Pensando en el lugar de retaguardia que ocupa hoy en la sociedad la
poesía, y no creyendo que tal posición obedezca a algún tipo de estrategia,
reparo en la ley de la oferta y de la demanda aplicada al examen del hecho
poético. De este modo, y en definitiva,
qué ofrece hoy la poesía, qué tiene que pueda interesar al público. Equivocidad
de destinos, me parece, ya que en vez de personas o de lectores hablamos de
público, es decir, de consumidores, y en ese caso, lo que la poesía ofrece es de naturaleza bien
distinta, diría que completamente opuesta, a los valores que exalta el mercado
actual y que la masa sigue: silencio, profundización, concentración intelectual
y anímica, cierto grado de ascetismo, etc…
El mundo de las películas norteamericanas de los años 40 y 50, no lo noto,
no lo veo en los diarios que Susan Sontag llevó por aquellos años. Y es que a
esta autora no la vinculo sino a la década de mediados de los sesenta y las
décadas siguientes, los setenta y los ochenta. Y no es que las notas que
escribió en las primeras páginas de su diario no resulten interesantes, todo lo
contrario: sorprende la agudeza de una chica de apenas dieciséis años. Esta observación me lleva a la posibilidad de
detenerme en las peculiaridades de otros autores o artistas, a cómo algunos
novelistas o poetas representan una época determinada, y a la insulsez que
luego o antes de tal momento, ofrecen otras obras suyas. Aunque actualmente,
para el instinto filológico-hermenéutico, todo escrito tiene interés: como
semilla anticipadora de lo que vendrá o como metamorfosis última de un estilo.
Nos bombardean ahora con noticias sobre los talibanes. Me pregunto cómo es que no han capturado varios ejemplares vivos de estos extraños seres y no los han traído al zoológico de los monos y los orangutanes para estudiar sus curiosas costumbres, porque según la certeza general los talibanes son simios a los que les ha crecido una barba insólita. Los talibanes representan ahora la extrañeza absoluta: frente al consenso de la civilización mundial, son la irracionalidad y la miseria intelectual absolutas.
Releo a Miguel Hernández y qué renovación de la gozada al volver sobre su mundo y su palabra. Sus poemas ofrecen una carnosidad, una frondosidad verbal que los hace deliciosos e inmediatamente entrañables. Pienso en los fragmentos fulgurantes de universo que la imaginación de los poetas ha descubierto y donado a la memoria general. Por ejemplo, las famosas genialidades de Hernández, encarnadas en algunos de sus versos o epígrafes: Todo menos tu vientre es confuso; El hombre acecha: El rayo que no cesa; Vigilar la blancura: este es mi oficio. Este último verso me recuerda, impecablemente, el hermetismo de un René Char.
Con razón se llama a la generación del 27 la generación de plata, pues el
tipo de escritura de Hernández, sublimaciones barrocas en un espacio de metaforización pululante, es típico del
momento. Pensemos en un Cernuda o en un Lorca. Con todos estos autores llegamos
al clímax de la creación puramente poética. Lo que vendrá décadas después, tendrá que
renovar lenguaje y motivaciones.
¿La literatura es el producto de un contexto – social, cultural, etc… -, o
es al revés: el contexto se visibiliza, se materializa gracias a la obra
literaria, es decir, llamamos contexto a las circunstancias de diverso orden que
en suma, la literatura describe? Interrogante tan vulgar y previsible como irremediablemente
recurrente.
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