La mansión Diodati, en Suiza, donde Lord Byron, Mary y Percy Shelley y Polidori se reunieron y se retaron a escribir historias fantásticas una venturosa noche.
EL LOCUS AMOENUS COMO CONTEXTO ESCRITURAL
Hay algo que sí envidio a algunos escritores ingleses de la época romántica y posromántica: las singulares circunstancias desde las que han ideado sus obras. No se encontraban, precisamente, encerrados en su habitación con los codos puestos en la mesa de trabajo y aislados del exterior. Ese exterior fue por el que evolucionaron libremente, solos o en compañía de alguien a la hora de escribir obras que se han convertido en clásicos de la literatura. No sabría decir si las características de la gestación de tales obras vinieron determinadas por el ambiente del lugar en que se encontraban o por el ánimo correspondiente que experimentaron entonces o por la convergencia de ambas cosas a la vez. Quizá si tal clima creativo, vinculado a un tiempo y a unos espacios concretos, se hubiera roto, no hubieran terminado de escribir las obras con las que luego alcanzaron tanta fama.
¿Hay algo más encantador que ese recuerdo que Lewis Carroll confiesa en una carta y en sus diarios cuando nos comunica que fue en paseos en barca junto con sus pequeñas vecinas, Lorina, Edith y Alice, cuando comenzó a pergeñar y dictar, su hiperfamosa Alicia? Rodeado de las frondosidades de la naturaleza y con el mínimo y magnífico público de un par de niñas, Carroll imaginó con certeza y soltura sus varias “Alicias”.
¿Y qué no decir del cómo y cuándo se gestó el temible Frankestein de Mary Shelley o El vampiro de Polidori? ¿O bien cómo no recordar el poema que Coleridge soñó y que se apresuró a anotar antes de que se diluyera en el polvo de la vigilia? Circunstancias y experiencias muy singulares que dieron lugar a obras igualmente de singulares y únicas en su género.
¿No
funcionaron tales circunstancias como locus
amoenus especiales que propiciaron
la imaginación y la escritura? ¿Lo fantástico de tales obras literarias
gestadas en tales instantes, no fueron el producto directo de una fantasía
actuando en un espacio y en unos momentos de fluyente concentración e intensa
sugestión?
Cambiando
de signo literario, de estilo pero no de intensidad y harmonía productiva, ¿en
qué circunstancias escribirían un Horacio o un Virgilio a propósito de
amenidades atmosféricas y ambientales?
Cuando
en sus memorias, el escritor francés Alphonse Daudet nos dice que escribía y
leía en su bote, cuando se iba de pesca, internándose por lugares frondosos y
solitarios, ¿no ha elegido, más o menos inconscientemente un locus amoenus adecuado para la
concentración y la tranquila
creatividad? ¿Y ese relax desde el que Juan Gil-Albert escribía sus Breviarios,
estuviera en México o en algún pueblo escondido de España?
Quizá
habría que aclarar si el locus amoenus
es un lugar en el que simplemente disfrutar del ambiente y de una conversación
con otros, o un lugar de trabajo, en el que se buscara la inspiración para la
progresiva obtención de una obra.
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