Al contemplar esta imagen de Alicante pintada alrededor de 1800, experimento dos sensaciones no
sé si antitéticas. Por un lado, que Alicante quede reducido a esto, a una
imagen tan simple y remota, me sume en la absolutez
del detalle, en esa cosa vertiginosa y quieta que tienen las miniaturas. Por
otro lado, tengo la impresión, más bien la ocurrencia, de que tal imagen
arquetípica de la ciudad de Alicante, resulta más moderna, mágica y suficiente que
la propia ciudad de Alicante actual que dispone de todas las prestaciones y
servicios posibles. Prestigios simplificadores de lo poético.
Recuerdo de crío haber estado regodeándome en la pobreza de esta imagen, cuya autoría,
génesis y significación, desconocía totalmente. Recuerdo haberla recortado de
una revista y pegarla en las libretas que confeccionaba entonces como si fueran
pequeños libros, ilustrándola con una suerte de poema en prosa sobre la espiritualidad.
Al cabo del tiempo me fui dando cuenta de la complejidad de la imagen, de que
bajo aquel tono dorado sucio, se contaba o se insinuaba una historia, una
leyenda del alma. No recuerdo cuándo identifiqué la imagen, cuándo la
redescubrí de este modo, enterándome de que es una de las obras pictóricas más
significativas de la producción plástica de Dante Gabriel Rosetti,
el poeta prerrafaelista. Lo que me choca ahora es cómo disfrutaba de esta
imagen previamente a tener todos los datos sobre su creación, cómo la
información produce un efecto no tanto de actualización como de resurrección y
justicia de la imagen.
Otra imagen de alcances míticos, pero con la
diferencia esencial de tratarse de una fotografía y no de algo estrictamente
imaginado, aunque las fotos, a estas alturas, también pueden ser imaginadas.
Una barraca valenciana. Varias
observaciones y sensaciones angustiosas se me vienen a la cabeza. El desnivel
del suelo, la facilidad con la que tal terreno se embarraría, el calor que
haría dentro, la limitación espacial en la que sus habitantes se desenvolvían
ahí, la fragilidad de las paredes, la diferencia histórica en la sensibilidad
de las personas, pues, con mucha probabilidad, todo lo que a mí me parecen
incomodidades horrendas, serían aspectos habituales de su vida en tal tipo de
vivienda.. Comparados con estos antiguos valencianos, a ellos les molestaría
menos la naturaleza que a nosotros.
La última vez que en televisión escuché recitar un poema de Miguel Hernández
fue de estos jugosos labios que pertenecen a la periodista y diputada Ana Grau.
Me encanta su poder de reinvención personal, de
implicación profesional: el humor y la inteligencia con los que se desenvuelve
públicamente, desmitifican máscaras y tendenciosidad. Y trabaja sintiéndose y
mostrándose así de sexy.
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