Ya dijo Gadamer,
meridianamente, que “somos nuestras
lecturas”. Esto no quiere decir, meramente, que conforme
pase el tiempo, incrementemos nuestro saber con las consecutivas lecturas que realicemos
de las obras literarias, filosóficas o estéticas que nos hayan interesado
puntualmente, sino que con tal proceso
de interiorización selectiva hemos ido construyendo un sólido referente que
forma parte activa de nuestro modo de interpretar los sucesos del exterior y
los destinos de nuestra propia vida íntima.
Nuestras
lecturas no son únicamente un magma de contenidos engrosables, vulnerable al
trabajo erosionador de la desmemoria: constituyen una perspectiva sobre la
vida, soportan vívidos aspectos de la identidad, postulan una imagen del mundo.
Nuestras lecturas acaban siendo nosotros mismos, configuran pasajes de nuestras
vidas.
Las lecturas que
maneja Luisa Pastor son múltiples y
forman esa red compleja de referencias sobre la que la poeta articula con la
seguridad de la ficción y la que da la poesía, su historia sentimental. Hay que
recordar que si hemos convenido que la
mayor artificialidad que ha producido el
hombre frente a la naturaleza, es la cultura, hemos de reconocer también que en
el sentido profundo de estos itinerarios, las cuitas de nuestros héroes
literarios son ya las nuestras, pues en el ámbito de la literatura, se ha
generado esa asunción vital - literalmente, nuestras lecturas – que hace que en
el tránsito de las distintas obras, consideremos algunas como reflejos de
nuestras propias trayectorias. Esta especificidad es la que describe la
intensidad a la que se refiere Manuel García en la introducción.
Esquemáticamente,
podríamos decir que Luisa Pastor utiliza el tradicional pero siempre renovado
motivo simbólico de la rosa como metáfora de lo vivido, de lo más entrañable,
delicado y vital del sujeto. Cada poema viene encabezado por la cita de un
autor o autora, de cuyas circunstancias trata cada poema, en cuestión. Como
hemos señalado, las alusiones explicitas de la poeta son numerosas. Por el
poemario desfilan los nombres de Virginia Wolf, Silvia Plath, Paul Celan, Jorge
Guillén, Alfonsina Storni o Leopoldo María Panero, entre otros. Cada nombre
pues, cada cita, proyectan una experiencia con la que Luisa Pastor se
identifica y hace suya en un recorrido tan literario como veraz.
Cuando Luisa Pastor
habla en nombre de algunos de los autores o escritoras a los que cita, no sólo
homenajea su memoria sino que fortalece e irriga la suya que viene a proyectarse
desde las páginas de su poemario como un episodio más, todo lo secreto que
queramos, de los procesos de la intertextualidad. Las lecturas de otros, pueden
llegar a ser las mías si empatizo con los devenires íntimos que la constituyen.
Pero se trata de algo más: de una especie de comunión. La cultura es un flujo
de interconexiones y alusiones.
Destaco algunos versos
que me han gustado. Por ejemplo, estos, sobre el futuro de la inocencia:
No conoce aún el
miedo.
Pero alguien se
lo revelará:
Su propio ángel.
Y
de modo notorio, este que, aun recordando que toda afirmación depende de un
contexto, es tanto un verso como un
aforismo para reflexionar:
La verdad es una profecía que nadie cree.
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