Ojeando distraídamente
una película del popular Jackie Chan, una escena me pareció singularmente
emocionante. Tras una serie de luchas, un personaje se dirige a su maestro,
Jackie Chan, y le pregunta, angustiado: “¿Eres inmortal?”
Jackie pone cara de
evidencia, como queriéndole decir, a su pesar: pues, claro que no.
De todos modos, su
discípulo, emocionado por el respeto y amor que le tiene, le dice: “Nunca te
olvidaré.” Chan le contesta: “Quizá ese sea el sentido de la inmortalidad”.
Interesantes palabras
de Cayetana Álvarez de Toledo: El
apocalipsis es otra forma de utopía y el pesimismo, otro modo de populismo.
Un amigo me cuenta
recuerdos de su niñez. Vivía en la zona de los andenes, en Orihuela, en una
época en que todo aquel lugar estaba, como lo sigue estando en la actualidad,
pero subterráneamente, surcado de acequias. Jugando en la calle, cuando la
pelota se caía al agua, había que hacer una serie de maniobras sobre la orilla
del limo, para rescatarla. Me cuenta singularmente emocionado, cómo desde la
ventana de su habitación, divisaba la terraza de la casa de enfrente, cómo el
sol caía ahí, y que tal imagen, terraza inundada de sol, la recordaba con total
precisión actualmente. No me citó ninguna anécdota, ninguna historia en
especial, sino que evocaba los ratos que dedicaba a la contemplación
ensimismada. Al intentar hacerme una idea de aquellos recuerdos, de un modo
especial, la terraza de la casa de enfrente, me di cuenta que el sol, la luz
del sol, atravesaba periodos, décadas y modas, y de que era lo único que
permanecía igual ahora que hace 50 años. La ciudad puede cambiar la fisionomía
de sus calles y comercios, nosotros crecer, hacernos adultos, ostentar
distintas modas en la ropa, o envejecer: la luz del sol sigue cayendo con la
misma rotundidad sobre la plaza.
A la noche, vi una película de los setenta en la que aparecía, espléndida, una actriz española, María Luisa San José, que actualmente, está visible y lógicamente envejecida. Esto me impresionó: cómo contrasta nuestro tiempo, el humano, del que disponemos y el que vivimos y bajo cuyo marco nos vamos transformando, en comparación con el tiempo sideral de los astros y los soles. En ellos, la edad se calcula en cientos de miles de años. La luz del sol no representa meramente un presente infinito, alude a lo infinito pero es algo más que lo inactual: es un símbolo de lo que nos espera más allá de toda sucesión o cronología, lo que las trasciende.
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