martes, 17 de agosto de 2021

LA VOZ



La siesta es a veces una suerte de interregno, de lapsus espacio-temporal, una suspensión de la regularidad del tiempo productivo y funcional.

Ha sido durante las siestas cuando he realizado las lecturas más intensas o tenido los sueños más narrativamente redondos.

El lunes de la semana pasada me ocurrió lo siguiente: me tumbé a dormir la siesta. En el momento en el que comenzaba a dormirme, “vi”, digamos, entre sueños, la figura de mi padre, que se inclinaba sobre mí como para comprobar que estaba allí, en la cama. Llevaba su viejo batín y su figura se destacaba del resto del espacio al estar como sumida o protegida por una especie de halo. Ahora bien, la figura era oscura, no luminosa, se destacaba del entorno blanquinoso precisamente por esto. Estuve durmiendo un rato, quizá casi una media hora. Estando dormido, escuché la voz de mi padre que me decía: ¿Jose, estás despierto? En ese instante, me desperté. Estaba sorprendido por la claridad con la que había oído la voz, pero no asustado. La voz sonaba algo más estilizada y grave, a la vez, pero con respecto a su identidad no cabía duda.

Me levanté y enseguida busqué una explicación. Como ya saben los que tienen el amable gesto de seguirme por estos medios internéticos, mi padre falleció hace un año. Naturalmente que pienso en él, pero el día en que se me ocurrió tumbarme a la siesta, no lo tenía en mente ni había reflexionado sobre algún aspecto que tuviera que ver con él o con la muerte o con el más allá, o con alguno de los temas que puedan relacionarse con todos estos asuntos. La jornada había resultado activa y limpia de retorcimientos interiores. Por eso me fui con tanta decisión y tranquilidad a dormir la siesta.

Pensé que tanto la imagen nebulosa de mi padre como la voz eran producto de mi inconsciente. Reconozco que albergo de modo un poco infantil la idea de que el más allá se revele,  en alguna ocasión, a través de un sueño, de una visión en  duermevela, o salte de alguna intuición súbitamente bien dirigida por el pensamiento. Aunque esa idea es más bien un sueño poético, una esperanza que no puede formularse sino de esta manera, como una ensoñación de la que también participa la vigilia. Para una persona con fe, para una persona religiosa este sueño no sería tanto un mero sueño sino un signo de la presencia o de la voluntad de mi padre de querer comunicarse conmigo.

Yo quisiera afirmarlo, constatarlo de algún modo, decir, estremecido que sí, que ha sido papá a través del sueño quien se ha aproximado a nuestro mundo, pero tampoco puedo ser ingenuo y no darme cuenta de las circunstancias vitales en que vivimos. En la inmanencia no puede manifestarse la trascendencia. Sería un contenido de tal calibre que haría reventar al continente, desblindaría nuestro universo, lo transformaría todo. No puede ser. Sin embargo, esa voz tan clara, lo que la voz dice expresamente, la identidad de la voz….  Jung ha llegado a  decir que no podemos concederle al inconsciente tanto poder, que el sujeto no puede albergar en sí una potencia que le trascienda de modo incalculable. Por otro lado, el gran Germán de Argumosa recordaba que el inconsciente tiene una notable capacidad fabuladora y de que, en definitiva, no sabemos en realidad lo que es el inconsciente,  y menos sus dimensiones psíquicas exactas.

El universo es demasiado complejo como para finiquitarlo con el resultado eventual de un par de experimentos. Y la teoría debe alimentar sus potencias escudriñadoras con los vuelos rasantes del imaginar. Por todo ello, ante el abordamiento racional de lo misterioso, de lo otro, no podemos ser totalmente determinantes. El mundo no se para, no se clausura porque un concepto sepa, más o menos,  definirlo. Sabemos mucho de lo que sabemos, claro, no de lo que todavía estamos sabiendo.

Con respecto a la experiencia onírica de la siesta, lo único que sé es que algo que era idéntico a la voz de mi padre, se dirigió a mí y me despertó. Fuese él, mi padre, o una voz simulada, o un sueño, o una fantasmagoría cualquiera, ya no lo sé. Escuché la voz de mi padre, del modo que fuera. Eso me basta. Me quedo con ese signo.  

 

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