martes, 30 de marzo de 2021

ITINERARIOS DE TIEMPO ESTANCADO. UNA VISITA A LA TORRE DE LA CALAHORRA, EN ELCHE.







Habré pasado delante de esta torre sita en el centro de ciudad, multitud de veces y no había reparado ni en qué se trataba, ni en que era un enclave histórico visitable. Me encantan los lugares no espectaculares, humildes, pero rebosantes de memoria y encanto. Esta torre que formaba parte de la muralla defensiva de la ciudad en el período andalusí, no sobrepasará con mucho, los diez metros, y al estar colocada tan próxima a la iglesia, creía que constituía una suerte de extensión del edificio sagrado. Cuando, recientemente, una mirada distraída hizo que advirtiera carteles indicadores y una puerta decididamente moderna, es cuando advertí de qué se trataba.

No dejará nunca de estimular la imaginación el que en itinerarios próximos y poco extensos, la memoria reparta siglos de vida e historia. Alrededor de la torre, la gente paseaba este sábado y tomaba una copa sentada en una ancha  terraza situada en uno de los frentes de la torre, el que cubre su mampostería un tapiz de vegetación  que se desparrama brevemente por la base. El que, con un par de pasos, nos podamos sustraer a la luz intensa y primaveral del entorno para, dentro de la torre, sumirnos en las sombras de los siglos,  e iniciar de inmediato el viaje a través del tiempo, casi parece una maniobra pueril por lo escasamente estratégica y complicada. Pero, este sábado pasado la efectué, impulsado por la novedad del descubrimiento y pronto me encontraba en la sala de exposiciones temporales. El contenido de la exposición está relacionado con las fiestas de estos días, orea Semana Santa frustrada por la pandemia. Me fijé en las ilustraciones de los extremos altos de las paredes: cielos y astros atravesando paisajes egipcios, alusiones de carácter abiertamente masónico. Desconozco con precisión la andadura del museo durante el XIX, pero supuse que tales dibujos habían sido añadidos durante esta época, no sólo por el carácter estilístico de los mismos sino por la tendencia decimonónica por lo oriental. En las salas de arriba, esto se confirmaría al descubrir habitaciones que habían sido adornadas al estilo andalusí teniendo en cuenta las expectativas románticas del público  de entonces.

Siempre se ha hablado del carácter seco, “muerto” de los museos. Ahora bien, actualmente, con la renovación existente de los mismos al contar con  medios eléctrico-digitales que dan lugar al museo interactivo, ese aspecto estático, achacado a  los museos, desaparece. Si la celeridad neurótica y el embotamiento cotidiano nos lo permiten, el museo debiera ser un lugar de conocimiento, experimentado a través de una suerte de viaje lisérgico: el del tiempo sobre nuestra imaginación y ganas de saber.


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La zona de abajo, lo que funcionó durante el siglo XVIII como granero o depósito de vinos, tenía el aire recogido de una mezquita remota y rocosa. 

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Comenzamos a subir los escalones, dirigiéndonos a lo que fue durante el siglo XVII, casa señorial: todas las barrocas y aristocráticas pesanteces, presentes en muebles y pinturas.

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En esta sala de la casa señorial, experimenté ciertas reminiscencias. Lo serio y adusto del ambiente me recordó algo vivido remotamente en un lugar semejante: un lugar de mi infancia en el que podía disfrutar del espacio existente, al tiempo que la vergüenza me lo impedía. Aquí, sentí de pronto, que el tiempo se ensanchaba, que multiplicaba misteriosamente sus términos en salas antiguas, extrañamente familiares. 


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Las salas mágicas y desoladas. Esos arabescos evolucionando por las paredes siempre me han dado frío. 


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Distintos rincones de la casa señorial. 

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Me encantó la sala dedicada a las pinturas más recientes: obras de Pedro Ibarra y Sorolla. Ese tapizado de las paredes señalaba delicadeza y cierto grado de alucinación. Los marcos de los cuadros, las escenas de playas y urbanas, de jardines y personajes recostados, llamaba al ensueño. 

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Por unas escaleras diminutas en caracol se accedía a la terraza, a la techumbre pura y dura del edificio. Desde allí se divisaba el espléndido promontorio de cúpulas de la iglesia, las calles en fiestas y las viviendas del entorno. El viaje a través del tiempo, acaba con un baño divino de sol.

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