Decía Octavio Paz que el
romanticismo no solo fue un movimiento literario sino una escuela de
sensaciones y afectos nuevos. Nosotros, los modernos, si es que todavía cabe
esta definición sin que comporte cómicas rigideces, estamos signados, entre
otras cosas, por el romanticismo tanto en nuestra sensibilidad como en el modo
en que hemos ubicado estereotipos dramáticos y motivos argumentales en el cine
o en la novela, y en definitiva, en la vida.
El papel del romanticismo y, especialmente, de sus variantes góticas ha
consagrado la noche como guarida de toda fantasmagoría, como lugar de residencia
y acción de lo fantástico y de lo lúgubre por excelencia. Con el aluvión de
películas, de personajes de ficción literaria que desde finales del XVIII hasta hoy confirman lo dicho, nos sería algo
complicado imaginar que hubo un tiempo en que nada de todo esto era de tal
manera ni existía y de que la acción insólita o extraordinaria se ejecutaba por
seres sobrenaturales en ubicaciones espacio-temporales bien distintas.
Este libro de Roger Caillois
resulta sorpresivo porque nos revela toda una fenomenología mitológica
emplazada en el otro lado de la noche, en las antípodas temporales de la
oscuridad.
A través de un brillante y contundente rastreo bibliográfico Caillois nos
transporta a la antigüedad clásica, romana, y griega, pero también oriental, y
nos revela todo un mundo de apariciones y sucesos fantásticos situados en el
mediodía, es decir, a la hora en que el sol está en su punto más alto.
Este cenit solar en la antigüedad indicaba, ni más ni menos, el momento
por excelencia en que los fantasmas hacían su aparición en el mundo terrestre. Si
para nosotros es la noche el lugar y el instante en que lo fantasmal puede
producirse, dejando como rarezas excepcionales visionamientos espectrales
durante el día, para los antiguos fue a la plena luz del mediodía cuando los
demonios y demás entes semidivinos evolucionaban o llevaban a cabo alguna
acción contra los mortales.
Leyendo el texto de Caillois uno se fascina comprobando este, para
nosotros, insólito y sorpresivo emplazamiento de lo extraordinario.
Para los antiguos la noche era más inconcreta que el resto de la jornada,
las horas nocturnas menos individualizadas que las correspondientes a las del
día. Recuerda Caillois que según los pitagóricos “los muertos no parpadean y no
proyectan sombras”. Esta no proyección de sombra es importante: el mediodía,
efectivamente, es la hora que menos
sombra arroja y se convierte en el momento de paso ideal de los muertos y de
los entes semidivinos, precisamente, por
la fuerza expansiva de la luz que sume a la naturaleza en la mayor inmovilidad.
Se trata de una conjugación de circunstancias cuya significación siniestra nos
es tan remota como insólita. Que la luz pueda albergar consecuencias dañinas es
un mensaje que se nos antoja extraño, fundamentalmente porque somos hijos
culturales del cristianismo.
Cuando este se extendió, la luz adquirió una naturaleza teológica de
elocuente proyección: pasó a convertirse en sinónimo definitivo del
conocimiento y del bien.
Jensen, en su famosa novela Gradiva, - famosa por ser el primer
texto literario en ser sometido al escrutinio psicoanalítico por el propio Freud – narra apariciones espectrales por las calles
solitarias de una Pompeya acribillada por los rayos del sol del mediodía. Recuerdo
que cuando leí esta novela, me causó bastante extrañeza esta ubicación solar de
los fantasmas. Pensé que para los nórdicos del siglo XIX el ardiente mediodía
de las zonas mediterráneas resultaba ser un espacio inhabitable y que por esta
razón habían desarrollado una mitología específica. Supongo que Jensen estaría
convenientemente informado y que la utilización de espectros evolucionando en
pleno mediodía obedecería, pues, a la
adecuada consulta de fuentes que la narración precisaba para su correcto desenvolvimiento.
Las interesantes pesquisas de Caillois apuntan al hallazgo de Jung, es decir, a la existencia de un
inconsciente universal, pues señala que tanto en la antigua China como en Egipto, la hora del mediodía era
considerada como la hora propicia para la acción de los demonios y de los
espectros. Quien se quedara dormido a esa hora bajo un árbol, o se echara una súbita
siesta al pie de un nacimiento de agua, estaba a merced de las ninfas y de los
vampiros. La hora del mediodía es también la hora de los íncubos, del ataque de
las sirenas y de un nutrido conjunto de monstruos, además de faunos y de sátiros.
Caillois señala que en los tiempos del primer cristianismo, los exégetas y
traductores bíblicos se encontraron con la complicación de justificar o
explicar la alusión espectral y diabólica al mediodía que se encuentra en los Salmos.
Habría que recordar que los antiguos griegos no le concedieron un significado
moral preciso a la luz o a las tinieblas y que el antagonismo expreso en la
eterna lucha entre la oscuridad y el imperio de la luz es fruto posterior del
cristianismo bien implantado.
El platonismo ha irrigado y articulado el pensamiento de Occidente durante
siglos; somos herederos del universo conceptual, artístico y lingüístico griego y romano, pero qué extrañas nos parecen
estas operaciones de los espectros paseándose por cualquier ámbito posible a la
hora del mediodía, gracias al propio astro rey. Diríamos que es la hora más
rara para lo raro.
Poniendo ejemplos de la percepción negativa del mediodía durante el periodo medieval, Caillois dedica unas breves páginas a analizar someramente esta extrañeza nuestra, este distanciamiento casi abismal entre nuestro concepto de la luz y el de los antiguos. Para estos, la acción aniquilante del sol a mediodía, el entumecimiento del alma por los rayos solares daba paso franco a la acción destructora y extraordinaria. Para nosotros lo numinoso se halla más bien en lo crepuscular o en la noche. Hemos iniciado un viaje radical para hallar lo otro, hemos abierto una brecha nueva y definitiva en la historia de las mentalidades para encontrarnos cara a cara con el otro mundo. Sin embargo, diríamos, ningún escondite más sutil para los fantasmas, ningún enclave más infrecuente para lo extraño, que el circunscrito por los rayos del sol en pleno espacio natural.
1 comentario:
miguel perez gil
11:45 (hace 5 horas)
para mí
Un interesante estudio oh Pi acerca del tema del día y la noche en su relación con la percepción mitológica y ominosa de sus respectivos lugares en la conciencia
Podrías enviarlo a alguna revista de las muchas que hay para que tuviera una mayor difusión de la que tiene y así ocupar el lugar que merece entre los estudiosos de los temas más humanos y literarios de los tiempos antiguos y modernos
Aunque supongo que para todo el mundo su época ha sido la más moderna hasta entonces
La nuestra es muy moderna y además mucho más rápida y acelerada ya que la vida humana se ha acelerado y en los últimos tiempos está alcanzando una velocidad de vértigo hacia no se sabe dónde
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