examina así
como su franca sorpresa ante lo que ignora. Este último detalle significa que puede
haber literaturas, escritores, universos que desconocemos por la razón de que
nos hemos limitado a unas prioridades estilísticas, sin fijarnos en otros
mundos o posibilidades expresivas, existentes en el infinito mundo de los
libros.
Destaco que numerosos
pasajes de estos textos son susceptibles de convertirse en brillantes y
reveladores aforismos.
Una imagen con encanto. Recuerda Valéry que por las paredes de papel pintado de la habitación-estudio de Mallarmé circulaban las manchas luminosas de luz reflejada en las aguas del Sena tras atravesar las copas de los árboles plantados frente a la ventana. Doble reflejo, doble transformación de la mayor noción – la luz – y que “animaría” – (ánima) – del modo más natural la habitación en la que se gestaba una de las más singulares fabulas verbales.
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