Como no creo que entre
el público haya un atrevido psicoanalista que se ponga a trabajar ante un
probable señuelo, me atrevo a contar aquí el sueño que tuve hace un año y que
retorna ahora a mi memoria.
Estoy en un escenario de teatro.
Aparece una sombra delante de mí. De repente la sombra empieza a desaparecer
pero antes me reta a un enfrentamiento. Hace que su doble, – el doble de la
sombra – se preste a luchar conmigo. Su doble aparece, entonces, en el
escenario. Tiene la apariencia de un niño. Es ligeramente luminoso, blanco, sin
ropa particular ni detalle discernible. Percibo perfectamente la naturaleza extrema y compleja de la lucha. Yo decido presentar batalla, haciendo desaparecer
mi ser físico y lanzando contra el doble de la sombra mi propio doble. El doble
de la sombra, en un repentino movimiento, lanza contra mi doble el alma del niño. Me recorre un escalofrío.
La lucha implica el exterminio de mi persona, pero se trata de una lucha sutil,
de mente contra mente, de espíritu contra espíritu. Reacciono cerrando el puño e intentando
agredir a la presencia fantasmal. No llego a darle, pero aprecio cómo se retira
tras el cortinaje del escenario.
En el sueño, durante todos los
movimientos de este etéreo enfrentamiento, he estado sumido en el pánico, en el
temor ante lo desconocido. Literalmente, me enfrentaba a un espectro.
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