lunes, 27 de septiembre de 2021

ALBUM




Al contemplar esta imagen de Alicante pintada alrededor de 1800, experimento dos sensaciones no sé si antitéticas. Por un lado, que Alicante quede reducido a esto, a una imagen tan simple y remota, me sume en la absolutez del detalle, en esa cosa vertiginosa y quieta que tienen las miniaturas. Por otro lado, tengo la impresión, más bien la ocurrencia, de que tal imagen arquetípica de la ciudad de Alicante, resulta más moderna, mágica y suficiente que la propia ciudad de Alicante actual que dispone de todas las prestaciones y servicios posibles. Prestigios simplificadores de lo poético.

 

 




Recuerdo de crío haber estado regodeándome en la pobreza de esta imagen, cuya autoría, génesis y significación, desconocía totalmente. Recuerdo haberla recortado de una revista y pegarla en las libretas que confeccionaba entonces como si fueran pequeños libros, ilustrándola con una suerte de poema en prosa sobre la espiritualidad. Al cabo del tiempo me fui dando cuenta de la complejidad de la imagen, de que bajo aquel tono dorado sucio, se contaba o se insinuaba una historia, una leyenda del alma. No recuerdo cuándo identifiqué la imagen, cuándo la redescubrí de este modo, enterándome de que es una de las obras pictóricas más significativas de la producción plástica de Dante Gabriel Rosetti, el poeta prerrafaelista. Lo que me choca ahora es cómo disfrutaba de esta imagen previamente a tener todos los datos sobre su creación, cómo la información produce un efecto no tanto de actualización como de resurrección y justicia de la imagen.

 

 




Otra imagen de alcances míticos, pero con la diferencia esencial de tratarse de una fotografía y no de algo estrictamente imaginado, aunque las fotos, a estas alturas, también pueden ser imaginadas. Una barraca valenciana. Varias observaciones y sensaciones angustiosas se me vienen a la cabeza. El desnivel del suelo, la facilidad con la que tal terreno se embarraría, el calor que haría dentro, la limitación espacial en la que sus habitantes se desenvolvían ahí, la fragilidad de las paredes, la diferencia histórica en la sensibilidad de las personas, pues, con mucha probabilidad, todo lo que a mí me parecen incomodidades horrendas, serían aspectos habituales de su vida en tal tipo de vivienda.. Comparados con estos antiguos valencianos, a ellos les molestaría menos la naturaleza que a nosotros.

 

 




La última vez que en televisión  escuché recitar un poema de Miguel Hernández fue de estos jugosos labios que pertenecen a la periodista y diputada Ana Grau.

Me encanta su poder de reinvención personal, de implicación profesional: el humor y la inteligencia con los que se desenvuelve públicamente, desmitifican máscaras y tendenciosidad. Y trabaja sintiéndose y mostrándose así de sexy.  


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