La siesta es a veces una suerte de interregno, de lapsus espacio-temporal, una suspensión de la regularidad del tiempo productivo y funcional.
Ha sido durante las siestas cuando he realizado las lecturas más intensas
o tenido los sueños más narrativamente redondos.
El lunes de la semana pasada me ocurrió lo siguiente: me tumbé a dormir la
siesta. En el momento en el que comenzaba a dormirme, “vi”, digamos, entre
sueños, la figura de mi padre, que se inclinaba sobre mí como para comprobar
que estaba allí, en la cama. Llevaba su viejo batín y su figura se destacaba
del resto del espacio al estar como sumida o protegida por una especie de halo.
Ahora bien, la figura era oscura, no luminosa, se destacaba del entorno
blanquinoso precisamente por esto. Estuve durmiendo un rato, quizá casi una
media hora. Estando dormido, escuché la voz de mi padre que me decía: ¿Jose,
estás despierto? En ese instante, me desperté. Estaba sorprendido por
la claridad con la que había oído la voz, pero no asustado. La voz sonaba algo
más estilizada y grave, a la vez, pero con respecto a su identidad no cabía
duda.
Me levanté y enseguida busqué una explicación. Como ya saben los que
tienen el amable gesto de seguirme por estos medios internéticos, mi padre
falleció hace un año. Naturalmente que pienso en él, pero el día en que se me
ocurrió tumbarme a la siesta, no lo tenía en mente ni había reflexionado sobre
algún aspecto que tuviera que ver con él o con la muerte o con el más allá, o
con alguno de los temas que puedan relacionarse con todos estos asuntos. La jornada
había resultado activa y limpia de retorcimientos interiores. Por eso me fui
con tanta decisión y tranquilidad a dormir la siesta.
Pensé que tanto la imagen nebulosa de mi padre como la voz eran producto
de mi inconsciente. Reconozco que albergo de modo un poco infantil la idea de
que el más allá se revele, en alguna
ocasión, a través de un sueño, de una visión en duermevela, o salte de alguna intuición súbitamente
bien dirigida por el pensamiento. Aunque esa idea es más bien un sueño poético,
una esperanza que no puede formularse sino de esta manera, como una ensoñación
de la que también participa la vigilia. Para una persona con fe, para una
persona religiosa este sueño no sería tanto un mero sueño sino un signo de la
presencia o de la voluntad de mi padre de querer comunicarse conmigo.
Yo quisiera afirmarlo, constatarlo de algún modo, decir, estremecido que
sí, que ha sido papá a través del sueño quien se ha aproximado a nuestro mundo,
pero tampoco puedo ser ingenuo y no darme cuenta de las circunstancias vitales
en que vivimos. En la inmanencia no puede manifestarse la trascendencia. Sería un
contenido de tal calibre que haría reventar al continente, desblindaría nuestro
universo, lo transformaría todo. No puede ser. Sin embargo, esa voz tan clara,
lo que la voz dice expresamente, la identidad de la voz…. Jung
ha llegado a decir que no podemos
concederle al inconsciente tanto poder, que el sujeto no puede albergar en sí
una potencia que le trascienda de modo incalculable. Por otro lado, el gran Germán de Argumosa recordaba que el
inconsciente tiene una notable capacidad fabuladora y de que, en definitiva, no
sabemos en realidad lo que es el inconsciente, y menos sus dimensiones psíquicas exactas.
El universo es demasiado complejo como para finiquitarlo con el resultado
eventual de un par de experimentos. Y la teoría debe alimentar sus potencias
escudriñadoras con los vuelos rasantes del imaginar. Por todo ello, ante el
abordamiento racional de lo misterioso, de lo otro, no podemos ser totalmente
determinantes. El mundo no se para, no se clausura porque un concepto sepa, más
o menos, definirlo. Sabemos mucho de lo
que sabemos, claro, no de lo que todavía
estamos sabiendo.
Con respecto a la experiencia onírica de la siesta, lo único que sé es que algo que era idéntico a la voz de mi padre, se dirigió a mí y me despertó. Fuese él, mi padre, o una voz simulada, o un sueño, o una fantasmagoría cualquiera, ya no lo sé. Escuché la voz de mi padre, del modo que fuera. Eso me basta. Me quedo con ese signo.
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